Cuando fuimos dos, de Fernando J. López
El amor no se queda quieto. Se mueve, camina de un lado a otro, se mete de lleno en las paredes de un hogar, lo impregna todo como el aceite cuando se desborda de la sartén, quemándolo todo, produciendo heridas que tardan en sanar, en curar, pero que deja una cicatriz que es imposible de borrar. Una herida, una conversación, una habitación donde todos los sentimientos se desbordan, recubren un telón que se levanta y baja en una misma noche, en una gira que recorre los corazones de todos aquellos que, en la butaca, suspiran con la atención puesta en las palabras que unos actores pronuncian. Cuando fuimos dos es una historia de amor, y otra del desamor, con todos esos silencios que se esconden tras los cojines, tras las cortinas que nos resguardan de lo que hay ahí fuera, pero permitiendo que lo que sucede dentro nos duela, nos remueva, juegue con nosotros y con la vida que hemos creado. Será entonces esa historia la que sigamos, de la mano de sus protagonistas, de César y Eloy, por los caminos que se bifurcan, que se alejan, que vuelven a acercarse en algún punto, porque una historia de amor nunca acaba por mucho que se intente, porque siempre habrá un hilo que nos una a la persona que nos robó el corazón y nos lo destrozó, por mucho que las piezas se hayan vuelto a poner en su sitios. Será por esas grietas por donde el recuerdo se escurra, una y otra vez.
Una obra de teatro, un amor demasiado grande, dos hombres que se quieren, una historia que se une y se separa como esos recuerdos que vuelven con fuerza, siempre, a cada instante, cuando algo es demasiado grande como para ser olvidado.
Permitidme un momento de descanso, la ocasión lo merece. Requiero irme a descansar mi cabeza, mi corazón, sentarme en el sillón de orejas que me protege muchas veces, y reflexionar sobre lo que acabo de leer. Es de recibo componer una reseña que merezca la pena cuando se trata de hablar de algo como Cuando fuimos dos. Nunca he comprendido al amor. Las historias que he vivido supusieron convertirme en lo que soy hoy, pero quizá, comprender lo que he comprendido con esta obra me haya hecho rememorar esos momentos en los que, partiendo del recuerdo más doloroso, contribuyeron a forjar una persona que no entiende el amor, que no logra capturarlo, que se enamora siempre del error y de la excepción, buscando allá donde la vida no consigue posarse como tiene que hacerlo. Y es que Fernando J. López, en esta obra de teatro, ha conseguido convertirse en ese autor de referencia que, sobre el alma humana, ha conseguido describir a la perfección cómo nos sentimos algunos, cómo somos capaces de engañarnos, de engañar a los demás, de entregarnos a la pasión más devastadora, esa que conmueve y que destruye a veces, pero que puede convertirnos en las personas más felices del mundo. Porque compartir la vida en el amor, compartirla en la desazón de un mensaje que llega sin avisar, en los celos que se apoderan por una palabra, por una mirada, en esos resquicios en los que el día avanza hacia un final inesperado, esos momentos, son los que incluye este texto que grita una verdad, que nos grita su verdad: que en el amor somos seres que vencen y que son vencidos.
El escenario, el comprender que un foco puede alumbrar una historia como esta, ese sentimiento de necesitar una obra, es sólo posible con autores como Fernando J. López que impregnan todo lo que tienen en lo que escriben. No hay que pensarlo más, no hay sitio para tener que explicar al detalle todo lo que ocurre, porque es esa sensación, la de quedarte sin aliento, la de conocer esta historia porque tú la has vivido, en otro momento, en otro sitio, pero convirtiendo en universal un amor que no tiene género, pero que aun con dos hombres de por medio puede significar tanto para todos nosotros. Porque el compromiso no es firmar un papel, el compromiso es entregarte a alguien, es comprenderle aunque no lo entiendas, es leer esta obra y salir a la calle, fumarte un cigarro y pensar en todo aquello que has perdido, que has tenido, y en esos silencios que se pierden por el camino, que buscan atajos hacia la oscuridad más completa, para convertir la vida, para convertir el amor, para convertirnos a nosotros en seres que se resisten a la realidad. El amor es una cosa de dos, de esos dos que se juntan para crear una nueva historia que, a veces es un éxito, que otras es un fracaso, pero que, en cualquier caso, es algo en estado puro, tan grande e inabarcable como lo es ese silencio que se pega a la piel y no se va por mucho que el tiempo repare la herida.