Si creciste durante los años ochenta, seguro que te acuerdas bien de las pesetas y de que salían personajes históricos en los billetes. El de diez mil lo veíamos poco, pero el señor que salía en él era el mismo que el de las monedas y lo conocíamos todos: Juan Carlos I, rey de España. ¿Y el billete de mil pesetas? Ese nos lo cruzábamos más a menudo. Yo recuerdo perfectamente al hombre con bigote que aparecía en él, pero nunca me fijé en su nombre. Ni idea de quién era. Dos décadas después, con la peseta ya extinta, me enteré de que ese hombre era Benito Pérez Galdós, uno de los escritores más célebres de la literatura española, del que yo ya había leído obras como Marianela y Fortunata y Jacinta. Durante el siglo XX, se le rindió homenaje al ser uno de los elegidos para aparecer en los billetes, y ahora, en 2020, el centenario de su fallecimiento es una nueva oportunidad para ensalzar su figura, de ahí que se estén reeditando todas sus novelas.
Al hablar de su contribución literaria, siempre se mencionan sus obras realistas; al fin y al cabo, Benito Pérez Galdós es un referente de este género literario. Tanto es así que sus no pocas incursiones en la fantasía han pasado a un segundo plano y son desconocidas por el gran público. Por eso, Cuentos fantásticos, editado por Cátedra en 2016, sigue siendo un libro singular: reunió doce de sus cuentos etiquetados como fantasía. Uno de ellos era la primera vez que veía la luz en formato libro, y otros dos habían sido editados rara vez, pues ni siquiera aparecían en Obras completas de Benito Pérez Galdós que publicó la editorial Aguilar.
Yo ya sabía que este escritor canario también había escrito fantasía. Hace unos años leí «¿Dónde está mi cabeza?» en Cuentos españoles del siglo XIX y «La conjuración de las palabras» en Antología de relatos fantásticos españoles y en Cuentos que cuentan. Pero, gracias a esta recopilación de Cátedra, he conocido mejor la literatura fantástica galdosiana, en la que el elemento inverosímil se plantea desde prismas muy diferentes.
Puede parecer que, en estos cuentos fantásticos, Benito Pérez Galdós se dejaba llevar más por el sentido del humor o el puro divertimento. Sin embargo, enseguida nos damos cuenta de que los temas que subyacen en estas historias son los mismos que en sus novelas realistas. Nos habla del sentido de la vida (en «La pluma en el viento», «Tropiquillos» o «Celín»), de cómo enfrentar la muerte (en «Una industria que vive de la muerte, episodio musical del cólera» o en «La Mula y el Buey (cuento de Navidad)»), de la locura (en «La novela del tranvía» o en «¿Dónde está mi cabeza?»), del amor (en «Theros» y en «La princesa y el granuja») y hasta de nuestra lengua (en «La conjuración de las palabras»). Aunque, a decir verdad, aborda todas estas cuestiones a la vez, casi casi, en cada uno de ellos.
Sirva Cuentos fantásticos, esta edición de Alan E. Smith para Cátedra, como homenaje a Benito Pérez Galdós y como ejemplo de la riqueza de la fantasía, en la que lo inverosímil solo es la excusa para profundizar en los temas universales. Esperemos que algún día ese elemento que escapa de la realidad deje de utilizarse para menospreciar ciertas obras de la literatura galdosiana y de la literatura en general.