Quería empezar esta reseña hablando de la conexión que ciertas personas sienten hacia algún elemento de la naturaleza. Por ejemplo, están los que aman el fuego, los que se sienten atraídos por ese color o esa fiereza que tanto le caracteriza. También están los que sienten un vínculo especial con las piedras, con el poder que transmiten y la conexión que experimentan cuando tocan una cargada de energía. Conozco personas que adoran el viento (como mi madre), a las que no hay nada que les guste más que estar en mitad de una montaña sintiendo cómo el viento les rodea. Y luego están los que, como yo, sienten algo especial cuando están dentro del agua.
Mis padres siempre me cuentan que la primera vez que yo entré en una piscina tenía tan solo un mes. Estábamos en Vinaroz, el pueblo de mi abuela, y el calor sofocante hacía que mi madre tuviera que meterme en la piscina para que no me subiera demasiado la temperatura. No sé si eso fue lo que despertó en mí un amor profundo hacia el agua pero desde entonces tengo la necesidad de nadar cada poco tiempo. Si no puedo ir a la playa porque en Cantabria vivimos casi en un invierno eterno, me voy a la piscina. Si no, me voy de viaje a algún sitio en el que pueda bucear y descubrir las profundidades del mar. Y si no puedo hacer nada de eso, simplemente me lleno la bañera para desconectar un buen rato. Lo que sea, con tal de sentir durante un tiempo que mi cuerpo está en la nada.
Por eso cuando empecé a leer Corazón de escamas supe desde el primer momento que me iba a gustar, ya que su protagonista, Carlos es un nadador profesional. Ahí me puse cómoda y me preparé, porque estaba segura de que toda la acción del libro tendría lugar entre piscinas y agua. Pero lo que no sabía es que no era así del todo: sí, habría agua, pero estaba muy equivocada al pensar que el escenario principal iba a ser una piscina de competición.
Y es que Carlos, invadido por un gran sentimiento de responsabilidad al ver que no ganaba lo suficiente y que sus rivales eran más fuertes y rápidos que él, decidió doparse. Un pinchazo y una transfusión de sangre bastaron para retirarle de las piscinas durante cuatro años. Cuando eres un campeón, cuando lo has ganado todo y te quitan lo único que le da sentido a tu vida, parece que está todo perdido. En ese momento, Carlos decidió que jamás volvería a nadar, tiraba la toalla. Ya encontraría algo diferente en lo que invertir su tiempo y su energía. Pero cuando estás tan hecho al agua llegando casi a formar parte de ella, es muy difícil encontrar otra cosa que te haga feliz.
Por eso Steve, el mejor amigo de Carlos, no quiso que este se rindiera y, aprovechando que había creado una empresa de equipamiento deportivo, quiso que su amigo fuera la imagen de la misma. Carlos solo tendría que hacer una cosa: vencer la inseguridad que le daba nadar en el mar y conseguir una serie de retos que le llevarían a nadar por todo el mundo, batiendo récords y reinventándose a sí mismo.
Así que este libro, escrito por Rafael Clavijo, trata de eso: de la superación. De enfrentarse a los miedos, a los retos y, sobre todo, a las malas decisiones que todos tomamos alguna vez a lo largo de nuestra vida. Carlos no lo tuvo nada fácil, y más cuando esa decisión que tomó afectó a todos los ámbitos de su vida, más concretamente a la relación con su padre, su entrenador. Pero saber aprender de los errores y enfrentarse a ellos es lo que permite que cualquiera, Carlos el primero, pueda salir adelante.
Corazón de escamas es un libro cortito, que se leer muy rápido y sin pausa. Es muy entretenido ver cómo su protagonista se enfrenta a todos esos miedos e inseguridades que se agolpan a cada instante dentro de su cabeza. Si le tengo que encontrar una pega es que no sentí la conexión con Carlos que me hubiera gustado tener. No sé si es porque es un personaje muy reservado o cuál ha sido el motivo, pero no he llegado a meterme dentro de la mente del protagonista y sentir lo mismo que él sentía. Y es una pena, porque para mí hubiera sido muy interesante ser capaz de vivir lo mismo que vivía Carlos en su historia. Sobre todo cuando le invadía el miedo o la incertidumbre de no saber si iba a superar un reto; o, al contrario, la alegría cuando un desafío estaba a punto de terminar. En definitiva, como si fuera yo la que estuviera nadando.
Esto que estoy diciendo puede que sea un problema mío, puede que yo no haya sabido conectar con el protagonista como debería haberlo hecho, así que espero que el que lo lea comparta sus impresiones al respecto para entender por qué yo no he sido capaz de tener esa conexión.
Pero, sin ponernos tan profundos (entiendo que yo misma a veces le pido demasiado a los libros) es una trama que me ha gustado mucho. Sobre todo la historia del hombre-pez, de la que solo voy a hacer mención porque no quiero desvelar nada más, me ha mantenido intrigada hasta que he terminado el libro. Eso en concreto, lo del hombre-pez es lo que ha hecho que quisiera leer más y más, para saber qué estaba pasando. Aquí tengo que decir que es posible que al principio el lector se sienta un poco perdido, porque la historia de este hombre aparece de repente intercalada con la de Carlos, pero poco a poco las cosas se van aclarando y todo cobra sentido.
En cuanto a la narración tengo que decir que me ha gustado mucho. Rafael Clavijo hace uso de un lenguaje claro, directo y nada farragoso. Eso para mí es muy importante. No me suelen gustar demasiado los libros que son muy descriptivos, esos en los que para contarte una cosa, el autor da mil vueltas. Me gustan los libros que son directos, los que van al grano. Con diálogos claros, necesarios y naturales. Así que mis expectativas en cuanto eso (que para mí es muy, muy importante) se han cumplido perfectamente.
En definitiva, he quedado muy contenta con la lectura de Corazón de escamas, sobre todo por la originalidad del tema, del que no había leído nada con anterioridad. No habré sentido esa conexión con Carlos, pero sí que he sentido sus mismas ganas de tirarse al agua para poder flotar un ratito más. Quizás sea el momento de despedirme de vosotros, cerrar el ordenador e irme a la piscina para sumergirme unos momentos más en mis pensamientos.
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