Reseña del libro “Correspondencia”, de Stefan Zweig y Richard Strauss
«Un individuo no puede enfrentarse a solas contra la voluntad o la locura del mundo; suficiente fuerza hace falta para mantenerse dignamente en pie y rechazar los sentimientos amargos y hostiles.»
Desde que leí por primera vez a Stefan Zweig, con su novela ‘Carta de una desconocida’, supe que continuaría leyéndolo. Quizás no toda su obra porque es extensísima, pero sí todo lo que pudiera. Es increíble la maestría que tiene para mostrar lo mejor y lo peor de la naturaleza humana, la intensidad de nuestras emociones y la fugacidad de nuestros deseos. Y, lo que más me gusta, es capaz de transmitir de una manera tan bella algunos de los valores más importantes, como son el altruismo, la empatía o el respeto a los demás, sea cual sea su cultura, procedencia o ideología. Y, aunque son cosas que se deberían dar por hecho, hacen bastante falta, tanto en la sociedad en la que él creció como en la que nosotros nos encontramos.
Este pequeño libro es también otra muestra de ello. Desde el principio, se puede ver fácilmente la tremenda admiración que este siente por Richard Strauss, además de sus ganas de colaborar con él en sus proyectos musicales. Lo que empieza en una simple carta se convierte en años de correspondencia. Y lo que empezó como una colaboración conjunta en términos profesionales acaba convirtiéndose en una amistad verdadera en la que apoyarse mutuamente en los momentos convulsos que les tocó vivir, cuando comenzó el nazismo y se empezó a fraguar la 2ª Guerra Mundial:
“Vivimos en una época que cambia de semana en semana y tenemos que acostumbrarnos a suprimir la palabra seguridad de nuestras vidas. Lo único que puede hacerse es actuar de acuerdo con las propias convicciones.”
Porque no se puede separar a los artistas de los contextos históricos en los que crecen y se desarrollan profesional y personalmente. Y, así, ambos encuentran diversas amenazas hacia su trabajo a las que se enfrentan juntos, apoyándose el uno al otro aunque no sea fácil. Porque Zweig era judío y no quería perjudicar a su amigo y este, pese a todo, continúa trabajando con él y lucha para que se le dé su lugar y se mencione su nombre en las óperas en las que colaboran.
En este último punto, destacar que sus conversaciones en torno a los temas de sus óperas, sus personajes y lo que hacen a lo largo de la obra y los sentimientos expresados a través de las palabras me han encantado. El proceso que siguen es totalmente natural y se entienden tan fácilmente que es un gusto leerlo. Se nota en cada página que ambos son unos genios y que tenemos suerte de haber podido acceder a cada una de sus cartas, sentir su cercanía y el inmenso respeto y admiración que se tienen el uno al otro. Todo ello en un tono informal y un lenguaje sencillo, fácil de leer y una narración que fluye como la seda a medida que vas leyendo. Una muy buena lectura para leer en los ratos de verano.
Que maravilla de edición y que gran reseña. Felicidades