Este verano he estado reorganizando mis libros. Hacía siglos que no lo hacía y ya casi no sabía qué había comprado, dónde, o quién me lo había recomendado. Los libros, además de amontonados en las estanterías, estaban tirados por el suelo o en columnas retorcidas y mal cimentadas (“Los libros son unos invasores implacables. Como quien no quiere la cosa, haciendo gala de una paciencia infinita y en número siempre creciente, se adueñan del lugar.” Bernard Pivot, De oficio, Lector).
Después de organizar la ficción alfabéticamente, la no-ficción por temática y de dejar los huecos apropiados en cada balda para los que estén por llegar (esto es muy importante, por ejemplo, las baldas que tienen los autores que empiezan por la letra G y por la letra M hay que dejarlas bien aireadas, o rápidamente el suelo empieza a llenarse de libros otra vez), mi biblioteca ha quedado ordenada y funcional. Y al poner orden no solo he acabado con el caos de mi habitación, sino que además me he dado cuenta de dos cosas muy importantes.
La primera es que mi biblioteca no me refleja. Está llena de libros que no he leído aún o de libros que he leído y me han gustado moderadamente, digamos libros tibios. Y este carácter casi aséptico de lo que pensaba que sería mi mejor patrimonio, creo que tiene que ver con que tengo unas costumbres post-lecturas impulsivas y quizás, un poco exageradas: Me deshago de los libros que no me han gustado nada y también de los que me han gustado mucho. Hasta hace muy poco, los libros-afrenta iban a parar, sin dolor, a la primera papelera que veía, me sentía perfectamente legitimada haciendo desaparecer libros malísimos. Tampoco se me ocurría pasárselos a nadie, ya que me parecía de mal gusto regalar algo que yo despreciaba. Últimamente soy un poco más sabia y entiendo que no sirvo como rasero universal y que los libros que no me gustan no son necesariamente malos y les pueden gustar a otras personas, a veces incluso muy afines a mí (“Entre los autores y los lectores se establecen relaciones que van más allá de la afinidad: complicidades, ansias voraces…” Bernard Pivot, De oficio, Lector). Así que ahora, a los libros que en mi opinión son horrorosos, les doy una segunda vida en bibliotecas o en casas de amigos. No los destruyo, pero no los mantengo.
Y los libros que me han gustado mucho, mis libros-fetiche, tampoco. En este caso es porque los presto o los regalo a amigos, con el fin de extender la buena noticia. Y como todos sabemos, muchos de los libros prestados nunca vuelven y los regalados no me acuerdo de sustituirlos. Como resultado, me estoy quedando con una biblioteca que no tengo muy claro que me defina. “Mi biblioteca se basa, probablemente igual que la suya, en el doble registro: “lo he leído y me ha gustado – lo releeré”, “me ha enseñado – lo necesitaré”, “lo he anotado y subrayado – aprovecharé el trabajo hecho”. Nostalgia y promesas. Placer y eficacia”, Bernard Pivot, De oficio, Lector. No Sr. Pivot, la mía no. La mía está llena de insipideces y de dudas.
La segunda sorpresa que me he llevado al poner orden, ha sido darme cuenta de cuantos libros tengo sobre literatura: crítica literaria, editoriales, librerías, el proceso de escribir o selecciones de lecturas hechas por escritores. Es decir, me he dado cuenta que cada vez me interesa más leer sobre leer. Y creo que esto es compartido por muchos lectores compulsivos.
De oficio, Lector recoge las respuestas que escribe Bernard Pivot, presentador televisivo francés del programa literario “Apostrophes” a las preguntas de Pierre Nora, un editor de alta cuna. A mí no me gusta juntar las palabras “libros” y “televisión” (si no va acompañada de “series de”) en la misma frase. Pero hice muy bien en fiarme del título (muy atractivo para los de nuestra especie) y de la elegancia y el buen criterio de la Editorial Trama, porque De oficio, Lector, es un libro brillante y muy entretenido, con el que he disfrutado mucho.
Bernard Pivot es un personaje muy carismático que lideró el ambiente literario televisivo francés durante más de quince años y que, por medio de sus entrevistas a grandes autores (Marguerite Yourcenar, Nabokov, Bukowski, Albert Cohen, Le Clézio, John Le Carré…) consiguió que un programa de contenido literario, fuera el más visto en su franja horaria. Consecuentemente, “Apostrophes” fue un gran promotor de la lectura. Era muy frecuente que los libros que salían en su programa se convirtieran en superventas. Democratizó la lectura, motivó e incentivó al público general, recordándoles el valor de la lectura. Algo que nunca ha sido fácil hacer. El éxito no se debía a la estructura del programa ni a cómo estaba producido, ya que existían otros programas literarios similares que no tuvieron tanto tirón. El éxito se debía, sobre todo, a la figura de Bernard Pivot que, aparte de ser una persona mediática que dominaba el medio televisivo, era un monje de la lectura. De oficio, Lector, se emitía los viernes. Y Bernard Pivot ese día no leía, pero todos los demás días, fines de semana incluidos, leía entre 5 y 15 horas al día. Un lector concienzudo y muy profesional que casi cada día leía, tomaba notas y preparaba las preguntas que haría el viernes a sus invitados. Si no le gustaba el libro, el autor se encontraría con preguntas difíciles y momentos tensos. Y si le gustaba mucho, le piropearía sin pudor. Tenía fama de incorruptible, de no casarse con autores o editoriales y de no utilizar su fama para hacer dinero con otro tipo de publicidad. Se caracterizaba por tener un estilo directo y sencillo sin alardes académicos (es muy interesante ver cómo la academia francesa, a pesar de que siempre sintió curiosidad por él, lo veía demasiado popular). Utilizaba un enfoque periodístico y personal que, según él, nada tenía que ver con la crítica literaria “Ser crítico literario implica tener una memoria considerable para los libros, una cultura todoterreno, el espíritu de un descubridor, una capacidad analítica sobresaliente y verdadero talento para escribir”. Aquí no puedo estar de acuerdo con él: sí tiene talento para escribir, sí tiene espíritu descubridor y sí que analiza cuidadosamente tanto los libros que leía como lo que significaron esos años de trabajo. Es muy interesante curiosear sobre cómo leía, qué son los libros para él, cómo los seleccionaba o cómo enfrentaba lo leído con la realidad. Y es admirable su visión sobre la responsabilidad de la televisión en la promoción de la lectura y su análisis sobre los mecanismos de producción que utilizó y que tan bien funcionaron.
Consiguió democratizar la literatura sin banalizarla. Nada fácil. Y lo logró porque era un apasionado de la literatura, un gran profesional de la comunicación y además estaba plenamente comprometido con su misión. “Apostrophes” con Bernad Pivot es la prueba de que se pueden hacer programas literarios serios y entretenidos en televisión.
Una maravilla de libro. Me temo que, en breve, va a desaparecer de mi librería.