De lo humano y lo divino, de Javier Sanz
Yo soy muy cotilla. Tanto que casi voy por la vida buscando cosas de las que enterarme. ¿Es un defecto, es un virtud? ¿Es un pájaro, es un avión? Qué sé yo. Lo único que tengo claro es que sabiendo cosas que no sabía me siento bien, me da alegría, me da un escalofrío en mi pequeño cuerpecito. Así que yo, cotilla y lector (siempre he creído que todo lector tiene un punto cotilla en su interior, interesante debate, ¿no creéis?), cada vez que aparece un libro que tenga que ver con anécdotas, con secretos del mundillo que no se nos han contado hasta ahora, caigo como si no hubiera un mañana, como si mi vida dependiera de ello. De lo humano y lo divino no sólo cuenta con ello, sino que además está propiciado por uno de los mejores autores capaces de recopilar anécdotas curiosas de aquello que no nos habíamos planteado que las tuviera. Por ello, ante la salida de su segundo libro, yo tenía que leerlo, despacio, con intensidad, con devoción diría, porque pasar un buen rato me cuesta tanto últimamente que, una vez entrados en materia, ya no he podido resistirme a abrir los ojos como platos, a divertirme, a saber que tiempo atrás, cuando yo no era más que una idea en la cabeza de mi madre, había seres humanos (y divinos) que vivían situaciones que ríanse ustedes de cualquier obra de teatro amateur. ¿Están listos para oírme hablar de ello? Espero que sí, porque aquí voy.
Javier Sanz es único. Y no lo digo porque sea el único que se llame así, cosa que no creo, sino que a lo que me refiero a esa capacidad suya para amenizar las mañanas, tardes o noches de cualquier lector que se precie. En esta ocasión nos mete en el apasionante mundo de la religión, de la Iglesia, y yo, que no comulgo con ninguna, que incluso cuando veo una liturgia empieza a darme un tembleque que más parece un terremoto interno, resulta que De lo humano y lo divino me cuenta todo un mundo desconocido sobre la Iglesia y todo lo que la rodea, y no sólo no siento miedo alguno, sino que encima me divierto. ¡Ay este autor, que me hace hacer cosas impensables! Estamos, si se me permite la licencia, ante uno de esos libros imprescindibles para todo aquel que le guste indagar en la pequeña historia, en esa pequeña historia que se guarda en los cajones, que no se proclama a los cuatro vientos en otro tipo de libros que se venden como sesudos libros de ensayo, pero que, sin duda, te dan una perspectiva mucho más terrenal de lo que ha sucedido a lo largo de la Historia. Me gustan, sí señor, me gustan este tipo de libros, porque como ya he dicho al principio, mi vena cotilla se ve recompensada después de haber leído unas cuantas páginas, como una pequeña dosis en la droga que se ha convertido, para mí, la lectura.
Siempre que reseño un libro que hable, en cualquiera de sus formas, de la Historia, me siento con un peso enorme, porque siempre me da la sensación de meter la pata, de dar algún dato que no es correcto, y echar por tierra todo el trabajo que lleva apalabrada una reseña. Pero, ¿quién me lo iba a decir? Javier Sanz consigue que me sienta a gusto hablando de las anécdotas con mis amigos, con mi familia, con cualquier persona que se precie porque me ven reír, porque me ven abrir los ojos como platos o dibujar una pequeña sonrisa al pasar la página. No sería la primera vez que, en un transporte público, me ha sucedido que alguien me pregunte qué leo, por el simple hecho de ver que estoy disfrutando de la lectura. Al fin y al cabo, eso es lo bueno que tienen los libros, ¿no?, que unen a gente completamente diferente, que se lo pueden pasar genial sin necesidad de tener en sus manos un estudio exhaustivo de lo que ha sido la Iglesia en toda la historia. Quiera la literatura o no, espero con ansias que De lo humano y lo divino no sea el último libro de este autor. Porque sería una verdadera lástima que alguien que nos sabe hacer disfrutar de la lectura, no tuviera más oportunidades de amenizarnos, de hacernos pasar el buen rato necesario que se requiere en nuestro tiempo libre, y que nos anima a querer conocer mucho más, a necesitar mucho más, y a investigar por nuestra cuenta para ampliar la información.
Ser escritor no tiene que ser fácil. Ser investigador, mucho menos. Pero si juntamos estas dos cosas, estas dos profesiones, no hay más opción que rendirnos a la evidencia de que, una vez más, Javier Sanz lo ha vuelto hacer, lo ha vuelto a conseguir. Un hurra por todas aquellas historias que nos cuentas, Javier, porque gracias a ti, he vuelto a respirar, mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro.
A los(s) que necesiten una vacuna contra la mojigateria, les hara bien leer a Javier Sanz.
Estoy completamente de acuerdo contigo Rafael!
Saludos!