De matasanos a cirujanos, de Lindsey Fitzharris

De matasanos a cirujanosNo sé si vosotros hacéis como yo, que cuando estoy leyendo un libro que me encanta no paro de contar los detalles que más llaman mi atención a la gente que tengo a mi alrededor. El último con el que me ha pasado es De matasanos a cirujanos, de Lindsey Fitzharris. Como, por desgracia, mi entorno no es muy (nada) lector, no hacían caso a mi entusiasmo, así que además de darle la tabarra a ellos, lo recomendé varias veces por mis redes sociales. Pero como todavía no me he quedado a gusto, vengo aquí para explayarme con vosotros, contándoos por qué me ha gustado tanto y aconsejándoos que no lo dejéis pasar, ¡es apasionante!

¿De qué va De matasanos a cirujanos? Pues el resumen perfecto es su propio subtítulo: «Joseph Lister y la revolución que transformó el truculento mundo de la medicina victoriana». Se podría decir que es una biografía sobre el cirujano inglés Joseph Lister, pero en este libro no solo se habla de su vida y logros, sino de la influencia que tuvieron en él otras figuras como Liston, Sharpey y Syme. Todos ellos contribuyeron a convertir la denostada profesión de cirujano (que se consideraba un trabajo manual al estilo de un cerrajero o un fontanero) en la que hoy en día es la carrera más admirable a la que se puede dedicar una persona.

Yo soy lega en cuestiones de medicina, sin embargo, no era la primera vez que oía hablar del papel transcendental que desempeñó Lister. Supe de él gracias a la magnífica reseña de El siglo de los cirujanos, de Jürgen Thorwald, que escribió Borja Merino Ortiz  en Manual de linternas: Incursiones, excursiones y reflexiones científicas. La frase «Antes, las quejas y gritos de los pacientes llenaban los quirófanos. Un buen cirujano necesitaba un cuchillo afilado y nervios de acero para minimizar el tiempo de la operación» me impactó, y apunté El siglo de los cirujanos en mi lista de futuras lecturas. Pero, afortunadamente, De matasanos a cirujanos se ha cruzado pronto en mi camino y he podido adentrarme ya en el terrorífico mundo de la medicina y cirugía del siglo XIX.

Todo lo que se cuenta en este libro pone los pelos de punta. Lindsey Fitzharris no se corta en describirnos amputaciones, huesos astillados, heridas de apuñalamientos o mastectomías con todo lujo de detalles. Imagino que esas escenas tan escabrosas son uno de los principales atractivos para algunos lectores (como es mi caso), pero pueden ser también los que disuadan a otros de leerlo. Lo comprendo, claro; sin embargo, no quisiera que eso tirara para atrás a nadie: la prosa fluida y no exenta de humor de Linsey Fitzharris hace que se pase el mal trago con gusto. Además, la ambientación histórica está tan bien lograda y se aprende tanto, que es imposible no fascinarse con este relato de uno de los periodos estelares de la medicina.

Lindsey Fitzharris arranca su recorrido histórico hablando de las primeras intervenciones quirúrgicas que se hicieron con anestesia. Estas, lejos de suponer una mejora, derivaron en un repunte de la mortalidad, ya que al volverse indoloras, eran cada vez más invasivas y, por tanto, la probabilidad de infección durante el postoperatorio aumentaba. Ahí es donde entró en juego el protagonista de esta biografía, Joseph Lister, que dedicó su vida a descubrir las causas y la naturaleza de las infecciones.

Con los conocimientos que en la actualidad tenemos hasta las personas de a pie, resulta sorprendente que en aquella época la comunidad médica no le diera ninguna importancia a la asepsia y pasaran de hacer una autopsia a atender un parto sin ni siquiera lavarse las manos. Hábitos que no solo ponían en peligro a los pacientes, sino a los propios médicos, que ejercían su profesión siendo conscientes de que podían perecer en cualquier momento. Pero que unos seres invisibles (los gérmenes) fueran los causantes de sus desgracias les parecía fantasía, y Lister tuvo que perseverar mucho para convencerlos de que implantando el método científico en la práctica médica podrían vencerlos. La reticencia de los médicos veteranos no se debía a la ignorancia, sino más bien al ego, pues como apuntó uno de los asistentes de Lister: «Un nuevo y gran descubrimiento científico siempre es capaz de dejar tras de sí una larga estela de reputaciones mutiladas entre los que fueron campeones de un método más antiguo. Es duro para ellos perdonar al hombre cuyo trabajo ha hecho irrelevante al suyo».

Lister, el hombre que defendió la importancia del microscopio en la investigación científica, que impulsó nuevos métodos en la docencia médica, que inventó múltiples aparatos quirúrgicos, que interiorizó los descubrimientos de Pasteur para salvar vidas y contribuyó a que los hospitales dejaran de ser casas de la muerte para ser casas de la curación, merecía una biografía tan épica como la que le ha dedicado Linsey Fitzharris.

¿Qué más puedo decir yo para que leáis De matasanos a cirujanos? No sé. Al menos espero haberos dejado claro que este libro se cuela en mi lista de favoritos del año y que no me cansaré de recomendarlo a todo aquel que me quiera escuchar.

@EstherMagar

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