Contra toda esperanza

Contra toda esperanza, de Nadiezhda Mandelstam

Allá, detrás de las alambradas,
en el corazón de la taiga profunda,
llevan mi sombra al interrogatorio.
Ana Ajmátova

Hay quienes mediante sus memorias cuentan su vida y hay aquellos cuyas memorias cuentan la vida, explican una época. Este es el caso de Nadiezhda Mandelstam, viuda del poeta Osip Mandelstam y responsable de una de las memorias más brillantes y esclarecedoras de cuantas se hayan escrito sobre un tiempo, un lugar y un número, el 58 del temido artículo, sobre el que muchos otros escribieron. Es posible que las memorias siempre sean un ajuste de cuentas, aunque sea con uno mismo (la coincidencia del título de estas, Contra toda esperanza, y el nombre de la autora, cuya traducción es Esperanza, no es casual), pero si éstas lo fueran lo serían de un modo sereno, tan crítico como autocrítico y tan carente de resentimiento como de condescendencia. Este libro está lleno de dolor, pero no está escrito desde el dolor sino desde el esfuerzo por aunar su verdad y la verdad, desde la independencia de quien se sabe intelectual, en el sentido que nunca debió perder el término, y es consciente de los deberes que eso conlleva.

Y sí, esta es la crónica de una vida ajena a la genuflexión, aferrada a la independencia y la libertad, aunque sea en su último reducto, o en realidad la de dos vidas, porque Contra toda esperanza son las memorias de Nadia Mandelstam tanto, o quizá más, como lo son de su marido. Pero con ser impagable el valor documental que tienen acerca de la vida susurrada durante el terror estalinista, no es esa la faceta que más me ha deslumbrado de esta obra sino la de testigo de excepción del acto de creación del poeta. Osip Mandelstam puede que fuera uno de los poetas más grandes de su generación, máximo representante junto con Ajmátova del acmeísmo, y el testimonio de su mujer nos permite adentrarnos en ese territorio tan raramente observado de la creación artística, que en su caso, tal y como está aquí narrado, es pariente más cercano de la música que de cualquier otra expresión artística.

Aparecen además en Contra toda esperanza muchos personajes de los que integraban el mundo de la cultura rusa durante el estalinismo, y aparecen tal cual los percibió Nadiezhda Mandelstam, con sus fortalezas y sus debilidades. No hace la autora ningún esfuerzo por ocultar las miserias de nadie, pero tampoco intenta magnificarlas ni ocultar sus bondades, y aun diría más, el esfuerzo más difícil, el de comprenderlas, es uno de los ejes de ese libro. Y no es que edulcore nada en absoluto, al contrario, sencillamente es honesta. Parece ser que pese a su apariencia de debilidad era no sólo fuerte, de eso no cabe duda al conocer de su mano la vida que vivió, sino que era un tanto hosca e incluso en muchos casos su conciencia de su propio conocimiento de la realidad se manifestaba con un punto de arrogancia. No importa. Sólo quienes confundan la brillantez con la arrogancia pueden tener algo que reprocharle a estas prodigiosamente honestas memorias. Un ejemplo de esa honestidad es que Nadiezhda Mandelstam desmiente la leyenda según la cual en una cafetería el poeta arrancó de las manos a un chequista ebrio los papeles en los que se vanagloriaba de tener anotados los nombres de futuros detenidos y los rompió, aunque no es menos cierto que dio otras muestras de ese valor suicida e inconsciente que tan propio les es a los poetas que convierten su vida en una más de sus obras.

Nadia Mandelstam fue una de las personas que jugaron un papel que se me antoja fundamental para el conocimiento que hoy día tenemos de la literatura rusa, en una época en que el papel era tan peligroso que costaba la vida, ella memorizó la obra de su marido, se arrogó la responsabilidad de que ésta sobreviviera a ellos y a su época y en el magnífico prólogo de Joseph Brodsky se juega con la siguiente idea: la poesía fermentó en su memoria de forma que este libro es el fruto del florecimiento de esa obra poética en la única forma en que la poesía puede transformarse sin dejar de ser fiel a sí misma: en prosa. La sola idea de las bibliotecas vivientes ya es literaria, desconozco si Bradbury tenía en mente a estas personas reales cuando las convirtió argumento, pero el hecho de que los textos no sólo se preserven sino que evolucionen y se transformen en nuevas realidades es de una fuerza impagable.

Los fantasmas del suicidio (como última obra de creación del artista) y de la enfermedad mental recorren estas líneas de la misma forma que lo hace todo lo demás, a través de una mirada honesta y sin concesiones, una mirada que no es diferente cuando mira al dirigente que les niega la posibilidad de trabajar que cuando mira a los amigos o a si misma. La carga emotiva es innegable, pero no empaña en ningún momento la lucidez que impregna estas páginas, desde la primera a la última.

Llama la atención que en una sociedad en el que hasta el valor de la vida parecía depreciado oficialmente, la poesía fuera sin embargo tan respetada y, por tanto, considerada peligrosa. El propio Osip Mandelstam lo decía, “de qué te quejas —me decía —, éste es el único país que respeta la poesía: matan por ella”. La presencia en estas páginas de la poesía es constante, su creación, su relación con la propia vida, su texto, toda ella. En las memorias de Nadia esta Osip tan vivo como en su poesía de la misma forma que la poesía no sólo la escribió, sino que la vivió y hasta sus últimas consecuencias. El origen no, pero el desencadenante de sus detenciones, destierros y ostracismos respectivos fue, como no podía ser de otra manera, un poema, uno en el que dice nuestras voces a diez pasos no se oyen, que es la imagen más certera de cuantas se han escrito sobre esa realidad. En el día a día de un pueblo de naturaleza expansiva obligado a vivir susurrando, en la negación de su propio espíritu, quedaba la poesía. Aunque se susurrara igualmente, circulara de boca a oído o en forma de samizdat, le queda a esos poetas (Mandelstam, Ajmátova, Tsvietaieva, Pasternak y tantos otros) el consuelo, aunque sea a título meramente histórico, de que sus compatriotas vivieron sus escasos destellos de libertad a través de sus poemas y al final éstos sobrevivieron. Puede que sea un triste consuelo, pero si algo queda claro en estas memorias es que Mandelstam lo sabía, y pese a todo, el camino que transitó junto con Nadiezhda, lo transitó con plena conciencia de los riesgos y de su destino final.

 El trabajo del poeta tiene carácter social y plasma la vida humana porque el portador de la armonía es hombre y vive entre los hombres cuyo destino comparte. No habla «por ellos», sino con ellos, no se separa de ellos y en ellos reside su verdad.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

5 comentarios en «Contra toda esperanza»

  1. ¿No ves como los poetas sois unos rebeldes?;-) Pero tienes toda la razón, el libro es bueno independientemente de quien sea el marido de la autora.
    Gracias y un abrazo,

    Andrés

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  2. Me ha encantado esta reseña.Leí este libro hace años, y todavía tengo de él un recuerdo tremendamente vívido: ese deambular de un sitio a otro, ese frío, esas cebollas, ese barro, y sobre todo, las ideas de Mandelstam sobre la poesía.
    Se trata, posiblemente, de uno de los libros más tristes que he leído, sobre una de las épocas más tristes y aterradoras del siglo XX. Existe una segunda parte, Esperanza Abandonada, que es también muy bueno, aunque bastante más denso que éste.
    Un saludo.

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  3. Muy conmovedor !! Extremadamente duro y admirable esta mujer los sacrificios que ha atravesado por su amado esposo y por la poesía !!! Toda mi admiración !! Una joya

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