Crimen en la colina, de Carlo Flamigni
Es curioso. Voy cayendo de crimen en crimen, de novela policíaca en novela policíaca y, últimamente, me encuentro con historias muy diferentes, oscuras todas, es cierto, pero con un sabor diferente cada una. Quien controle especialmente de este género, coincidirá conmigo en que la mayor parte de lo que nos llega viene del frío más intenso, pero casualidades de la vida, la que me ocupa en estos momentos tiene que ver con una región de naturaleza más caliente, más apasionada, y en un recinto mucho más cerrado. Porque los crímenes pueden darse en todos los lugares, en todos los contextos, y es esa una de las bazas importantes de las novelas de hoy en día: que te pueden mostrar la cara menos amable del ser humano, sea éste de donde sea, o viva en el lugar que viva. Así que, por un momento, os animo a viajar conmigo a La Romaña, una región italiana, donde los crímenes han empezado a sucederse, pero que nadie sabe si acabarán o no.
La familia Casadei se muda a su pueblo. Poco tiempo después, empiezan a aparecer cuerpos de niños asesinados, sembrando el terror entre los lugareños. Será entonces cuando los miembros de esta familia se pongan a investigar para destapar los secretos de alguno de los habitantes del lugar, y que pueden hacer ver que los asesinatos pueden relacionarse con el pasado mucho más de lo que habían llegado a pensar.
Las virtudes de “Crimen en la colina” las tengo claras: una prosa ágil y sencilla, que va directa al grano, que no te lleva por lugares que son innecesarios, y que te mueve por un lugar que desconoces; una historia que empieza de una manera pero que acaba de otra que no te esperas, y que en el caso que te esperes, acabará con el color rojo de la sangre que brota de las heridas más profundas; y, en último lugar, crea en el espectador – lector, muchas más ganas de seguir leyendo los casos que nos tenga preparados el autor. Porque sí, hoy en día, es normal que las novelas policíacas se conviertan en una colección de casos criminales. Y aunque pueda parecer que hemos llegado al aburrimiento más absoluto, nos movemos por un terreno caliente, por una colina pedregosa que va aumentando de calor por momentos y que nos traslada a una Italia rural en la que los secretos no pueden ser tales, y las vidas ajenas son una olla a presión que todo el mundo tiene la necesidad de abrir.
¿Es Carlo Flamigni un nuevo autor a tener en cuenta? Por supuesto que sí. ¿Es esta obra interesante y diferente? Lo es por el simple hecho de cómo está escrita, de la facilidad de palabra que se mueve entre las páginas del libro. ¿Y por qué merece la pena? Porque en su interior se nos presenta un caso de actualidad, que te hace reflexionar en un momento si tú, como lector, si hubieras hecho lo mismo en esa situación, si al final hubieras cometido lo mismo, en las mismas circunstancias. No es un caso fácil, no es una novela policíaca que no remueva una conciencia colectiva, y tal vez el peor defecto que ha tenido es no ser conocida como debiera. De hecho, yo no la conocía si no fuera porque la misma Siruela me hubiera hablado de ella, y me hubiera sentido tentado de leerla. Y lo agradezco, porque aunque últimamente mi mundo se viva entre los crímenes más extravagantes de la historia de la literatura, es un placer encontrar una historia en el que el verdadero crimen es el propio ser humano, sus acciones, sus motivaciones, y como suelo alabar, la venganza en su estado más desgarrador.
Es entonces, después de leer esta novela, cuando espero el segundo caso de la familia Casadei con ganas. Quizá sea por ese sabor italiano que desprende, quizá porque no esté acostumbrado al mundo de la novela negra, o quizá simplemente porque una buena historia que merece ser contada siempre llega al lector que se mueve al otro lado de la página. Porque en un mundo ártico como es el de los crímenes en los últimos tiempos, encontrar de sopetón una historia con sabor mediterráneo, con un calor sofocante, hace que te sientas presa de una atracción tal que, por lo menos, puedes pasarte horas leyendo sin parar, dándote de bruces con una familia en la que los secretos no se mantienen quietos, sino que se mueven como las lagartijas cuando escuchan nuestro pie acercándose.