Con Corrupción policial, el lector es libre de elegir cómo quiere leerlo. En verdad, esto se aplica a cada libro que podamos leer en la vida, sea cual sea; sin embargo, no es tan usual que se pueda aplicar a una novela de aspiraciones principalmente comerciales y de entretenimiento, como es, supuestamente, el caso de todas las obras de Don Winslow, más enfocadas al mercado que a la trascendencia; máxime teniendo cierto conocimiento del tipo de personaje que suele protagonizar sus novelas.
Corrupción policial no es una historia de buenos y malos; es, más bien, una historia de malos, peores y pésimos. Tan es así, que el lector que busque un héroe con el cual identificarse y al cual animar y desear que tenga un final feliz se puede sentir perdido o, tal vez, estafado. El referente que nos ofrece o propone Winslow es Denny Malone, quien, al comenzar la novela, que no la historia, está en la cárcel. Nos enteramos, acto seguido, de que es un superpoli caído en desgracia; otrora rey de las calles junto con su equipo, un cuerpo selecto de policías con licencia para todo con tal de hacer valer… ¿el qué? ¿La justicia? ¿El imperio de la ley? ¿O su propia ley, sea ésta cual sea? Lo que fuera que hacían valer se nos comienza a describir con pelos y señales, con vívidas escenas y frías pormenorizaciones de los actos que cometían los servidores mejor considerados y más temidos de la ley y del orden, y he aquí -es decir, en los primerísimos compases- donde el lector comienza a sentir que en esta novela va a quedar huérfano de referentes morales, de alter egos ficticios en los que encarnarse para elevarse sobre la sucia y deprimente realidad.
La característica principal de Corrupción policial es esa misma: que todo el mundo está corrompido y que el autor nos muestra claramente esa corrupción; pero obligándonos para ello a conocer la historia desde el punto de vista del supuesto héroe, el protagonista, Denny Malone. Podremos odiar a Malone por cómo ha llegado a ser, por sus acciones impunes, desvergonzadas y, en ocasiones, imperdonables, escandalizadoras, inmorales; pero es a él a quien debemos seguir. Y lo seguiremos mientras protagoniza su historia de decadencia moral, de descenso a los infiernos humanos y, más tarde, sociales, corporativos, políticos, personales. Lo que sucede es que Malone es imperdonable por una cosa más: porque nos va a servir en bandeja toda una serie de excusas, discursos autoexculpatorios, justificaciones de lo que ha hecho y de por qué lo ha hecho. Lo hace con convicción, aportando argumentos de cierto peso: si hay traficantes, gángsters, mafiosos, y también hay abogados, fiscales, jueces, políticos de todo tipo y de todo nivel que se lo llevan crudo gracias a fraudes, engaños, compraventa de drogas, apaños, amaños, mentiras, juego sucio y crímenes leves y graves, ¿por qué nosotros no? ¿Por qué unos policías, que no son otra cosa que buenos muchachos nacidos en familias trabajadoras, con hijos a los que criar y enviar a la universidad, no pueden también llevarse su trozo de pastel? Al fin y al cabo, dicen Malone y sus compañeros, ¿acaso no estamos robándoles a los ladrones, cobrándonos unos impuestos al crimen, imponiéndoles una especie de multa, quitándoles parte de su dinero sucio? ¿Qué mal hacemos si nos gastamos nosotros ese dinero sucio y, de paso, impedimos que se lo gasten ellos? Más o menos, ése es el argumento principal que esgrimen. Y nos invitan a comprenderlo, a implicarnos, a decir que nosotros haríamos lo mismo.
Lo que sucede también con Corrupción policial (título quizá más acertado incluso que el original en inglés, The force, que también le va como anillo al dedo) es que es una novela de Don Winslow, escritor que ya ha demostrado que sabe darle la vuelta al asunto y quitarte la alfombra de debajo de los pies cuando menos lo esperas. Y en Corrupción policial juega con el lector como quiere, plantándole vueltas de tuerca, bandazos imposibles de prever, y, lo más interesante, desafiándolo una y otra vez a reafirmar su rechazo por Denny Malone y todo lo que él representa, algo que no sucedía en El poder del perro, por ejemplo, donde estaba muy claro desde el principio que el protagonista era el faro moral de la historia y donde no había dudas a la hora de identificarse con él. En Corrupción policial, el protagonista es un hombre cuya brújula moral ha dejado de señalar el norte; pero también una brújula estropeada señala el norte alguna vez, aunque sea sólo durante un momento, y esto también sucede con Denny Malone a lo largo de la novela. Una y otra vez, el autor nos invita a interrogarnos a nosotros mismos por nuestro alineamiento, sobre todo a la luz de información nueva que nos va proporcionando. A medida que avanza la novela, de ritmo trepidante, las máscaras van cayendo y cada personaje se revela exactamente como lo que es; y lo que hay debajo del disfraz no sólo resulta deprimente e indignante, sino poco sorprendente; el lector espera esa ruindad moral y no sólo no se asombra ya de ella, sino que lo que lo asombra es no haberla detectado antes.
Es imposible saber, con sólo leer el libro, si estamos ante una buena demostración de oficio por parte de Don Winslow o si el paisaje humano y colectivo, de sólidos tonos negros, que nos pinta responde realmente a su visión del ser humano y del mundo que ha construido. Quizás Corrupción policial participa del mundo de la posverdad, del mundo donde el ser humano ha perdido todos sus referentes morales y sólo puede aferrarse a aquello que le conviene, a pisar antes de ser pisado, a la mera supervivencia, y al dios dinero, que ha sustituido en su escala de valores a todos los demás dioses. Quizás. O quizás es un buen espejo deformador donde mirarnos para poder reconocer, al final, ese reducto de agonizante, pero aún viva, moralidad según la cual podemos calibrar todos los actos, propios y ajenos, y evitar identificarnos con un héroe profundamente fallido, profundamente fracasado en todos y cada uno de los objetivos ideales del hombre. Dado que no es verdad eso de que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón, ni lo de que como otro ha cometido peores actos que los nuestros, nuestras malas acciones no revisten ninguna gravedad.
Y una última cosa que importa mucho decir acerca de Corrupción policial es que resulta una lectura sumamente adictiva, y que se pasa bomba leyéndola. Suscita emociones y sentimientos, suscita indignación, incredulidad, rabia, suscita lástima, también empatía, e ira justiciera; se trata de una historia basada, se supone, en la realidad, tanto en lo malo como en lo bueno y humano que retrata. Y no se puede dejar de leer, por lo cual constituye una elección perfecta para leer este verano (o en cualquier otra época del año) como lectura de evasión. Aunque la maldad y la codicia que salpican las páginas huelan a podrido y aunque el skyline de Nueva York quede oculto por las negras nubes de la corrupción.
El acto final es sencillamente increíble.
Pues me la apunto pero ya. Hace un tiempo leí El poder del perro y me gustó mucho, me descubrió un mundo desconocido para mi. Así que este me lo leo. Gracias