¿Te gustaría vivir por siempre?
Pensar en ser inmortal parece un chollo a simple vista, al fin y al cabo, nos evitaría enfrentarnos a la muerte, uno de los mayores miedos de la humanidad. Sin embargo, en cuanto nos paramos a pensarlo, la inmortalidad pierde todo su encanto. Porque imagina que solo tú puedes vivir eternamente y te toca ver morir seres queridos durante siglos y siglos y siglos… ¡Sería horroroso! Y Matt Haig nos hacer reflexionar sobre ello en Cómo detener el tiempo.
A decir verdad, Tom, el protagonista de esta novela, no es inmortal, pero padece anagesia y vive mucho más que la media. Para que te hagas una idea, aparenta cuarenta años, pero en realidad nació en 1581, y a priori le quedan otros cuatro siglos de vida por delante. Pero, claro, no se lo puede decir a nadie porque pensarían que está embrujado (y lo quemarían en la hoguera), lo tomarían por loco (y lo encerrarían en un psiquiátrico) o querrían descubrir el secreto de su eterna juventud (y la ciencia experimentaría con él). Así que, por recomendación de la sociedad Albatros (una organización de personas con anagesia), se muda cada cierto tiempo para no levantar sospechas. Mientras tanto, trata de sobrellevar la muerte de su gran amor, acontecida allá por 1603, entre otras muchas desgracias que va sumando a lo largo de su dilatada existencia. Y para rematar, los achaques físicos empiezan a hacerle mella.
No todo es malo, por supuesto. Vivir tantos años le ha permitido codearse tanto con Shakespeare y como con Francis Scott Fitzgerald, presenciar multitud de hechos históricos y tener una visión global del mundo y de la historia. Pero la soledad le abruma, esa soledad de perder a los suyos y hasta a sí mismo (¿acaso se puede ser la misma persona viviendo en el siglo XVI que en el siglo XXI?). ¿Por qué sigue adelante, entonces? Porque hay una razón que le mueve a ello: encontrar a su hija, que ha heredado su anagesia y a la que no ve desde hace varios siglos.
La construcción del protagonista de Cómo detener el tiempo me parece sumamente compleja, pues para un cerebro humano es inconcebible siquiera imaginar cómo sería vivir tantísimo tiempo. Matt Haig sale bien parado de esta empresa, aunque, en otros aspectos, a la novela le falta verosimilitud. Por un lado, en la recreación del siglo XVI. En mi opinión, la forma de interactuar y pensar de los personajes resultaba demasiado actual. Por otro lado, la sociedad Albatros, que podría haber dado mucho de sí, pero apenas queda perfilada.
Pese a esos puntos flacos en la ambientación y en la trama, lo que de verdad importa de esta novela son los mensajes que transmite, que serán tantos como lectores la lean. En mi caso, me quedo con estos: es una suerte que los seres humanos no vivamos más, porque no estamos capacitados psicológicamente para ello; aprender a vivir no es cuestión de tiempo, sino de arriesgarse, y nuestra existencia, sea más corta o más larga, solo adquiere sentido si tenemos alguien por quien seguir adelante. Importantes enseñanzas estas, para dejar de aspirar a la inmortalidad y empezar a exprimir de una vez por todas nuestras efímeras vidas.
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