La editorial estadounidense EC Comics editó en la década de 1950 las míticas revistas de terror Tales from the cript, Vault of horror y Haunt of fear. En todas ellas se mostraban escenas de horror, muerte, tortura, depravación, violencia y lujuria que, en un momento dado, ocupó el centro de un debate nacional sobre la influencia de los tebeos en la juventud estadounidense. El psiquiatra Fedric Wertham publicó un texto titulado La seducción de los inocentes donde denunciaba la mala influencia de los comics en los niños. Un informe se llevó a juicio y tras él se aprobó la conocida ley “Comics Code Authority” de 1954, o lo que es lo mismo, censurar todo atisbo de violencia en los tebeos. A partir de ahí, las historietas se volvieron panfletos propagandísticos que enaltecían las virtudes nacionales o, en su defecto, ingenuas narraciones para niños de campamento.
Uno de esos niños que crecieron en plena censura artística fue Stephen King, quien, en 1982, quiso homenajear las extintas y clandestinas publicaciones de terror escribiendo el guion de las historias que compondrían la película Creepshow. La relación que mantiene Stephen King entre el cine y la literatura dio fruto a la publicación en tebeo de aquellos guiones. Este proceso de creación, película y tebeo, fue el caldo de cultivo de donde emergieron tres figuras cumbre del género: el propio Stephen King, George A. Romero, como director de la película y Bernie Wrightson, mítico ilustrador de horror y de la mejor edición ilustrada del Frankenstein de Mary Shelley.
Creepshow recopila cinco escalofriantes historietas para leer a oscuras, en la habitación, mientras todos los demás duermen. Creepy, con su humor descarado y satírico, se convierte en maestro de ceremonias para presentar cada una de las narraciones. En ellas encontramos personajes tan kingniescos como el viejo patriarca de “El día del padre”, que vuelve a la vida transformado en zombi reclamando su tarta; “La solitaria muerte de Jordy Verrill”, un personaje perteneciente al grupo de «los perdedores» con los que King siempre empatiza y muestra en muchas de sus novelas; la pesadillesca agonía de los amantes de “La marea”; por no hablar de la kafkiana historieta de “La invasión de las cucarachas”.
Que lo simpático de los títulos no os hagan perder el interés por el cómic. Analizando el contenido de las historietas, se pone de manifiesto uno de los argumentos que llevó al psiquiatra Wertham a publicar La seducción de los inocentes. Su defensa hacia el menor, en este caso, está más que justificada y aplaudida por el hecho de criticar el despreciable contenido misógino de aquellas revistas y la proliferación en este tipo de narraciones de la figura conocida como masculinidad tóxica. Y es cierto que el personaje masculino, héroe o criminal, aparece siempre representado como un hombre poderoso que impone su control a través de la fuerza, la violencia o el asesinato. Una suerte de ideal freudiano que emplea el látigo contra la mujer y que se refleja en viñetas tan escandalosas como la cabeza de una mujer servida sobre una bandeja o con la imagen de esposa infame, borracha e infiel que merece un castigo. Stephen King fue muy consciente de aquellos argumentos que, a su modo, recupera para su Creepshow, esta vez creando personajes todos despreciables que deben recibir un mortal merecido, ya sean hombres o mujeres. Lo mejor que consigue este libro, además de su arte estético, es hacernos reflexionar sobre el papel de la violencia en los tebeos y cómo ha ido evolucionando su uso con el tiempo.
Cuando uno se adentre en Creepshow debe saber de sobra dos cosas: que gozará con el arte mayúsculo de Bernie Wrightson gracias a su fantástico modo de dibujar, a día de hoy es muy difícil encontrar dibujantes del género con ese talento (Francavilla podría ser uno de ellos); y también que Stephen King estuvo pletórico en aquella etapa creando historietas terroríficas con mucho humor, un humor negro y simpático no para todos los gustos, pero que mostraban su lado más, digamos, friki en el sentido de escritor puro y genuino de género, sin pasar a escribir casi con el piloto automático. Ojo, todavía quedarían por escribir muchas de sus titánicas novelas de finales de los ochenta y los noventa. La edición de Planeta Cómic, más pensada para el lujo que para el goce barato de «revistucha de tres al cuarto», a mi parecer, es un punto bajo, ya que estas historietas se disfrutan más en el formato que conserve mejor su esencia, esto es, cutre, pero es el único modo de recuperar tan valioso documento. Tebeo, en definitiva, que ofrece muchas lecturas e interpretaciones por su carácter sociológico. Y cualquiera diría que eran simples historietas de terror para no dormir…
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