Cuando yo tenía cinco años, me maté, de Howard Buten
Yo, que hace un tiempo era una persona reservada y tímida, empecé a tener una máxima que a día de hoy se cumple como la mejor de las profecías: llamar a las cosas por su nombre. No soy políticamente correcto cuando se está establecido que lo sea, no sé callarme algo porque si lo guardo dentro se pudre como un cadáver en descomposición, y decir la verdad aunque duela me parece mucho más sano que evitar poner en palabras lo que es y no sólo lo parece. Partiendo de esa base, y de que yo además, con el cambio de ciento ochenta grados que ha acontecido en mi vida, procuro siempre utilizar toda esa necesidad de expulsar lo que pienso en las reseñas que escribo. Acertadas o no, al fin y al cabo son mis opiniones, formadas a base de experiencias lectoras y, por qué no decirlo, conversaciones con otros lectores empedernidos como yo. Cuando yo tenía cinco años, me maté no es un libro, eso sería demasiado aburrido, porque lo que realmente es una experiencia con muchas lecturas que se cruzan y que dan a esta historia de niños incomprendidos, de niños maltratados por la mirada adulta, una calidad de prisma de dimensiones titánicas. Sepan que la vida no es la balsa de aceite que nos han vendido, que las generaciones que nos suceden pueden encontrarse al borde del cataclismo y que, si de verdad queremos ayudarnos a nosotros mismos, lo único que podemos hacer es luchar por nuestra propia libertad, aunque eso conlleve, por nuestro bien, romper algunas de las normas establecidas. Este es el grito, vosotros tenéis que poner los oídos.
Burt ha hecho algo malo a Jessica. Por eso está internado en un centro para menores. Él quiere salir, pero los adultos no le dejan. Y es que él le hizo algo malo a Jessica, pero lo peor que le han hecho a él es simplemente, no dejarle disfrutar de la vida como todo niño tiene derecho a hacerlo.
Se presupone que, a la hora de leer un libro, algo tiene que llamar la atención en nuestro interior para que consigamos meternos de lleno en su lectura. Ya puede tratarse de emociones, de recuerdos de temporadas pasadas, de similitudes entre lo que sucede y lo que le ha sucedido a alguien cercano, que si un libro consigue acertar en la diana del lector, le tendrá ganado para lo que resta de páginas. Cuando yo tenía cinco años, me maté libera desde sus páginas una especie de esencia, de aroma, de licor aderezado con veneno, que se impregna en la nariz del lector y no le abandona hasta que el punto y final llega y después, cuando el período de reflexión hace acto de presencia, invade cualquier parte del cuerpo, en especial la mente, para que desgrane todo aquello que ha leído. Decía al principio que hay varias líneas de lectura y aquí van: por un lado, la infancia como sinónimo de libertad, por otro, la represión adulta frente al crecimiento, frente al paso de los años y a los juegos infantiles y la inocencia, intentando por todos los medios que se crezca lo antes posible y se pierda la ingenuidad que impregna cada una de las horas que se viven a cada minuto del día, por otro, la ácida crítica a los sistemas de rehabilitación, que se convierten en una jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo, y una irrisoria (porque sí, aquí también hay lugar para la risa, aunque sea floja y se convierta después en mueca de dolor) exageración de una psicología de baratillo que se puede comprar en cualquier mercadillo de la zona que nos rodea. Quizá por todo ello, la historia de Howard Buten ha conseguido el éxito que se merece.
Si tuviéramos que utilizar términos médicos para describir una lectura, quizá empezaríamos en este caso con un resfriado que se clava en la nariz y que no te deja lugar para pensar en nada más, para acabar llegando a una especie de taquicardia que se traduce en un ataque al corazón más propia de los enfermos crónicos. Cuando yo tenía cinco años, me maté es algo así. En primer lugar, se clava y penetra en nosotros, haciendo que la vida del pequeño Burt se introduzca en el cerebro y no te suelte. Después, cuando ya la vida de este niño nos ha contagiado, seremos testigos de unos altibajos, de una emoción de pesar y valentía, de querer abrir nuestras alas, sintiendo que la gente a nuestro alrededor nos las intenta cortar por todos los medios. Es, por méritos propios, una de esas historias que se viven de principio a fin intentando ayudar al protagonistas, queriendo saber más de él, y buscando en todo momento aquello que en la infancia nos fue robado y que jamás debimos perder. Es la inocencia frente a la barbarie. Es la tormenta frente a la calma. Es un viaje hacia el interior intentando destruir todo lo que hay en el exterior. Es, por último, la palabra de un niño que comienza como un susurro, pero que después grita con todo el armamento que tiene a su alcance. Es literatura. La gran literatura.
Necesito saber si ya está en la librería los títulos del Gran escritor Sergio Sancor “TODO MIAU” Y “CUANDO YO TENÍA CINCO AÑOS ME MATÉ”. Me encuentro en Katowice, Polonia y regresan de España a Polonia unas amigas Profesoras la primer semana de enero y quiero me compren los dos libros, yo regreso a México el 30 de enero y prometí los libros a mi hija. Muchas gracias. ¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!
Hola María Guadalupe,
Sí, los libros están en España ya, pero ten en cuenta una cosa a la hora de pedirlos: no son míos sino de José Fonollosa (Todo Miau) y Howard Buten (Cuando yo tenía cinco años, me maté).
Gracias por dejar tus palabras!