Mi pasión por la fotografía ya viene de largo. Desde que tengo memoria puedo verme con una cámara de fotos en las manos. Primero, la de mi padre, que, aunque intocable, alguna vez se convertía en mi juguete. Después, mi primera cámara propia, la que me regalaron por mi comunión. No os imagináis la cantidad de fotos que hice ese día. Muy ridículas todas, por supuesto, pero ahora las veo y se me escapa una sonrisa. Con los años he ido avanzando en este mundo, hasta ganar, a los diecisiete, un premio que se convocaba en Barcelona. Se llamaba “La bici en la ciudad”. Yo presenté una foto que había tomado el verano anterior en Inglaterra, mientras trabajaba como aupair. Fotografié al niño que cuidaba mientras volvíamos a casa en bici. Él en la suya, diminuta y yo unos metros por detrás en la mía. Esa instantánea, en blanco y negro, hizo que llegara a mi poder mi primera cámara de verdad, una Sony DSC H50, que ha sido mi fiel compañera durante muchos de los mejores momentos de mi vida. Sobre todo, el viaje a Kenya, donde me ayudó a tomar unas fotos de las que estoy orgullosísima. Estas Navidades le pedí a Papá Noel una nueva compañera y ahora es una Nikon D3300 la que vivirá junto a mí lo que me depara la vida, al menos en un futuro próximo.
Con esta pequeña biografía, dejando ver una faceta de mí que quizás antes no había mostrado, entenderéis por qué me ha hecho tanta ilusión que Anaya me hiciera llegar un ejemplar de las dos últimas obras de José María Mellado. Por una parte, Fotografías de alta calidad, mis mejores técnicas y consejos y Cuba, al otro lado del espejo, del que vengo a hablar hoy. El primer libro es una obra maestra para todo aquel que ame la fotografía. Es un manual que todos deberíamos tener en nuestra mesilla para poder echarle un vistazo de vez en cuando. En ese libro aprenderemos a utilizar aplicaciones que harán de nuestras fotografías verdaderas obras de arte.
Pero hablemos del otro libro, Cuba, al otro lado del espejo. Cuando llegó a mi casa… puf. Qué difícil es describir todo lo que me hizo sentir. Llegué de trabajar y el repartidor lo había dejado en casa de mi abuela. Me avisó por la ventana nada más verme (ventajas de vivir en un pueblo pequeño) y con las mismas subí para ver qué había llegado. Sin darme tiempo ni siquiera a quitarme el abrigo, ya lo había desempaquetado. Me quedé anonadada con lo que me encontré. Si seguís alguna de mis reseñas ya sabréis que amo viajar. Que podría dedicar todo el dinero que tengo a viajar sin medida y sin fronteras. Así que toparme con este libro, que es un viaje condensado en sus páginas, me teletransportó. Me llevó a un país en el que no he estado, pero que parece que ahora conozco a la perfección gracias a las fotografías tomadas por José María Mellado. Y es que este libro es eso: una recopilación de una serie de fotografías hechas en Cuba que dejan sin aliento. No solo retratan la cara más amable de la isla, los paisajes paradisiacos y los colores que todo lo atrapan. Sino que también nos muestra la cara más dura de la pobreza, de la supervivencia y del abandono que esas personas han tenido que sufrir durante muchísimos años.
Es un libro precioso. Para observar muy detenidamente, bebiendo da cada foto que encontramos. Las páginas son de muchísima calidad, convirtiéndose en un libro que durará toda la vida en nuestra biblioteca personal y al que será bonito acudir de vez en cuando.
Este libro mezcla dos de mis pasiones: la fotografía y los viajes. Será por eso que me ha conmovido tanto. Pero tiene un pequeño problema: desde que lo abrí por primera vez, no he podido evitar imaginarme a mí misma en las coloridas calles de Cuba con mi amiga Nikon intentado seguir todos los consejos que he aprendido de José María Mellado. Ojalá algún día se haga realidad. Mientras tanto, siempre me quedarán sus libros.