Reseña del libro “Como ánades”, de Gonzalo Calcedo
Entre finales de febrero y primeros de marzo del año 2020, todos estábamos más o menos igual. Un poco como ánades. Unos andaban escondidos, acodados en la barra de un hotel cualquiera, o disfrutando en una terraza que ya presumía su aniquilación. Otros, por su parte, participaban de encuentros con familiares indeseables que quizás luego echarían de menos, cruzaban en ferry otro tipo de autopistas y de límites físicos, o retozaban en secreto en un viejo hostal de una ciudad cualquiera, una ciudad que fluía, hasta ese momento, llena de ruido y de deseo. Algunos, simplemente, intentábamos ser, si es que eso es posible, mejores padres que cualquier otra cosa.
Todos éramos, en definitiva, como esas preciosas ánades de cuello verde. Insulsos e ingenuos patos mareados, despistadas y atormentadas aves de costumbre que van y vienen sin rumbo fijo y que vuelven, una y otra vez, al mismo sitio a chapotear: a esa charca sucia y espesa que es la (cálida) rutina. Y lo hacíamos como si tal cosa, esperanzados, pero totalmente ajenos a lo que estaba por llegar.
Gonzalo Calcedo es uno de nuestros mejores cuentistas. Esto no lo digo yo porque está bien decir algo así en la reseña de un libro, sino que esto ya lo sabe casi todo el mundo, y soy yo, despistado como me hayo últimamente, el que lo descubre este mismo año (I d.C-19), mientras chapoteaba también, como un aterido y lastimoso pájaro desplumado, buscando libros en la red en los que pudiera pescar algo sabroso con lo que matar esta hambre que me asola.
Como ánades, publicado por los amigos de Menoscuarto no hace ni cuatro días, es el nuevo libro de relatos del maestro Calcedo, que fue Premio de las Letras de la Junta de Castilla y León 2020, por dar algún “simple” dato de con quién nos jugamos los cuartos. El libro es un fantástico y elegante ejercicio de memoria a corto plazo (aunque puede que, a este paso, termine transformándose en una especie de ficción histórica de primer orden) que fue escrito por el autor palentino en pleno confinamiento, y que contiene nueve intensas y melancólicas historias de ficción marca de la casa que ocurren a las mismas puertas de la pandemia, cuando empezaban a llegar a los hospitales los primeros restos del naufragio.
El libro es, por lo tanto, una fabulosa retrospectiva (la mejor que yo he leído hasta ahora, y eso que estamos hablando de un libro de cuentos) sobre qué y quiénes éramos antes del puto coronavirus. Un libro emocionante, claro, pero sin caer nunca en el repugnante y facilón lloriqueo. Solo como si se tratara del descubrimiento de un álbum de fotos que sacamos un día de un cajón o de una cinta de video familiar (de las que ya no existen) sobre las últimas vacaciones juntos en la playa de Los Muertos. Así.
Como ánades nos provoca, además, y automáticamente, otra pregunta más interesante si cabe:
¿Qué habría sido de todos estos personajes cuando se produjera el desastre, unas semanas después?
Y otra que es su consecuencia lógica:
¿Qué ha sido realmente de mí y de lo que yo era entonces?
Los personajes de Calcedo siempre son complejos ensamblajes como consecuencia del infortunio, la derrota, el desastre, la muerte o la desilusión que provoca el hecho de vivir. Seres quebrados, pero aún lúcidos y todavía en pie. Hombres y mujeres, niños o jóvenes a la espera del golpe definitivo, ese que hará que todo cambie de una vez por todas o, muy al contrario, se acabe para siempre. Y de fondo, como un rumor de tormenta, la maldita (e interminable) pandemia.
Hoy, veinte meses después, los estúpidos patos han vuelto a la laguna y qué mejor, para recordarlo, que reseñar este fantástico libro de relatos sobre los momentos previos al caos. Solo nos queda por averiguar (aunque ya lo podemos intuir) cuánto tardarán estas viejas ánades en volver a ensuciar el agua.
Cuánto, en tragar otra vez la misma mierda.
Y cuanto, ¡maldita sea!, en desaparecer definitivamente.