Contra aquellos que nos gobiernan, de Lev Tolstói
Todas las tentativas que hasta aquí se han hecho en diversos países para derribar los gobiernos por la violencia no han conseguido jamás sino sustituir al que se derrocó por otro nuevo, a menudo más cruel que el primero
Durante la celebración de la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos de invierno de Sochi se representó un recorrido por la historia y las tradiciones de Rusia y entre los muchos homenajes incluidos en el mismo se puso en escena la icónica imagen de Tolstói en su escritorio de Yásnaia Poliana, como reconocimiento de la importancia capital del gran escritor en la historia rusa. Es curioso. A poco que uno conozca al Tolstói maduro le resulta inevitable aventurar el horror que habría sentido ante la celebración de un evento como ese con un coste de 50.000 millones de dólares y de la indignación que le provocaría la utilización de su imagen en el mismo. Para encontrar algo más contrario a su ideario habría que recurrir a la situación de Crimea, por poner uno de los muchos ejemplos que, desgraciadamente, siguen siendo tan fáciles de encontrar hoy como en vida del escritor. Resulta curioso cómo un gobierno (y digo gobierno con la esperanza de que ese, y no pueblo, sea el término adecuado), o tal vez debiera decir un Estado, es capaz de mostrarse impermeable a la influencia del pensamiento de una figura tan notable como lo fue Tolstói y sin embargo fagocitar su imagen y utilizarla groseramente en beneficio de sus propios intereses. La publicación de este libro titulado tan pertinentemente Contra aquellos que nos gobiernan viene a poner un poco de justicia en esa perversión que supone el vaciamiento de la imagen de Tolstói, en su conversión en icono publicitario carente de contenido intelectual. Errata Naturae recupera este ensayo en el que Lev Tolstói le decía a los gobernantes de entonces y a los de ahora, en tanto que representantes de un sistema esencialmente injusto, lo que pensaba de ellos. Y son palabras sobre papel, pero de una fuerza infinitamente más poderosa que cualquier ceremonia fatua por muchos millones que se invierta en ella. Con que la lectura de este magnífico libro sirviera únicamente para eso, para poner en valor el poder de la palabra y el pensamiento, sería suficiente. Pero sirve para mucho más.
Contra aquellos que nos gobiernan no habla sólo de no violencia, habla a favor de algo que la crisis ha puesto de moda: la vida sencilla. No se trata de no producir ni de vivir en cuevas comiendo únicamente lo que se siempre, no es a la caverna donde Tolstói se dirige sino a una sociedad más justa. Él mismo da la llave:
Con que los hombres comprendan únicamente que no pueden sacrificar la vida de sus semejantes para satisfacer sus propios deseos, sabrán aplicar todos los progresos de la industria a salvaguardar, en vez de comprometer, tantas existencias preciosas, y para conservar el poder adquirido sobre la naturaleza hasta donde es compatible con la emancipación de la humanidad.
Tolstói hace algo tan sencillo como reivindicar una organización social basada en el acuerdo entre iguales en lugar de una basada en la imposición a través de la violencia en sus diversas formas de la voluntad de unos pocos. Cierto es que hay en su argumentación una parte intemporal y de plena vigencia y otra que conviene valorar en referencia al momento histórico en que fue escrita (esencialmente me refiero al valor que Tolstói le daba al trabajo agrícola, probablemente correcto pero difícilmente extrapolable a nuestros días). Lo realmente imprescindible no es la aplicación concreta que de sus propias ideas pudiera hacer el autor al tiempo y al espacio en los que le tocó vivir, lo verdaderamente trascendente es su argumentación en contra de toda violencia, de toda dominación. Trasladar esas ideas a la realidad de cada lector es trabajo suyo, no de Tolstói.
Por ello, en otras épocas, para rechazar la violencia de los hombres armados, debían armarse los hombres y oponer a la violencia armada otra violencia igualmente armada. Pero hoy el pueblo está amenazado no sólo por la simple violencia, sino por la astucia que sirve a aquélla de eficaz auxiliar, es preciso, para destruir la violencia, desenmascararla y hacer patentes las mentiras en que se apoya
Si hay un tema recurrente en Contra aquellos que nos gobiernan es el rechazo a la violencia organizada y la identificación que de ésta se hace con los Estados: Desde el momento en que hay leyes. Es necesario que haya una fuerza para hacer que se cumplan. Ahora bien, la sola fuerza que puede obligar a los hombres a observar ciertas reglas, a hacer lo que otros han querido, es la violencia: no aquella simple violencia que los hombres emplean a veces unos contra otros en un arrebato de pasión, sino la violencia organizada, consciente, aquella precisamente de la que se arman sus gobiernos para asegurar la aplicación de sus decretos, es decir, para imponer sus voluntades o las de la clase rica y dirigente. O, como expresa de forma más sencilla: La causa de la desdichada condición de la clase trabajadora es la esclavitud. La causa de la esclavitud son las leyes. Las leyes se apoyan en la violencia organizada. Por lo tanto no se podrá remediar la condición de los trabajadores sino destruyendo la violencia organizada.
Una de las objeciones que se podrían plantear a la viabilidad del modelo que propone Tolstói es que para ponerlo en práctica más que un cambio de organización social lo que haría falta es un cambio en la propia naturaleza humana. Él no lo cree: Se dice que con los gobiernos desaparecerán las grandes obras sociales, los establecimientos de instrucción y de educación que son de utilidad pública. ¿Pero qué razones hay para hacer una suposición parecida? ¿Por qué pensar que sin gobierno los hombres, trabajando en su propio interés, no sabrán organizar la sociedad tan convenientemente como lo hacen hoy, supuestamente a favor de otros, nuestros gobernantes? En todo caso, si asumiésemos que dicho cambio es necesario, habrá que convenir que si éste se puede lograr de algún modo será sin duda gracias a medios como el que Tolstói pone en pie en Contra aquellos que nos gobiernan: la argumentación y la palabra.
Una de dos: los hombres son o no son seres racionales. Si no son racionales, no cabe establecer entre ellos diferencias acerca de su razón, y entonces todo deberá regirse por la violencia, sin que haya motivo para conceder a uno y no a todos el derecho a usar la violencia. Esto es la condenación de los gobiernos. Pero si los hombres son racionales, sus relaciones deben estar fundadas sobre la razón, y no sobre la violencia de aquellos de entre ellos, por azar, se apoderaron del poder. Esto también condena la existencia de los gobiernos.
En todo caso, el propio Tolstói asume que sus tesis (básicamente que ningún hombre honrado debe colaborar con un gobierno) deben asumirse gradualmente, él mismo advierte de la tentación de desmantelar una torre de mil ladrillos quitando primero los de la base (Entre el orden actual de las cosas, fundado en la violencia, y el ideal de la vida social en que los hombres resultarán unidos por su consentimiento racional y en el que únicamente las costumbres mantendrán la cohesión, existen innumerables grados, que la humanidad, siempre en marcha, recorre sucesivamente. Pero los hombres no se acercan a este ideal sino liberándose gradualmente, desacostumbrándose de la violencia, renunciando a aprovecharse de ella), y entiende que mucha gente pueda creer que realmente es necesaria para la organización de la sociedad el recurso del Estado a herramientas represivas, y él mismo se defiende de eso poniéndose en el lugar de quien no comparta sus ideas pero trate de ser honesto con sus semejantes:
«Quizás», dirá todo hombre sincero y honrado, «un gobierno basado en la violencia sea necesario para garantizar el bien común de las sociedades. Puede que esto esté probado por la historia y que vuestras disertaciones sean exactas. Pero el asesinato es un mal, y no necesito ninguna disertación para comprenderlo perfectamente. Pidiéndome que forme parte de un regimiento, o bien dinero para pagar y armar a soldados, comprar cañones o construir acorazados, me pedís simplemente que contribuya a asesinar, y no solamente no quiero, sino que no puedo hacerlo. Del mismo modo, no quiero y no puedo disfrutar del dinero que con amenazas de muerte habéis obtenido de hombres hambrientos, no quiero gozar de la tierra y de los capitales que protegéis, pues sé que los protegéis merced al asesinato»
Andrés Barrero
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