Cuando se tiene entre las manos un libro como Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, hay tantas cosas que decir que es difícil saber por dónde empezar. Estamos antes un clásico que ha influenciado a escritores y lectores desde que se publicara en 1950. Prueba de ello es que, cuando dije en Instagram que por fin iba a leerlo, la fotografía se lleno de comentarios de lectores elogiándolo y relatándome qué había supuesto esta lectura para ellos. ¿Cuántos libros siguen teniendo ese impacto tantos años después de su publicación? Solo las obras maestras.
Con las expectativas con las nubes, inicié la lectura. En la presente edición de Minotauro Esenciales, se incluye el maravilloso prólogo de Jorge Luis Borges, con frases tan significativas como: «¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y soledad?». Y es que Crónicas Marcianas puede etiquetarse de ciencia ficción (aunque el propio autor lo pusiese en duda), pero tiene tantos tonos y matices que revienta cualquier etiqueta con la que se le quiera encorsetar. Sin embargo, aún faltaban unas cuantas páginas para que yo misma me diera cuenta.
Al prólogo le seguía «A los doce años un mago visitó mi ciudad», donde John Scalzi relata cómo conoció a Ray Bradbury y de qué forma sus historias marcaron su niñez y su vida. Y todavía quedaba una antesala más en esta edición: «Green Town, en algún lugar de Marte: Marte, en algún lugar de Egipto», una introducción del propio Ray Bradbury, en la que cuenta cómo lo que iba a ser un relato aparte relativo al Planeta Rojo se convirtió «en una explosión de granada (del fruto, no del proyectil)», pero no se le ocurrió unir en una sola obra esta colección de cuentos marcianos hasta que un editor se lo sugirió. Entonces visitó una exposición sobre el antiguo Egipto y se dio cuenta de que en Crónicas marcianas había desarrollado futuros desempolvando pasados, una frase que resume a la perfección la esencia de este libro. He de reconocer que pocas veces me he encontrado con textos introductorios que se disfruten tanto como la obra en sí.
Tuve que llegar a la página 29 para que dar con la cronología, que no es otra cosa que la lista de relatos que componen Crónicas marcianas, cada uno de ellos acompañados de una fecha. Comienza en enero de 1999, cuando se lleva a cabo la primera expedición de los humanos a Marte, y concluye en octubre de 2026, cuando ya vemos las consecuencias que aquel hito supuso para ambos planetas. Un total de veintiocho historias, con Marte y la Tierra como escenario de fondo, y marcianos y humanos como protagonistas. Son estos últimos los que salen peor parados, y es especialmente a los estadounidenses a los que se les dirige la mayoría de las críticas.
Unos relatos resultan cómicos —esa indiferencia de la marciana cuando los humanos llaman a su puerta es genial—, pero en otros predomina el misterio, la tensión, el terror y hasta la tristeza más absoluta. Me recordó a Voces en la ribera del mundo, que reseñé hace unos meses, y ahora me doy cuenta de lo influenciada que está por Crónicas marcianas. En los relatos de Bradbury, cómo no, también hay sitio para homenajear al arte, a la literatura —igual que su otra gran obra, Fahrenteit 451, publicada tres años después (a la que hace un guiño, a mi parecer)— y a otro maestro, como fue Edgar Allan Poe.
Crónicas marcianas es una colección de relatos con alma de novela en la que Ray Bradbury plasma un crisol de emociones que nos hace viajar, además de a Marte, de la esperanza a la decepción. De nuevo queda patente el talento natural de tenemos los humanos para arruinar las cosas grandes y hermosas, el fracaso de nuestra manera de vivir y nuestra incapacidad para aprovechar las segundas oportunidades y ser mejores.
Han pasado casi setenta años desde que Bradbury escribiera este libro y sigue siendo un relato del futuro que retrata nuestro presente. Qué poco cambiamos los humanos, qué poco aprendemos. Crónicas marcianas es una lectura en plena vigencia y, mucho me temo, premonitoria.