Esta tarde la he pasado en la sección infantil de una gran librería del centro. El público, mamás y papás con sus nenes, rebosaba la planta; unos niños pintando en las mesitas de colores, otros correteando y jugando al pilla-pilla entre los estantes y otro grupito sentados al fondo disfrutando de la lectura de un cuento que narraba uno de los padres. Con voz ruda imitando a un corpulento leñador de los bosques el señor leyó el título: Cuentos de osos, dijo. Me hice hueco entre los niños que escuchaban atentos la lectura y me dispuse a acompañarles.
La historia trata sobre papá oso, un prolífico escritor de cuentos que cada día le cuenta a su hijo. Según papá oso, los cuentos que escriben los humanos no son buenos. Los que de verdad molan son los que cuentan los osos porque como él dice: «Para escribir bien hay que escribir con sensibilidad de oso, poesía de oso y delicadeza de oso». Sin embargo, su hijo no opina del mismo modo. Cree que los cuentos de su papá son un rollo patatero y decide, a escondidas, retocar los cuentos a su gusto para que molen más, por así decirlo, para que tengan más flow.
Así, en esta historia se muestra la complicidad de algo tan lindo y necesario como es la figura del papá cuentacuentos que cada noche le dedica unos minutos a su hijo para narrarle historias imaginativas. Que molen o no es ya cuestión de arte. Y según el hijo oso, su padre tiene lo justito para pasar el día. De ahí que los editores osos nunca acepten sus cuentos y el pobre se sienta muy triste por ser rechazado por las editoriales del bosque. En esto me sentí algo identificado con papá oso. Malditos editores que no comprenden nuestra poesía de osos. Su hijo que espera leer cosas molonas como Batman salvando a alguien o marcianitos atacando la ciudad decide darle un toquecito a las historias del padre y la cosa cambia.
Seguí escuchando al padre que narraba el cuento a los niños en la librería y me di cuenta de algo que yo tenía adormilado en mi interior: quería ir corriendo a casa a contarle un cuento a mi sobrino. Me salió ese sentimiento paterno con todas sus fuerzas. Decidí llevarme Cuentos de osos por el trato tan amable que tenía la historia de contar la frustración que puede sentir un escritor al no ser aceptado por sus escritos pero cómo el cariño y la buena intención de su hijo puede ayudarle a mejorar. Es, además, un modo muy didáctico de hacer que los chavales aprendan a desarrollar la imaginación haciéndoles la pregunta que el hijo oso se plantea cada noche cuando a escondidas intenta mejorar los cuentos de su padre: ¿Cómo mejorar el cuento? Y ahí el niño o niña puede dejar volar su imaginación e inventarse cuantos finales se le ocurran para hacer más divertida la historia.
Gustavo Roldán hace una labor muy buena tanto en la narrativa, sencilla y amoldada a primeros lectores, como en sus dibujos. Canallas, divertidos y con mucho sentido del humor ilustran muy bien el tono de la historieta que seguro gustará a los papás que quieran disfrutar del mágico momento de contarle un cuento a su osito y pasarlo en grande imaginando historias que van más allá de los clásicos infantiles. Si alguna vez has intentado contarle cuentos a tu hijo o hija y sientes que tus historias le aburren, que no consiguen captar su atención, no desesperes. Escribes o narras con sensibilidad de oso, poesía de oso y delicadeza de oso pero son los osos más peques los que tienen la chispa para que molen más. Así que no dudes en leerle este cuento y deja que sea tu osito quien invente el final, seguro le encantará.