Crónicas del desamor, de Elena Ferrante
La obra de la misteriosa Elena Ferrante se reduce a las tres novelas breves reunidas en este volumen; tres historias de mujeres narradas con una voz valiente y honesta.
La italiana Elena Ferrante forma parte del discreto club de los escritores invisibles, formado por autores cuya identidad es un enigma. De ella se sabe tan poco que hay quien piensa que puede tratarse del alter ego que alguna conocida escritora –puede incluso que un hombre– emplea para publicar novelas más íntimas, más personales, que aquellas que habitualmente escribe.
Sospecho que en más de una ocasión tanta reserva no es más que un truco de mercadotecnia editorial, una manera de generar expectación ante una obra que por sí misma quizá no la merece. No parece el caso de Elena Ferrante, que apenas ha publicado tres novelas cortas (las tres que encontramos reunidas en Crónicas del desamor) en veinte años. Ella misma nos ofrece otra explicación cuando afirma que evita los medios porque, una vez escritos, “los libros no necesitan a los autores para nada”, ya que “cada lector extrae del libro que está leyendo nada más que su libro”.
La cita es de La frantumaglia, un texto que reúne una entrevista y unos comentarios de la autora acerca de su manera de entender la escritura. De este libro, concebido como una especie de postfacio a sus novelas, procede lo poco que sabemos que Elena Ferrante; por ejemplo, que nació en Nápoles alrededor de los años cincuenta, ciudad que abandonó en cuanto le fue posible. De ser cierto, las protagonistas de sus tres nouvelles compartirían bastantes rasgos con su creadora.
Elena Ferrante se dio a conocer en 1991 con El amor molesto e inmediatamente se ganó el aplauso de los lectores y el favor de la crítica. La protagonista de esta novela es Delia, una mujer fuerte e independiente de cuarenta y cinco años que trabaja como ilustradora en Roma tras haber dejado atrás su Nápoles natal. Podría incluso haberlo olvidado por completo si no fuera por las esporádicas visitas de Amalia, su madre, y no le habría pesado en absoluto hacerlo.
Estas visitas, inoportunas incursiones del pasado en su ordenado presente, siempre terminaban por incomodar a Delia y precipitar la marcha de su madre, pero en esta ocasión Amalia ni siquiera ha llegado a su destino; ha desaparecido camino de casa de su hija y la han encontrado poco después, ahogada y vestida con tan sólo un carísimo sujetador de lencería fina. En ella, una anciana y humilde costurera que vestía desde hace años la misma ropa remendada una y otra vez, el detalle de la ropa interior es casi tan desconcertante como su decisión de abandonar el tren a medio camino para bañarse en el mar por la noche.
En Nápoles, a donde ha vuelto para asistir al entierro, Delia trata de reconstruir los últimos días de la vida de Amalia para comprender su muerte. No se trata de una investigación, sino de un ejercicio de introspección en el que tendrá que poner en orden su memoria del mismo modo que ordena el piso en el que vivía su madre mientras recoge sus pertenencias. Y entonces, en esa casa, en esas calles, una mano invisible arranca el tapón que retiene las aguas estancadas de la memoria de Delia, y el vórtice de recuerdos la arrastra al pasado, al origen.
Ahora está a merced de los recuerdos; observa a su madre adolescente recorriendo las calles, hermosa y descarada, perseguida por un enjambre de lascivas miradas masculinas, o vuelve a ser la niña que jugaba en el patio de la casa, que temía la llegada del padre, que espiaba las conversaciones de los adultos. Persiguiendo un secreto largamente guardado, pero nunca olvidado, retrocede a un mundo atávico y violento donde la desbordante sensualidad de la joven Amalia excita por igual el deseo de los hombres, los celos del marido y la imaginación de la niña.
Tras el gran éxito de El amor molesto, Elena Ferrante desaparece tan misteriosamente como había aparecido. Once años después, en 2002, cuando ya se había asumido que era uno de esos autores de un solo libro, publica Los días del abandono. Escrita en un registro similar a la anterior, aunque con un estilo más directo y realista, esta novela es la crónica de un doble abandono: Olga es abandonada en primer lugar por su marido Mario y después por ella misma, al entregarse al dolor y la rabia.
En un ejercicio de honestidad, Elena Ferrante describe, de forma descarnada y sin guardarse nada, la espiral de sentimientos y estados de ánimos de una Olga vencida por el miedo, los celos y la humillación. Sola, sin orgullo, sin fuerzas para enfrentarse al día a día, a los hijos, a la casa y, sobre todo, sin respuestas con las que comprender qué ha pasado, Olga tendrá que tocar fondo para poder comenzar a enfrentarse a una tarea más dura aún: reconstruirse a sí misma y a su mundo y edificarse un futuro donde hasta ahora sólo veía un terreno yermo y baldío.
Para volver a tener noticias de Elena Ferrante esta vez sólo hubo que esperar cuatro años. En 2006 apareció la que hasta ahora es su última novela: La hija oscura. Su protagonista, Leda, recuerda inevitablemente a Delia y a Olga: otra mujer independiente y madura de origen napolitano.
Después de que su marido se trasladase por motivos laborales a Canadá –una forma sutil de separación– y ya que sus hijas se han ido a vivir con su padre durante una temporada para completar sus estudios, Leda decide tomarse, por primera vez en su vida, unas vacaciones para ella sola.
Con la intención de concentrarse en su trabajo enla Universidady escapar de la rutina, alquila un apartamento en la costa. Los primeros días en la playa son muy agradables; el tiempo se reparte entre el descanso, el estudio y la observación de una joven madre que pasa el día jugando con su hija pequeña y su muñeca. Por alguna razón, su complicidad y sus rituales le parecen fascinantes.
Pero pronto la tranquilidad se ve interrumpida por la llegada de la multitudinaria y bulliciosa familia de la joven, una caótica horda napolitana formada por un maremágnum de primos, madres, críos y abuelos pertrechados como si fueran a instalarse a vivir para siempre en la playa. El contraste entre la elegancia de la joven y la vulgaridad del resto del clan aumenta la atracción que Leda siente por ellas.
La joven parece diferente, no encaja con su familia del mismo modo que tiempo atrás Leda se sentía distinta de la suya propia, tan parecida a estos vándalos en bañador. Este doble magnetismo –fascinación por la joven y su hija y repulsión morbosa por los demás– no sólo impulsarán a Leda a acercarse a ellos, sino que además la llevará a replantearse toda su biografía, en especial su relación con sus propias hijas.
Elena Ferrante afirma que cada lector extrae del libro que lee su propio libro. ¿Qué libro he extraído yo de Crónicas del desamor? Es difícil de decir. Estas tres novelas están escritas desde un punto de vista marcadamente femenino, pero abordan cuestiones que nos conciernen a todos. Las tres hablan de machismo y de violencia, de la posición de la mujer en la sociedad y en la familia, de las relaciones de pareja o entre madres e hijas, pero todas van más allá; son viajes a lo más íntimo y profundo de la identidad de sus protagonistas, que en el camino deben enfrentarse a esos sentimientos de los que nadie se enorgullece y que, la mayoría de las veces, preferimos ocultarnos a nosotros mismos.
Cada una de estas mujeres es muchas mujeres a la vez, cada una sufre un conflicto interior a causa de dualidades irreconciliables: norte-sur, pasado-presente, padres-hijos; todas sienten la necesidad de huir para superarlo y encontrarse a sí mismas. Sólo entonces, cuando son capaces de mirarse en el espejo sin dolor, pueden reconciliar las mitades enfrentadas.
La búsqueda de la propia identidad (ser yo en lugar de ser la madre, la hija o la esposa de alguien) y la asunción de las contradicciones internas precisa de decisiones traumáticas cuya consecuencia es el dolor, propio o ajeno; la frantumaglia (una evocadora palabra en dialecto napolitano con la que la madre de Elena Ferrante se refería a algo triturado hasta quedar hecho añicos).
Delia, Olga, Leda; tres nombres para una sola voz sincera hasta la desnudez, la de Elena Ferrante. O quizá para millones de voces femeninas atrapadas en la misma encrucijada entre pasado y futuro, entre libertad y familia. Albergo ciertas dudas sobre si una voz personal puede representar no ya a un colectivo, sino a todo un género. Es cierto que Elena Ferrante es una mujer (o al menos eso se supone, habida cuenta de que nadie sabe quién es) que escribe sobre mujeres. Si en esa voz femenina hay algún registro, algún acento que sólo otras mujeres pueden percibir y entender es algo que, como es natural siendo varón, se me escapa, del mismo modo que al escuchar hablar a alguien en una lengua que conocemos pero que no es nuestra lengua materna se pierden inevitablemente ciertos matices.
Por otra parte, me gustaría creer que cualquier propósito de restringir un mensaje a un público concreto y excluyente empobrece al propio mensaje y al emisor del mismo, y que la buena literatura sólo puede ser universal.
Pero en este caso poco importan todas estas consideraciones; las magníficas novelas de Elena Ferrante pasan por encima de polémicas y debates y demuestran que se puede narrar con voz de mujer y llegar a todos los lectores por igual. ¿Por qué no habría de ser así? A fin de cuentas, cuando llegas a lo más profundo de la identidad de una persona, no somos tan diferentes.
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
Excelente reseña, te felicito; qué loco eso de los autores invisibles, no? y bueno son decisiones de cada persona; las historias que cuenta la autora son interesantes, aunque a veces me cuesta leer novelas feministas o de mujeres, como le llamemos; nunca leí nada de esta autora ni, tampoco, había escuchado hablar ni una palabra de ella; saludos!
Menudo comentario más bobo…
Hola Javier! La verdad es que me ha dado mucha curiosidad el origen de la escritora. El libro me recuerda a La Mujer Rota, que también se forma a partir de tres relatos de mujeres. Siempre me interesan este tipo de libros, asi que lo tomaré como recomendación.
Saludos!!!
Sí que es curioso lo de los escritores invisibles, Roberto, y además son bastantes.
Respecto a la reseña, seguramente yo no he logrado transmitir la idea que pretendía con este comentario, porque la novela no es en absoluto feminista, del mismo modo que tantas grandes novelas protagonizadas por hombres no merecen el calificativo de machistas. Sería más acertado decir que es femenina, en el sentido de que, siendo una obra dirigida a cualquier público, transmite muy bien una cierta sensibilidad más propia de mujeres que de hombres y es por ello que algunos comentarios sobre este libro tratan de encasillarlo como literatura para mujeres.
Lo que tengo claro, para no aburrirte con más argumentos, es que no es una obra dirigida sólo a mujeres; al contrario, me atrevería a afirmar que es una novela que, sobre todo, debemos leer los varones, ya que puede que nos ayude a comprender actitudes ante la vida que no siempre entendemos. Al menos yo, claro.
Sobre todo, es buena literatura, y eso debería ser suficiente.
Muchas gracias por tu comentario.
No he leído la mujer rota, pero recuerdo tu reseña y en su momento me pareció un libro muy interesante. Espero que si lees Crónicas del desamor te guste. Un saludo y gracias por tu comentario.
Buenísima reseña. De nuevo me descubres a una autora que no conocía y me dejas con ganas de leer su obra. Voy a tener que saciar esa curiosidad pronto, que me parece estar perdiendo muy buena literatura.
Besotes!!!
Gracias, Margarita. Para mí ha sido también todo un descubrimiento, como casi siempre que me aventuro con autores italianos, a los que habitualmente prestamos poca atención. Un saludo.
Aquí tenéis un artículo buenísimo sobre esta obra:
http://lacuevadeloslibros.blogspot.com/2012/02/los-renglones-torcidos-de-dios-de.html