Reseña del libro “Cosas que pasan en la frontera”, de So Blonde y Olga Artigas Ballesta
A So Blonde la conocí, no a la manera carnal y bíblica sino en lo literario, en 2018 a raíz de su envidiable y cojonudamente bien escrita y tramada La Tríada. Canto primero: Tierra. Un libro inteligente, fresco y adictivo que daba a conocer el increíble bagaje cultural de su autora en variadas materias tanto divinas como inframundanas. Desde entonces leo todo lo que puedo de la autora, ya sea libro (Última noche en el páramo), cómic (Vamos, nena, que te comen la merienda) o su columna semanal en la sección cultural del Correo de Andalucía, de la que tomo nota de sus siempre acertadas recomendaciones. Vamos, que es una de las escritoras de las que quiero leer todo lo posible, y por Fortuna (que “es una cabrona que no se va dos veces con la misma) aún tengo la Suerte (que “es una perra calva que tiene envida a las que lucen pelazo”) de que me quedan escritos suyos por descubrir.
“Llegar a aquel tugurio les sirvió para corroborar dos cosas: que habían pasado la frontera y que estaban jodidas.”
¿Qué tiene So Blonde, o mejor dicho, su escritura, para cautivar como lo hace? No lo sé. Tal vez que no se anda con chorradas de rodeos perifrásticos ni descripciones grandilocuentes; que el lenguaje que usa en ocasiones, a pesar de que puede ser –y lo es– soez, no chirría porque está colocado con clase en el momento y el lugar adecuado; que te crees los diálogos y las reacciones de sus personajes porque no se ven forzados sino que obedecen a la causalidad natural de sus acciones; y que sus argumentos, léxico y vocabulario están curradísimos para que sus libros se lean de carrerilla pero frenando lo suficiente como para reparar en sus mimos.
“Iban a ser guerreras, sus propias salvadoras, las protagonistas de su cuento de hadas, en el que no había sitio par aguerridos caballeros de fálica espada”.
En Cosas que pasan en la frontera tenemos a tres universitarias con cuerpo de diosas a las que la vida no las trata nada bien en el mal llamado país de las oportunidades y tienen que sobrevivir como pueden, algunas mejor que otras, en un mundo a medida de jomvres. Una mujer a un paso de ser una come mierdas, otra a la caza de un marido rico y una española que para unos es una jovencita con apellidos de espalda mojada y para otros una gringa o güevofrito. Tres mujeres a las que lo único que les solucionaría la vida sería un buen fajo de papelitos con efigies de presidentes blancos y muertos y a ello se ponen.
“Estaba a un pelo de coño de hablar con deje espanglish en su camino hacia la indigencia”.
Tres mujeres a las que vamos a conocer, y comprender, gracias a las breves y directas analepsis (mira, yo también tengo bagaje de ese) con las que la rubia se encarga de ponernos al día de una manera francamente tan visual que parece cinematográfica.
Tras conseguir hacerse (de manera más o menos creíble pero sin la elaborada artesanía de un Ocean’s Eleven) con un millón de dólares, billete más billete menos, y con vestidos de fiesta cubriendo sus cuerpos de pecado y las bragas chorreando aún, se ven obligadas a cruzar la frontera y pasar a México, porque, como rezaba un viejo dicho de la comanchería “si se te tuerce el destino en la tierra del águila calva, lo mejor es buscar fortuna en los parajes del cóndor”. Y ahí, en esa frontera polvorienta en un antro mugriento, en un territorio sin ley como el Madrid de la ida de Ayuso, es donde van a seguir pasando cosas. Cosas que serían dignas de filmar por Tarantino. (Lo cierto es que el libro de So no tiene nada que ver, para nada, ni con vampiros ni con Abierto hasta el amanecer –salvo una ilustración en la que me ha parecido ver a Danny Trejo–, pero yo así me he imaginado partes de esta historia. Otras, en cambió, más con el tramo final de Pulp Fiction).
Cosas que pasan en la frontera es un relato espejo de la condición de la mujer en casi todo el mundo. Una condición de “camina o revienta” a la que en esta breve historia las tres mujeres intentan dar la vuelta con sus armas de mujer, con desigual resultado, ignorando que cuando intentas cambiar algo puede que al final lo consigas y cambies ese algo, pero a peor.
En resumen, vuelve So Blonde con sus historias, su deslenguada prosa, su pluma afilada y precisa, su encantador y vivaracho vocabulario no políticamente correcto pero contundente y adecuadamente inserto en el contexto, con el gatillo fácil y cargada con balas dispuesta a tirar a matar a todo pichipato que ose cruzarse en su camino de esta, otra tríada de jemvras, hacia el sur.
Si os gustan las historias bien contadas y con aroma a frijoles, mezcal, ron, tabaco American Spirit, sangre, cierto tipo de cerdo, sudor, cochambre y polvo del desierto, montad en el Pontiac Catalina y dejaos llevar. Poneos cómodos aunque el viaje sea demasiado corto y no os dé tiempo de parar a mear, y disfrutad del paisaje literario que la rubia ha pergeñado. No os arrepentiréis.
Y además sale un ratón precioso 😉