Reseña del libro “De cómo recibí mi herencia”, de Dorothy Gallagher
Cuando uno empieza De cómo recibí mi herencia sufre un cierto impacto, el primer capítulo tiene una fuerza sorprendente, mezcla intensidad y calidad de una manera pocas veces vista hasta incluso se plantea si seguir o no porque el riesgo de verse decepcionado es grande, no parece al alcance de cualquiera mantener ese nivel. Pero lo mantiene, vaya si lo hace. Es un libro francamente interesante, no solo por lo bien que cuenta la autora su historia, la de su familia, sino porque esa historia es especialmente interesante en si misma, como lo es su familia compuesta por comunistas estadounidenses, pero no por personas ligeramente progresistas a las que solo mentes oscuras como la de McCarthy y sus continuadores llamarían comunistas, sino comunistas de verdad, con retratos de Lenin en sus casas y convencidos de que la sociedad soviética era la más justa e igualitaria del planeta. Y si eso no los hace suficientemente peculiares en la narrativa estadounidense, también tienen sus propias particularidades personales que les hizo nacer ya como personajes literarios. Afortunadamente nació también en su familia alguien como Dorothy Gallagher con la vocación y el talento necesarios para contarlo.
La familia es de ascendencia ucraniana, no sé si les ocurre lo mismo que a mí pero últimamente encuentro muchos autores de ascendencia, cuando no de nacionalidad, ucraniana que no sabía que la tenían. Será que ahora nos fijamos. A lo que iba: escaparon de Ucrania justo antes de la revolución y si bien su vida en los Estados Unidos no fue precisamente un camino de rosas, la comparación con los años duros de hambruna en su tierra natal es interesante, literariamente hablando. No es que fueran especialmente conscientes de la situación allí, o lo eran pero no se lo creían, pero una de las muchas cosas interesantes de este libro es cómo la necesidad de mantener los ideales, algo sin duda loable, nos puede llevar a defender igualmente su puesta en práctica aunque no sea precisamente ejemplar y de hecho sea básicamente contraria a esos ideales. La familia que se quedó a la que no mató la revolución ni la guerra o los pogromos, los mataron el hambre y la miseria pero ellos, en su vida progresivamente más acomodada (dentro de la humildad) en otro lugar, se aferraron a sus símbolos y a sus convicciones en un ambiente, además, francamente hostil a esos símbolos y convicciones. No en cuestión, momento ni lugar de reflexionar sobre ello, políticamente quiero decir, pero convendrán conmigo en que literariamente el escenario es mucho más que fértil.
Nada de eso se vislumbra en ese primer capítulo del que les hablaba en el que parece que nos van a contar la historia de una familia llena de personajes peculiares, duros, tomando como punto de partida el final, los estragos que la edad pueden llegar a hacer en algunas personas, cómo en ocasiones una mezcla de senilidad y egoísmo se empeña en poner el peor broche posible a unas vidas que, con sus peculiaridades, podrían no ser tan distintas de tantas y tantas que conocemos. Una historia que comienza diciendo «Después de que mi madre se rompiera la cadera, la metí en una residencia» que es el principio que coincide con el fin de muchas otras historias que tnos pueden llegar a ser familiares. Un padre que pierde la cabeza y dilapida los ahorros de toda su vida, entregándoselos a un estafador, una madre enferma que no se vale por si misma pero no se reconoce enferma y la negativa de ambos a que les cuide cualquier otra persona diferente de su hija, que lidia con la situación como puede. Pero el viaje al pasado de De cómo recibí mi herencia marca la diferencia con muchas de esas historias. Por desgracia es cierto que no es especialmente original que una familia deje su país para buscar fortuna en otro, pero la peripecia vital de la familia de la autora sí que marca la diferencia. Este libro sería diferente si en lugar de ser una familia de judíos ucranianos comunistas en Estados Unidos hubiesen sido de cualquier otra nacionalidad, cualquier otra ideología y en cualquier otro país. Sin duda sería también una historia interesante, apasionante probablemente, pero diferente. Y esa diferencia es un plus a favor de esta novela, si es que se le puede llamar novela a este ejercicio de autoficción, que yo diría que sí.
De cómo recibí mi herencia, traducida por Regina López Muñoz, logra retratar una época gracias a la capacidad de observación de la autora, logra hacerte reflexionar, logra divertirte porque hay pasajes poco menos que hilarantes, pero sobre todo logra hacerte disfrutar como lector: es un libro tan brillante como entretenido, tan cáustico como emocionante, tan duro como gratificante, tan honesto como adictivo. Roza el milagro lograr escribir un libro a la vez eslavo y estadounidense. Personalmente he disfrutado como un enano con esta obra y no sólo por sus múltiples bondades como libro sino porque logra llevar a otro nivel las memorias familiares, un género de por sí atractivo.
Andrés Barrero
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