De Jabugo a Cahuita, de Ignacio Garzón González
Permítanme unas palabras sobre los libreros antes de empezar a hablar del libro, que siempre es buen momento para rendirles un merecido homenaje en general, pero muy especialmente a estos en particular. Hice un pedido por internet a un librería onubense, Romero libros, y cuando lo recibí dos o tres días después, descubrí una carta en el paquete en la que se explicaba que como regalo de bienvenida me enviaban también un libro, este que me dispongo a reseñar. A mí, como amante de los libros, siempre me resulta emocionante tener uno entre las manos, pero recibir como regalo de bienvenida de unas personas a las que no conozco un libro, un poemario además, me parece digno de agradecer públicamente y así lo hago, porque algo me dice que más que una técnica comercial es una muestra de amor a su profesión por parte de estos amigos libreros a los que sigo sin conocer, pero a los que desde aquí quisiera homenajear.
El libro en cuestión es De Jabugo a Cahuita, de Ignacio Garzón González es, además, un libro francamente especial. Lo definiría como el diario de viaje de un poeta, que no es un diario normal porque los ojos de los poetas no lo son. El autor cuenta lo que ve, reflexiona, comparte con nosotros sus pensamientos, nos hace ver imágenes hermosas, nos hace pasear a su lado, logra que compartamos sus momentos de indignación ante la ubicuidad del imperio y en fin, nos emociona. Gracias a Ignacio Garzón González nos regalamos un viaje por Costa Rica y disfrutamos de una experiencia muy particular porque no siempre viaja uno con ojos de poeta. Paseamos por Costa Rica sin estar allí al tiempo que añoramos Jabugo sin ser de allí. Convendrán conmigo que tiene mérito.
Y también se aprenden cosas, por ejemplo a ver en una iguana a una quimera resultante del cruce entre lora y salamanquesa o que lo que en mi tierra son conchenas en la del autor, que es la misma sólo que él es poeta, bien pueden ser turritellas, fissurellas y siphonarias. O a saber inmune al latrocinio el cromático paraíso que encierran las alas de las mariposas, que quieran que no siempre es un descanso.
Ha sido un placer viajar por Costa Rica de los ojos de Ignacio Garzón González y como a él me invade cierta añoranza por haberla dejado aunque para eso yo más que un avión haya necesitado simplemente cerrar un libro. Que a veces es más difícil, no crean. Lo que no sé es si agradecérselo porque está bien sentirme hermanado en la nostalgia con un poeta, pero habría estado bien disfrutar primero del viaje. Pero sí, naturalmente que me siento agradecido como siempre que leo un buen libro, porque el tiempo encerrado entre las tapas de una obra es un tiempo de paz y andamos necesitados de ella, al menos de la que ofrece este poeta onubense:
Ahora soy yo quien
camina hacia las olas
sin blandir los aceros,
repletos los bolsillos
de afecto y paz, la humilde
paz que puedo ofrecer.
Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es