Me encanta la poesía – aunque debo reconocer que no es mi género preferido, el relato siempre estará por delante – y esta ha sido una de las razones por las que no he podido dejar pasar este acercamiento que ofrece Nórdica Libros a la poesía contemporánea danesa en Copenhague huele a París.
Formando parte de la colección letras nórdicas, este compendio de poetas traducidos por Daniel Sancosmed busca ser la entradilla a una poesía que debe mucho, como tantas otras – o quizás todas las contemporáneas – a la corriente francesa de los últimos siglos, con Rimbaud siempre como estandarte. Vemos el tratamiento de temas como el cuerpo «como catedral de las palabras», la ciudad, la noche y el punk. Destacando la figura de Michael Strunge, quien renovó el lenguaje poético danés; este admirador férreo de Bowie es la mecha de una generación de poetas daneses que se han dado cuenta de que el cambio que buscan sus poemas no debe ir dirigido a lo social – como antes se hacía – sino a lo individual; que buscar la transformación de la persona que está leyendo ese poema es necesario, obligado y vital para ellos, los poetas. Strunge consiguió, aun habiéndose suicidado con tan solo veintiocho años, que todo un grupo de escritores en verso cogiera las riendas que él dejó para seguir ofreciendo poesía con la que calentar los duros y largos inviernos daneses.
Una de los aspectos que más destaca de este poemario y una de las razones por las que se puede defender que no estamos ante una generación propiamente dicha, es la disparidad de estilos, de formas y de temas que cada uno de estos poetas trata en sus versos. Vamos de lo carnal a la oscuridad de la noche en Copenhague, pasando por infinidad de temas distintos, pero siempre con el reflejo interior de un yo poético roto.
Si tuviera que quedarme con alguno de los doce poetas que forman este poemario creo que lo haría con Pia Tafdrup, alguien que por supuesto no conocía pero que me ha obligado a tener que repetir la lectura de sus poemas – sobre todo No somos animales de un día – para acabar esta siempre de la misma manera: asintiendo con una sonrisa y volviéndolo a empezar. Eso es lo mágico de la poesía: que siendo escrita cuando lo fuera, siempre hay algún verso que define lo que sientes o has sentido en algún momento de tu vida. Conectar es básico y esencial, como la conexión, en este caso, entre Copenhague y París.