Reseña del libro “Coraline (edición ilustrada)”, de Neil Gaiman y Aurélie Neyret
La primera vez que leí Coraline supe que Neil Gaiman había creado algo único. El escritor natural de Inglaterra había conseguido escribir una historia que evolucionaba a medida que el lector crecía. Si la lees siendo un niño hallarás aventuras que te llevan a un mundo algo tétrico pero definitivamente fantástico. A medida que el lector crece, a medida que alcanza la edad adulta y con ella se acrecientan sus miedos, el cuento muestra todas sus facetas, las que estaban y las que solo se intuían. El niño lee y descubre un espectáculo de seres imposibles. El adulto lee y sabe que niños con un sexto sentido, seres que medran en la oscuridad y cadáveres parlantes forman parte de las historias góticas de fantasmas. Las macabras ilustraciones creadas por DaveMcKean a base de collages, y que distorsionaban todavía más la realidad, ponían su granito de mal rollo a todo el conjunto. Al final, sería el propio Neil Gaiman el que describiría mejor su novela: “Los niños leen esta historia como una aventura, pero los adultos la viven como una pesadilla.” Ahora, casi veinte años después de su primera publicación, y gracias a la editorial Salamandra, nos llega una nueva edición en formato álbum ilustrada por la artista Aurélie Neyret.
Coraline empieza con una mudanza y un nuevo hogar en el que vivir. El lugar es una vieja mansión de tres pisos con muchas estancias. Los padres de Coraline se pasan todo el día trabajando y haciéndole poco o nulo caso y como son vacaciones de verano la niña decide explorar todo el edificio así como sus inmediaciones por sí sola. Pronto descubrirá una puerta, tras esta hay una pared de ladrillos. Pero el tabique pronto desaparecerá para dejar paso a un pasillo que conduce a una casa igual a la suya. También hay unos padres como los suyos. Aunque algo diferentes, pues por ojos tienen botones, su piel es lívida y las uñas que crecen en sus dedos son afiladas. Al otro lado el gato habla, las ratas corretean como seres de pesadilla y sus vecinos actúan de forma muy extraña. Neil Gaiman poco a poco nos va revelando los entresijos que se esconden tras la niebla que envuelve a la casa, como un tramoyista que maneja con cuidado los decorados crea el ambiente necesario para ofrecer una aventura con cierto gusto por lo siniestro. El lenguaje es apropiado y accesible a los niños además de mostrar la riqueza y sensibilidad de las historias que padres cuentan a sus hijos para que alcancen el sueño. Esa delicadeza a la hora de narrar y lo bien que encajan todos los elementos es probable que se deba a los diez años que Gaiman tardó en escribir Coraline. Empezó la historia pensando en su primera hija y la acabó para la segunda. Y a pesar de los monstruos, esa mano que camina sola, la madre doppelganger de ojos muertos y los niños cadáveres que emiten lamentos desde el más allá, a pesar de que Coraline es indiscutiblemente, y curiosamente, un cuento de terror para niños, es también una bonita carta de amor de un padre para sus hijas.
Pensar en el personaje de Coraline es quizá imaginarse a una niña de cabello azul que viste chubasquero y botas de agua amarillas. Una figura icónica que resultó la interpretación del personaje para la adaptación a la película de animación de Henry Selick. Pero Neil Gaiman apenas esboza al personaje, así que la ilustradora Aurélie Neyret reinterpretó su figura al igual que el mundo en el que se adentra. Aurélie Neyret es una ilustradora francesa que se hizo mundialmente conocida gracias a los cómics Los diarios de Cereza. Aunque normalmente elabora su trabajo en digital, para Coraline retomó pluma y pinceles. De esta manera, con dibujos a acuarela que toman las páginas al completo, concibe una heroína de ojos vivarachos y de cabello blanco. Las bellísimas ilustraciones que encontraremos en Coraline casan a la perfección con la narración y, con un poco de tenebrismo en las escenas de mayor angustia y una luz cálida en los momentos de esperanza, dotan de una magia particular a un libro que de por sí ya iba sobrado.