El tipo que te observa desde la portada se llama Declan Thomas. Su color de piel ceniciento, de tonalidad mortecina, contrasta con sus ojos verdes. Un intenso color verde hierba. Contrasta mucho más con la sangre que, como riachuelos que abandonan la cima de una montaña, se derrama de forma abundante sobre su rostro, inundando su boca de coágulos de un marcado sabor a herrumbre. La herida ha sido infligida por él mismo. Dos dedos han sido el arma. Dos dedos que han debido penetrar lentamente, de una forma pertinaz a través del labio superior, ascendiendo meticulosamente, como dos gusanos carnívoros, para desgarrar los músculos de la mejilla, haciendo pedazos piel y partes carnosas para así acceder a la cavidad donde se aloja su ojo izquierdo. El tipo que te observa desde la portada se llama Declan Thomas y a pesar de sus heridas parece sonreír.
Más o menos así describí la portada de Colder. La había visto en una tienda de cómics y antes de enseñársela a mi novia quería explicarle qué era lo que aparecía en ella. No temía estropearle la sorpresa (je je je, sorpresa…) pues confiaba en ese refrán que asevera que una imagen vale más que mil palabras. Y así fue. ¡Qué asco, qué desagradable, quita eso de mi vista! Esa fue más o menos su respuesta mientras la repugnancia se instalaba en su faz. Desde entonces siempre que puedo enseño la portada: a familiares, a amigos o a visitas indeseadas (con estos últimos no tengo piedad).
De esta misma forma supieron los autores y el propio editor que aquella portada era la adecuada. Cuenta la leyenda que cuando Juan Ferreyra la terminó y después de que tanto el guionista Paul Tobin como el editor Scott Allie se deleitaran observándola decidieron buscar un público objetivo para que diera su opinión. Sus respectivas mujeres con los gritos que pegaron y sus caras de asco fueron la aprobación que necesitaban. Pero este Colder Ómnibus no es solamente el cómic con la portada más grotesca y a la vez atractiva de la historia del noveno arte.
Lo narrado en Colder arranca un 12 de octubre de 1941 en el manicomio Sansid que ardió hasta los cimientos. Solo una persona logró salir ilesa de aquella catástrofe. Su nombre es Declan Thomas y lleva más de setenta años en estado catatónico. Por suerte para él Reece, una trabajadora de la clínica Tranor, al descubrir que éste no tenía familiares decidió llevárselo para hacerse cargo de él. Durante esos cinco años Declan no ha dicho ni una sola palabra; todo él es un misterio. Y eso si no tenemos en cuenta que su temperatura corporal cuadra más con la de un muerto que con la de alguien que todavía respira. Pero entonces llega Nimble Jack, un tipo demoníaco que vuelve loca a la gente y a la vez se alimenta de esa demencia, y Declan sabe que ha llegado el momento de despertar.
Colder Ómnibus es uno de esos cómics en los que el continente supera al contenido. El guion de Paul Tobin, a pesar del misterio que envuelve al personaje principal y de su historia amorosa, no deja de ser una sucesión de escenas, de gags de corte espeluznante, donde todo vale para provocar repugnancia y desasosiego (eso sí, en el mejor sentido) en el lector. Todo vale, menos profundizar en los personajes, pues es algo que se echa en falta y que el guionista solo nos muestra un leve atisbo en esos dos relatos cortos que forman parte de los extras de la excelente e impecable edición ómnibus que nos ofrece la editorial Médusa Cómics. Una edición que recoge los tres tomos originales (Colder 1-5, Colder: Mala semilla 1-5 y Colder: La última cena 1-5) además de un buen puñado de bocetos, ilustraciones y tiras cómicas.
El punto fuerte de Colder es su parte gráfica. Y llega a serlo a tal nivel que todas las carencias de guion quedan casi totalmente disimuladas, ocultas (aunque no invisibles) tras todas esas maravillosas argucias que el dibujante Juan Ferreyra urde. Es como si fuera un mago que saca pañuelos de la manga y conejos de la chistera (aunque probablemente este esté muerto y destripado). Ferreyra, mediante lápiz y acuarelas (gama de colores fríos que ocasionalmente explotan en tonalidades más cálidas y reconfortantes) nos transporta a El Mundo Hambriento (¿ciudad hermana de Arkham?), una versión oscura y demente de Boston, lugar en el que el que acaece gran parte de la historia. Una ciudad que el mismísimo H. P. Lovecraft hubiera disfrutado visitando.
Este Colder Ómnibus es el hogar de perros mastodónticos con gigantescas manos como cuerpos, cerdos monstruosos, palomas en estado de putrefacción que hablan, seres de innumerables ojos, piernas, brazos… ¿Continúo? Y esto son solo las aberraciones que habitan El Mundo Hambriento, otra cosa son las acciones ejercidas por Nimble Jack (que es como una especie de Joker contorsionista adicto a destripar gente) o Swivel (un ser creado por dedos obsesionado con seccionar dedos). En este punto Ferreyra se desata y todo se vuelve extremadamente bizarro, terrorífico y gore, no apto para estómagos sensibles, mientras, de forma magistral, nos muestra una y otra vez que solo en un medio como el cómic se puede jugar con las viñetas hasta hacerlas formar parte de la historia.
“Te vas a quedar helado.”
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