La poesía, o prosa embellecida, como se le quiera llamar, de todas las estaciones del año, es con la primavera con quien mantiene un vínculo más intenso. Con la primavera asoma la vida en la naturaleza y de ella, de la naturaleza, se nutren las palabras que florecen en los poemas. Así, flores y palabras son una dentro de un verso y todo su aroma y color en su máxima expresión impregnan el poema. Estas flores/palabras que significan nuestras emociones tienen su autonomía, su propia vida y que, a medida que se disponen por los distintos poemas y relatos que componen este libro, se asilvestran, se marchitan y en ocasiones mueren. Estas flores/palabras, digo, que crean un jardín de sentimientos en forma de libro es el último trabajo de Victoria Mera llamado Cuaderno de flores y otros delirios.
Victoria nos conduce en su libro de poemas y relatos bellos a divisar un cielo estrellado como el de Van Gogh que se adivina en la portada tumbados sobre el jardín de emociones que ha creado con sus flores/palabras. Nos lleva a sentir nuestros pies descalzos pisar esa naturaleza llena de vida que le dan las palabras. A través de ellas, nos paramos y escuchamos lo que nos cuentan, lo que nos hacen pensar. Temas que a todos, en mayor o menor medida, nos tocan de cerca, como el anhelo de compartir con otro, pero también de aprender a sentirnos solos y estar preparados para disfrutar de nosotros mismos, preparados para que “la ausencia no se mida en kilómetros, sino en latidos”. Nos hace compartir con ella el abrazar el insomnio descansando sobre estas flores/palabras, el dejarnos mecer como náufragos a salvo a partir de sus pequeñas historias.
En este preciso instante,
en que la noche afila sus colmillos
y la ciudad se convierte en una nana
que arrulla a los desesperados,
me basta con cerrar los ojos
para salvarnos del naufragio.
Precisamente en esta idea del naufragio es donde deseo detenerme. En estos días he estado visitando la exposición Invitadas del Museo del Prado en la que las obras que la componen dan testimonio de la posición de la mujer desde el siglo XIX en la historia del arte, tanto en cómo era mostrada en las obras, reflejo de su tiempo, así como aquellas que fueron creadas por mujeres. Bien, uno de los relatos que mejor podría describir la colección del Prado pertenece a un cuento de Emilia Pardo Bazán llamado, precisamente, Náufragas:
Y esto sucedió a las náufragas, perdidas en el mar madrileño, anegadas casi, con la vista alzada al cielo, con la sensación de caer al abismo […].
En Cuaderno de flores y otros delirios se percibe ese sentir de naufragio, de abismo ante las emociones, o delirantes historias como escribe un referente para ella, Ida Vitale, quien además da introducción a este libro. Un sentir en el que solo importa el futuro hacia donde miran los textos de Victoria, pero en el que siempre queda un rumor de añoranza, un asidero del pasado. “Y yo, acantilado de todas las flores muertas” dice uno de los versos que más me ha gustado y que condensa justo esa nostalgia. Una preciosa metáfora, una potente imagen cargada con toda la fuerza de los poemas románticos.
Los textos del libro editado por Norbanova se acompañan de una serie de collages, fotomontajes realizados por la propia autora. Imágenes de mujeres del París de los años 20, sufragistas de la oleada feminista, ninfas danzando en el bosque se mezclan con los montajes de flores y textos que Victoria añade a las fotos creando así relatos ilustrados con su propia narrativa. En síntesis, un libro bonito que aúna flores convertidas en bellas palabras y estas en delirantes emociones. Entonces, a la pregunta ¿Poesía? Respuesta: Sí, gracias.