Leí Frío de vivir, el primer libro de cuentos que escribió Carlos Castán, en mi época universitaria, unos cuantos años después de su publicación y cuando uno lo quiere todo y además lo quiere, por supuesto, ahora mismo. Recuerdo que disfruté muchísimo leyendo aquellos relatos y que, como dicen los amigos de la editorial Páginas de Espuma, me hice fan de este escritor enseguida, bastante antes de que se pusiera de moda. Porque una literatura así, nunca es una moda. Por eso, ahora, un montonazo unos pocos años después, tengo muy claro que Carlos Castán es uno de los escritores que me inoculó para siempre el amor por este maravilloso género narrativo que es el relato.
Y es que recuerdo también, vivamente, escenas concretas y de intensa lectura de esos cuentos, muchas de ellas en el metro, camino de clase mientras esa voz suave, melancólica y derrotada suya que recorre todos los textos, parecía salir del interfono del vagón justo después de avisar de la llegada a una estación y, tal y como hizo años después El Jefe Faulkner, me decía cosas sin parar. «Pues sí, muchacho, nadie sabe nada, joder, ya lo ves». O lo de siempre: «díselo ya si no quieres arrepentirte toda tu vida, no seas imbécil que luego mira lo que pasa». Pero, sobre todo, decía cosas como «¿a dónde vamos realmente con esta cara de desesperación?». Cosas de ese estilo que seguían resonando luego, en algún pasillo más tranquilo de la facultad, cuando tiraba los trastos al suelo, me encendía un cigarro y retomaba la lectura antes de entrar en clase, sí, todo un romántico sufridor aquel otro yo, deseando saber por qué lado del tren bajaría finalmente el protagonista de El andén de nieve y qué lado hubiera elegido él (el otro),o sea yo.
Hoy, gracias a la formidable recopilación que hacen de Frío de Vivir (1997), Museo de la soledad (2000) y Sólo de lo perdido (2008) junto a su relato más extenso hasta la fecha, Polvo en el neón, los amigos de Páginas de Espuma (a quienes debemos agradecer, con todos los honores que se nos ocurran y muchos más, que el género del cuento esté, no solo vivo, si no totalmente en auge en nuestro país desde hace bastantes años), pues gracias, decía, a este libro recopilatorio y definitivo de esta editorial titulado Cuentos, he vuelto a lo mejor del relato breve y me he podido hacer, otra vez, las mismas preguntas de aquellos días y comprobar también, con bastante sorpresa y más amargura aún, que es posible que las respuestas hayan cambiado por completo. Pero también que puede que no.
Porque, veamos, ¿hoy hubiera seguido eligiendo el mismo andén al bajar de aquel tren? ¿O puede que ahora, con unos cuantos años (y otras cosas) más a cuestas, hubiera salido por el otro lado? ¿O si, justo por esto del paso del tiempo y toda esa mierda, hubiera elegido el andén de la derecha?¿Y si me equivoqué al elegir el que elegí aquella primera vez, lleno de fuerza y de sueños y de sed, y lo más sensato hubiera sido elegir de otra forma? ¿Y si elegí con sensatez pensando en el futuro y ese fue el verdadero problema? ¿Es el futuro el problema?
La respuesta está muy clara: Carlos Castán es un clásico. Porque sus cuentos son atemporales. Porque al releer sus relatos ahora, algunos llenos de giros inesperados, sorprendentes o aterradores, la mayoría plagados de filosofías de vida, de niebla y de amor y desamor, de lugares reconocibles que ya no existen o que siempre estarán ahí, todos ellos recorridos, eso sí, por personajes heridos que avanzan siempre pero que viven al borde del vacío más absoluto, intentando escapar de algo (¿de sí mismos?) y a la vez queriendo volver otra vez (¿a sí mismos?), cuentos que están llenos del pasado, de nostalgia, de infancia (o de otras cosas mucho mejores), por eso, digo, Castán es infinito.
Sus historias nos dan las claves de todo y para todo y nos dice que claro que sí, que la vida está llena de amarguras y también de deseo, de instantes felices y eternidades incomprensibles, de prodigios inolvidables y de terribles certezas, de luces de neón deslumbrantes y de sombras que se vuelven corpóreas, y que luego, ambas, en mitad de una tormenta, se mezclan formando el gris de la existencia humana. Que nunca sabremos, en realidad, cuándo es mejor esconderse o cuando es mejor salir, bajar a la calle a encontrarse con lo que sea que haya que encontrarse y hacerlo de una puta vez y, si es posible, mirándolo directamente a los ojos o si solo se puede vivir huyendo.
Si aún no ha leído usted a Castán (¿estamos de coña o qué?) quizá esta sea la mejor oportunidad para disfrutar de uno de los mejores escritores de narrativa breve que ha dado este país en las últimas décadas (o siglos), uno de los mejores que tendremos nunca, sin duda, heredero de la mejor tradición del cuento de aquí y de fuera. Le han llamado becqueriano, postromántico y no sé qué más cosas. Y no puedo estar más de acuerdo. Para mi, sin embargo, Castán sigue siendo esa voz breve que me dice, al llegar a cualquier estación, que “tenga cuidado de no introducir el pie entre coche y andén”.
#muyfandeCastán.