Cuatro por cuatro, de Sara Mesa
Finalista del Premio Herralde de Novela
Cierra los ojos. Inspira. Piensa en un bosque. Un bosque lleno de árboles frondosos. Casi no te dejan ver lo que hay más allá. Pero por un resquicio, entre las ramas, puedes ver un edificio al fondo. Es uno de esos edificios antiguos. Parece deshabitado. Pero si te fijas un poco más, verás a gente corretear por sus alrededores. Sigue con los ojos cerrados. Inspira un poco más fuerte. Notas como tu cuerpo se va acercando al edificio. Hay algo que te lleva a él. Te acercas. Vas pudiendo poner forma a las personas que habías visto antes. Son niñas, niños, adolescentes que pasean de acá para allá sin rumbo fijo. No abras los ojos, todavía no. Te acercas más, y observas a una chica solitaria. Una chica que mira al suelo, que no quiere cruzar su mirada con la tuya. Y tú te acercas, más, un poco más, hasta que observas que por su cara caen unas gotas. Rojas. Pequeñas gotas que se convierten en un pequeño río. Y es entonces cuando abres los ojos y ves que estás en tu habitación. Pero ya no lo es más, porque en realidad es como si fuera una cárcel.
Una cárcel vestida de colegio privado. De colegio elitista. Donde un grupo de chicas y chicos conviven, pero no viven, porque lo que en realidad hacen es sobrevivir. Pero eso no se puede saber a simple vista, sino que cuando miramos con un microscopio todos los detalles, todo lo que sucede bajo el techo de este colegio, nos daremos cuenta que sólo falta arrimar la llama a la mecha para que todo salte por los aires.
Empezar una novela y encontrarte que, al final, nada es lo que parece, porque en realidad todo es mucho peor. Ese fue el pensamiento. Y es que al comienzo de esta historia contada por Sara Mesa asistimos a un juego, sí, a un juego donde la rayuela y la goma ha sido sustituida por los rumores y las normas, y en el que nos convertimos en espectadores de una performance macabra. Porque en el baile de sombras que es “Cuatro por cuatro” nos encontramos moviendo nuestro cuerpo con los fantasmas que pueblan los pasillos del Wynabry College, unos fantasmas tan reales que ni siquiera requieren de sábana blanca para atemorizar.
Si de algo he aprendido de los libros es a no menospreciar nunca las historias. Siempre encuentro algo con lo que me identifico, con lo que puedo estar de acuerdo. Pero, ¿qué puedo decir de una historia en la que puedo alabarlo absolutamente todo? Primero, que tengo una suerte tremenda. No es fácil construir una historia como “Cuatro por cuatro”, no debe serlo, pero sin embargo parece que Sara Mesa ha nacido por y para la escritura. Como si de un proyecto de ingeniería se tratara, nos encontramos ante una historia repleta de aristas, de prismas por las que mirar a través, encontrando en todo momento visiones diferentes de una misma historia. Y eso es en lo que radica la importancia de lo que se nos cuenta: en la capacidad de ver un mismo hecho desde muchos ojos, viendo un lado y otro y sacando nuestras propias conclusiones. Pero en esta novela no sólo hablamos con los vivos, sino también con los muertos, y no, no hablamos de una historia de terror, ni de criaturas nocturnas. Hablamos de la mano del hombre, de esa mano que abre las puertas por la noche, de esa mano que empuña cuchillos o hace empuñarlos, y sobre todo, hablamos de esa mano del hombre que desgarra vidas y después mira para otro lado.
Sara Mesa. Desconocida para mí. Conocida para muchos otros. Pero sin duda, una de esas autoras que explosionan en un mundo privado para quedarse. Al desconcierto que ha supuesto su novela para mí, se junta la alegría de haber conocido una nueva autora que me sorprenderá en el futuro. Porque en una historia como “Cuatro por cuatro” pueden existir muchas aristas, muchos pliegues con los que entender una historia, pero sólo puede haber una conclusión: cuando las historias son buenas, no importa la forma, sino tan sólo el fondo.
Tengo que reconocer que no conocía el libro ni a la autora, pero con esta presentación, su nombre me lo llevo bien apuntado, que me dejas con ganas.
Besotes!!!
Yo tampoco lo conocía Margari, y sin duda debo decir que es una de esas revelaciones del año que nadie debería perderse. Un libro duro sí, pero imprescindible.