Voces… siempre hay voces que salen de las páginas de los libros y te sobrecogen o te asustan o te intimidan, te provocan dolor, odio, respeto… o te dan lástima. Son voces que parecen cabalgar por encima de lo que es la mera literatura, de lo que te dicen que es una ficción recreada para nosotros, los lectores. Así, de los cuentos de Caicedo parece que cae un torbellino de gritos y palabras, parece que los filos tajantes de las hojas rajan pieles, ojos y ropas, parece que todo se desborda, que ha roto los muros de contención y nos va atrapando esa riada de ideas, de situaciones reales o irreales, de pensamientos, expresiones, decisiones…Todo eso nace de lo que nos cuentan los protagonistas de sus cuentos, siempre en primera persona, mostrándonos su vida, la de unos adolescentes enfrente de esa pared contra la que siempre chocan, todos, y que está compuesta en parte por arcilla amasada con todas las hormonas aceleradas y miméticas de esa edad, otra parte del muro son esos cantos rodados que la vida que les ha tocado ha puesto allí y, otra parte, son los cristales rotos puestos para impedir que puedan escalarlo, porque así es el modo de vida que se vivía, entonces, en Cali.
Si quisiera decir lo que me han contado aquellas voces, lo que me ha hecho sentir el libro, lo que me han detallado todas estás noches leyendo tumbado en la cama; mencionaría que es como mirar desde un altozano una ciudad y observar lo que pasa en sus barrios, sean pobres o ricos; que es como rastrear las pisadas por las calles marginales, por los cines, por los parques, por las fiestas de quinceañeras, por los colegios, por los sitios apartados; como pasear de la mano con las novias y novios que aprenden a desear y olvidar a la vez; que es como mirar el cuadro de un dibujante que ha aprendido a dibujar las obsesiones en papel biblia; como el agrimensor que mide el abismo entre adultos y los adolescentes, ávidos, estos, de búsquedas, de nuevas sensaciones, de peleas, de amores y de odios; como el aterrado conductor que no sabe qué camino tomar en la bifurcación; como el enterrador de película que espera que los caminos mal tomados los conduzcan a él; como un grito que se oye en la noche; alguna como un sueño nacido de un recuerdo de cine.
Los gritos nacidos de sus textos se confunden y parece que los hay de angustia, de odio, de dolor por un puñetazo, de sorpresa por un navajazo, de amor por una caricia, de pena por una madre que siempre está enferma, por la nada que trae el futuro. Es un clamor que surge de esas mentes jóvenes que no necesitan nada, solo a ellos mismos y quizás un amor, algunas veces de quitar y poner, y, otras veces, de esos eternos. Pero, las palabras que nos cuentan sus historias desde su profundo ser, son siempre reflejo y expresión del modo de hablar de Calí, y, dentro de él, de la cultura y origen del que habla; y siempre serán manifestación de su verdadero pensar, sin ambages, sin ironías, sin nada que ocultar. Tan es así que, aunque el lenguaje hay momentos que expresa cosas en el argot o la dicción que en el castellano común no se entienden, esa claridad expresiva, esa sensación de confesión taladradora, ese idea sin desafinar, nos enseña claramente lo que dice, sin apenas una duda.
Si pudiera pesar las palabras de Caicedo, serían como esos pasteles de apariencia pequeña pero que cuando los coges son compactos, con esos rellenos que se desbordan al primer mordisco. Esas palabras con las que nos cuenta todo un mundo de sensaciones y obsesiones, en las que Cali será el centro de un mundo de adolescentes, casi niños, que aprenden a vivir, a pelear, a llorar, a reír, a ser derrotados, a amar, a ganar, a olvidar y, a veces, a morir, de la manera más directa. Nos presenta una serie de personajes que se mueven por la vida como si la hubieran conocido hace mil años, pero que apenas la han visto nacer, e intentan huir de su lugar asignado por el lugar donde han nacido o por el dinero de sus padres. Caicedo muestra un universo donde el sentirte diferente es necesario y, otras veces, evitado, o donde la violencia, el conocimiento, la enfermedad, el odio, el amor sexual o fraternal, la amistad, la huida; son partes agarradas a ese mundo, en el que sus obsesiones, como son el cine, ciertos fetichismos, la literatura -en concreto de Edgar Allan Poe- , el componente sexual de toda relación obsesiva -hasta la más blanca-; son parte de la mayoría de sus historias. Sumadas todas, se crea un mundo duro y complejo de relaciones y vivencias que no parecen poder olvidarse. El libro no te dejará hacerlo aunque solo sea por la sensación inquietante que a veces desprende.
Cada uno de estos “Cuentos completos” son pedazos de tela que el autor parece haber ido arrancando de un tapiz, y, cuando vas acabando cada uno, poco a poco, rellenas los huecos, recompones el dibujo, y van surgiendo unas figuras amenazadoras, turbadoras, diferentes… pero de una belleza profunda y grave, como las rocas afiladas de un acantilado o la inquietante quietud de una noche sin luna.
Caicedo está en todas partes en los cuentos, se aparece como los fantasmas de las viejas películas de Hollywood: trasparente sobre un fondo urbano. Su mente acomete todas las aventuras que le han propuesto sus historias, y va dejando su personalidad en cada frase que construye. De tal forma que arremete contra los maestros amaestrados de la cultura de su tiempo, contra la política dogmática sin peros y sin fisuras, contra la policía, contra la educación reinante, contra los moralistas. Pero también acaricia la imagen de sus pasiones: al cine, a Poe, a Cali, a la noche, a la amistad, la música, y a toda esa gente que puebla su cuentos y que, a pesar de todo, los comprende, los compadece y los observa con mimo