Cuentos completos de Marcel Schwob

Reseña del libro “Cuentos completos”, de Marcel Schwob

Cuentos completos de Marcel Schwob

Para los amantes del relato breve como un servidor, es una suerte poder contar por estos lares con editoriales que cuidan y ponen en el lugar que se merece a un género históricamente (o, mejor dicho, comercialmente) infravalorado pero que, ya incluso desde Las Mil y Una Noches (o desde las mismísimas cavernas, si me apura) tiene una importancia capital en la construcción de la llamada Historia de la Literatura Universal y de nuestra identidad cultural, signifiquen ambas cosas lo que quiera que signifique (que yo no lo tengo claro).

Por este motivo (y quizás en este caso en particular, principalmente-y casi exclusivamente- por este motivo y no por otro) estamos (muy) de enhorabuena gracias (otra vez) a los (muy) amigos de la editorial Páginas de Espuma, que nos han regalado, no una, sino todo un cofre lleno de joyas con la publicación completa (y por primera vez conjunta en uno solo) d los libros de relato breve que publicó (y otros cuantos que dejó inéditos) uno de los más grandes maestros del género, el francés Marcel Schwob. Cuentos completos de Marcel Schwob, se llama el tesoro.

Y lo han hecho por todo lo alto: en una fantástica edición en tapa dura, con un formidable trabajo de edición y traducción a cargo de Mauro Armiño y a la que le ha puesto la guinda un sincero prefacio de un “fascinado” lector de Schwob (¿de qué otra forma se puede ser lector de Schwob?): el mismísimo (y también genuino escritor de breves) Enrique Vila-Matas.

Pero sin querer venir aquí (o puede que con esa única intención) a repetir lo que ya se sabe de Schwob a izquierda y derecha, por arriba y por abajo, yo tendría que saber poder explicarle a usted (que es más inteligente y tiene más buen gusto que yo), por qué Schwob es otro dios (si es que no está usted ya convencido de ello).

Y aunque no sé si he empezado de la mejor forma posible con esta vaga y blasfema afirmación, ya sabe usted lo que hay: que uno no es solo un poco tocapelotas, sino que además también es bastante politeísta. Y, en ese sentido, Marcel Schwob es uno de esos dioses de la oratoria y de la palabra (escrita y breve) a los que suelo acudir en momentos como este, estas fechas llenas de traición y de sangre y también de pasión, de recogimiento e indigestión de torrijas. Porque Schwob no es un puto fake de mierda ni un estúpido e ignorante profeta de las letras. Ni de coña. Schwob es pura sabiduría y honestidad, Schwob rebosa de erudición y yo a ese tipo de persona nunca le negaría tres veces.

(¿?)

Pero hablando (un poco más) en serio de Cuentos completos de Marcel Schwob, le explicaré el motivo real de mi devoción: Schwob es como una especie de oráculo del cuento. Un autor que te hipnotiza desde el principio y que seguirá encandilando eternamente a sus lectores por su forma de contar historias; por esa prosa tan sencilla y ágil como intensa y emocionante; tan culta y refinada como cercana. Por esa voz que se reproduce como ecos de leyenda, que parece hablarnos desde el principio de los tiempos o como sentado justo al lado de nuestro oído. Esa voz sosegada y envolvente que nos relata historias fantásticas, misteriosas, a veces divertidas, también surrealistas o cotidianas, pero siempre llenas de Humanidad e impregnadas de la propia Historia del Hombre.

No. No le hablo de La Biblia, joder. Estoy hablando de Marcel Schwob (aunque quizás un día hagamos reseña de ese otro gran libro de historias y cuentos).

Y claro, como todo omnipresente dios que se precie, Schwob (aunque más concretamente su literatura) creó (sin necesidad de morir por ello, aunque solo después de hacerlo) una verdadera religión literaria de la que yo (que ni fui fraile ni soy cura) vengo hoy a evangelizar por aquí, si es que todavía queda alguien leyendo esta deplorable reseña convertida en sermón.

Quizás el Schwobismo sea una religión secreta, tal y como afirma Vila-Matas. Quizás también haya estado desprestigiada y silenciada por los tercos y siniestros mercaderes. Pero, por encima de todo, está su innegable influencia, que ha ido fructífera y duradera.

Por los siglos de los siglos. Amén.

Borges, Bolaño, Perec o un tal William Faulkner (otra divinidad conocida por aquí como El Jefe), se vieron impregnados por las enseñanzas (y por el estilo vanguardista e innovador de los textos) del Divino Señor y eso fue, seguramente, el principio de otra Historia.

El inicio de otro Ruido.

Y de otra Furia.

¡Únase a nosotros, hermano!

Y ahora cantemos todos juntos:

¡GLORIA RESUCITATUS!

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