Hay, en la provincia de Toledo, un pueblo llamado Aldeanueva de San Bartolomé, aunque es conocido por todos como Aldeanovita; Aldeanovita, la bien nombrada. Este pueblo seco y avellanado, en el que hoy en día no habitan más de seiscientas personas, tiene tras de sí una historia larga, llena de leyendas misteriosas, personajes ilustres y anécdotas varias que demuestran el ingenio de su gente, más que acostumbrada a la emigración y al trato.
Es tanta la sabiduría y humanidad que encierran sus historias de otros tiempos, esas que pasaron de boca en boca en el corro de las mentiras —nombre con el que se conoce a la encrucijada del pueblo donde los mozos se reunían tras una dura jornada de trabajo para charrar— y que ahora se cuentan al calor de la lumbre, que el pueblo entero se volcó, allá por el año 2008, en el concurso de relatos cortos que se convocó para rememorarlas. Y como no querían que ninguna historia se quedara en el tintero, hubo varios concursos más. De la recopilación de todos ellos ha surgido El corro de las mentiras, editado por David García Villa, donde escritores curtidos y noveles han dejado constancia de las historias populares de Aldeanovita, para que nunca las olviden los lugareños y las disfrutemos los forasteros.
A través de estos treinta y cuatro relatos cortos, he conocido la leyenda de cómo los lobos acabaron siendo exterminados y la de la maldición del Rey Moro que pesa sobre uno de sus senderos, por el que procuraré no pasar, no vaya a ser que tenga algo de real. También he sabido de las andanzas y desventuras de personas que fueron muy populares en esa tierra manchega, como la Amortajá, el Matamulas, Juan Puntillas, el Cacharrero, el tío Pantalones Blancos o el Sembraos. He descubierto por qué los niños tenían miedo a la Pata Blanca o a que el «coche de punto» apareciera y se los llevara. O cómo llegó el juego del truco hasta Argentina, de dónde nace esa afición de ir al cine, tan arraigada entre los habitantes de Aldeanovita, o cómo se enteraron de los beneficios terapéuticos de sus aguas.
Su prosa me ha retrotraído a otros tiempos, cuando me acurrucaba en el regazo de mi abuela para escuchar sus historias del pueblo y de la vida, aunque a veces me hiciera temblar de miedo. Con los relatos de El corro de las mentiras, he vuelto a viajar a la posguerra, con sus mujeres enlutadas y sus hombres con ropas de labranza. He sufrido con las miserias del hambre y he salivado con los guisos cuando se ha dado la ocasión. Unas historias me han hecho reír, otras me han provocado ternura y más de una me ha puesto el estómago del revés por su crudeza. Al igual que hacían las historias de mi abuela.
Por eso, ha sido un gusto para mí leer El corro de las mentiras. Ojalá la iniciativa de Aldeanovita sirva de ejemplo al resto de rincones de España, para que así todos podamos rememorar nuestras propias historias rurales. Pero, mientras ese momento llega, os recomiendo leer este memorial de Aldeanovita, la bien nombrada, porque seguro que sus protagonistas os resultarán familiares y cercanos, de tan parecidos que son a esos otros que un día conocisteis en persona o de boca de vuestros padres y abuelos.
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