Como una novela

Como una novela, de Daniel Pennac

como una novela - daniel pennac

Una reflexión novelada sobre el placer de leer en libertad.

Esta es una obra insólita.  No se trata de narrativa, eso está claro, pero me resisto a calificarla de ensayo.  Quizá podría decir que es una reflexión novelada –de ahí su título, supongo– sobre el acto de leer y, muy especialmente, sobre cómo animar a los jóvenes a reconciliarse con la lectura.

Escrito desde el punto de vista del pedagogo –Daniel Pennac es profesor de instituto– pero prescindiendo de datos y tecnicismos, evitando dar consejos o “reglas de oro”, sin jerga profesional ni pedantería, sin colocarse en ningún momento por encima del lector, Como una novela es, más que un libro, una conversación entusiasta y desenfadada con un amigo que tiene las ideas algo más claras que nosotros.

 

“Pero oiga, que yo leo regularmente y además no tengo hijos.  ¿Por qué habría de interesarme a mí Como una novela?”  Pues porque está lleno de reflexiones interesantes sobre los libros, la lectura y la enseñanza, porque plantea preguntas que debemos hacernos aunque no sepamos responderlas, porque con sus planteamientos asombrosamente sencillos desmonta tópicos y tabúes demasiado extendidos (¿hay que leer?, ¿existen libros buenos y libros malos?) y, sobre todo, porque es una lectura amena, estimulante y original.

Cuando escribo un comentario sobre una novela intento revelar lo mínimo sobre su argumento, pero este caso es diferente y, además, estoy muy interesado en compartir con ustedes los planteamientos de Pennac, así que haré una excepción.

Como una novela comienza planteando el problema del adolescente que no quiere leer.  No es que se niegue, no es un acto de rebeldía; sencillamente no le gusta, se aburre.  Los libros, que tanto le gustaban cuando era un niño, se han convertido en unos tostones interminables que hablan de asuntos que no le interesan lo más mínimo.

Los padres, progenitores responsables y lectores dedicados, han hecho todo lo que hay que hacer: le leían un cuento antes de dormir, le apoyan y ayudan con los deberes, no le dejan ver la televisión o jugar con la consola –inventos nocivos que idiotizan al chaval–.  Ahora, desesperados, se preguntan qué ha salido mal.

Le acompañaron en sus primeros pasos, compartiendo cuentos cada noche junto a la cama y, cuando en la escuela le enseñaron a leer, le proporcionaron los libros adecuados para que siguiera el camino él sólo, perfectamente pertrechado para el maravilloso viaje que comenzaba.  También en aquellas primeras etapas el niño demostró interés por leer; los padres estaban satisfechos del esfuerzo realizado: iba a ser un gran lector.

No cayeron en la cuenta de que en aquellas lecturas infantiles, además de el placer de escuchar las historias, el niño encontraba una satisfacción aún mayor: compartirlas con ellos, sus padres.  Incluso cuando comenzó a leer él, lo hacía acompañado (y no nos engañemos, no le entusiasmaba leer, sino descubrir que era capaz de hacerlo).  Cada noche sus padres le abrían las puertas de un mundo de magia y fantasía y se adentraban en él con el niño de la mano, y todo ello por amor, gratis, sin pedirle nada a cambio.

Con el paso de los años, esos mismos padres que regalaban saber y fantasía comenzaron a prestarla con intereses, se convierten en usureros: el chico debe leer solo, debe comprender lo que lee y debe demostrar que lo ha hecho: tiene que devolver la inversión que se ha hecho en él.

El libro como tarea y la televisión como recompensa.  Y luego decimos que la culpa es de la cultura audiovisual y de la falta de aspiraciones de la juventud.

O de la escuela; la culpa es de la enseñanza actual y sus sucesivas reformas, de las clases masificadas, de los profesores desmotivados.  Es cierto que el colegio no trasmite a los chicos pasión por la lectura, pero es una institución y las instituciones no saben de pasiones.  La escuela es una preparación para el mercado laboral, una fábrica de profesionales (si a los padres lo que realmente les importa es que sus hijos pasen puntualmente de curso y se labren un futuro, ¿por qué le vamos a pedir más implicación a los profesores?).  A menos que el alumno tenga la fortuna de toparse con un profesor inspirado, no será en la escuela donde se enamore de los libros.

El amor por los libros: un dogma tan universalmente aceptado y tan poco practicado que asusta.  Tan dañino como todos los dogmas.  ¿Cómo se puede sentir amor por algo sagrado, monolítico, incuestionable?

Pero nosotros, que leemos y que queremos inculcar en nuestros hijos el amor por los libros, en lugar de mostrarles nuestra pasión y dejarles que desarrollen libremente la suya, nos limitamos a cantar el testimonio de su grandeza: hablamos sin parar sobre el libro en lugar de dejar que el libro hable por sí mismo.

Y eso si leemos, porque casi nunca tenemos tiempo para leer (¿cómo se transmite una pasión que no se siente?).  Gran problema, el del tiempo.  Para Pennac, quien se plantea el problema del “tiempo para leer”, lo que no tiene son ganas; el tiempo para leer, como el tiempo para amar, siempre aparece cuando de verdad se busca, porque el tiempo dedicado a la lectura, o al amor, “dilata el tiempo de vivir”.

No me quiero extender más.  Daniel Pennac ilustra estos y otros razonamientos con su experiencia docente; curso tras curso leyendo novelas en voz alta a sus alumnos adolescentes –alumnos rebotados de otros institutos, chicos y chicas que perdieron el tren del éxito y dejan pasar el tiempo sentados junto a las vías, convencidos de que no son suficientemente inteligentes para leer– ha descubierto que el amor infantil por las historias no se pierde al crecer, sólo se queda atrás, adormecido, esperando que alguien lo despierte.

Y pensando en nosotros, los lectores, Daniel Pennac pone fin a Como una novela con algo realmente audaz, algo inimaginable y sacrílego para el adepto del culto al Libro, ese santo Grial de la cultura inamovible y eterna: los derechos del lector.  Que nadie nos engañe; como lectores, podemos disfrutar de:

  1. El derecho a no leer
  2. El derecho a saltarnos las páginas
  3. El derecho a no terminar un libro
  4. El derecho a releer
  5. El derecho a leer cualquier cosa
  6. El derecho al bovarismo (leer para satisfacer nuestras sensaciones)
  7. El derecho a leer en cualquier sitio
  8. El derecho a hojear
  9. El derecho a leer en voz alta
  10. El derecho a callarnos

El derecho, en definitiva, a leer en libertad y por placer.

Como verán, Como una novela no dice nada que no supiéramos ya.  El problema es que habitualmente nos comportamos de una forma diferente.  Somos amantes del libro y actuamos como sacerdotes e inquisidores de su religión, repitiendo la letanía: “hay que leer, hay que leer”.

Y, en realidad, todo es mucho más sencillo, todo se resume en la primera frase de Como una novela: “El verbo leer no soporta el imperativo”.

Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es

12 comentarios en «Como una novela»

  1. Es de esos libros que tengo pendiente de leer. Últimamente no paro de leer fragmentos de esta novela en artículos y webs de educación y todos me llaman la atención. Además, tengo a una peque de 7 años a la que estoy intentando meterle el gusanillo de la lectura y todo lo que pueda ayudarme en esta labor lo agradezco un montón. Ahora mismo las gracias se las tengo que dar a Bob Esponja, que todos sus libros los devora.
    Besotes!!!

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  2. Pues este libro te va a interesar, Margarita. Aparte de su entretenida lectura -se lee en una tarde-, pone sobre la mesa muchas reflexiones interesantes sobre el hábito de lectura en niños y adolescentes; reflexiones sencillas y obvias, pero que que una vez leídas nos ayudan a comprender mejor algunas cosas que solemos hacer mal.
    Pennac no tiene claro cómo hacer leer a un niño, pero sí cómo hacer que no lea: obligándole.
    Gracias por tu comentario.

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  3. Ya lo he dicho que mi miedo es que mis hijos, en el futuro cuando los tenga, no les guste leer.
    Creo que este libro abre muchos debates.
    Yo recuerdo que en el colegio me enojaba porque daban libros que realmente no atrapaban. Se pretende darles clásicos tan viejos que es difícil que se sientan identificados. Todo bien con el Martín Fierro pero me veo más apta ahora para leerlo que cuando te lo daban en el colegio. La libertad para elegir que leer, sea bueno o malo al ojo de x crítico…no importa, la clave es que se disfrute.
    Y después esa sensación no se te va más, de rebuscar entre libros, en los sitios webs para ver que libro se ajusta a tu sed de lectura…y en ese sentido se repite la sensación cuando eras chico y te imaginabas el cuento que te contaban.
    Uno puede variar las lecturas y no todo tiene que remitirse a la lectura universalmente acordada como de calidad. Yo leí cosas que no aportaban más que a mi imaginación y a mi pasatiempo pero fue esa constancia de leer por placer la que me siguió arrastrando a leer por placer y descubrir a autores universalmente acordados como buenos.

    Me extendí, excelente reseña. Lo voy a leer para estar prevenida cuando tenga hijos jajajaja.

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  4. Tienes tiempo aún para leer “Como una novela” pensando en tus hijos, aunque la puedes disfrutar hoy mismo por lo amena que es y porque habla mucho de la lectura en general, como experiencia, como ocio, como aprendizaje.
    Desde luego, lo que peor casa con la lectura, que debería ser una puerta a la imaginación, son las obligaciones. Pero también son dañinos los cánones, los este-libro-es-imprescindible, los prejuicios… fíjate que Pennac defiende en su obra que efectivamente hay libros buenos y libros malos (y lo argumenta con una sencillez incontestable) pero a la vez defiende nuestro derecho a leer los libros malos si nos apetece. Él recuerda, por ejemplo, como pasó de las novelas románticas de apuestos médicos y enfermeras entregadas a “Doctor Zhivago” para encontrar con sorpresa una gran obra de la literatura universal con los mismos protagonistas.
    En el fondo, lo importante no son los libros, sino lo que sucede en nuestro interior mientras los leemos.
    (Yo también me extendí.)

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  5. Después de leer esta reseña, me apunté el título del libro y me fui a la biblioteca a cogerlo. Me ha gustado mucho. Un gran acierto para los que ya somos lectores, para que no aburramos a los que tenemos al lado y les sepamos transmitir nuestro entusiasmo por la lectura. Gracias por acercarnos todo tipo de libros

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  6. Gracias a ti, Esther, por tu comentario. Dado que aquí tratamos de recomendar libros que nos han gustado, es muy gratificante encontrar mensajes como el tuyo. Y más tratándose de este libro, que es toda una invitación a la lectura.

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  7. La verdad es que me habían dejado de “tarea” leer este libro; aunque me gusta mucho leer, he perdido un poco ese maravilloso acto así que vine a ver fragmentos para hacer mi trabajo! y termino de leerlo y tengo ganas de leer la obra entera! Gracias, mil gracias. Esta ha sido una gran ayuda para inspirarme a leer este y muchos otros libros. Bendiciones <3

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