Cuando me aventuré a leer De polvo eres y en polvo te convertirás, yo no sabía quién era Enrique Herreros, su autor, más allá de que era un soltero de noventa años que en este libro rememoraba a las cuatro mujeres que habían dejado mayor huella a lo largo de su larga vida. Eso y que había trabajado en el mundillo cinematográfico, codeándose con artistas de la época, como Sara Montiel y Carmen Sevilla, y participando en la promoción de películas oscarizadas como Volver a empezar y Belle Époque. Todo ello me hizo pensar que Enrique Herreros tendría una de esas vidas que merecen ser leídas y allá que fui a averiguarlo.
No se trata de unas memorias al uso, sino más bien de unas memorias selectivas (aunque todas lo son, si lo pensamos). Como bien aclara el subtítulo, son «Cuatro vividas narraciones de Amor». ¿Y quiénes son las afortunadas protagonistas de estas narraciones? Para empezar, su abuela, conocida como doña Blanca de los cojones, de la que, según él, heredó ese carácter de perseguidor de ideas y proyectos, de hombre constante y hasta tocahuevos. El primer capítulo es el que está dedicado a ella, aunque tiene tanto o más protagonismo su abuelo don Abelardo. También hay hueco en estas páginas iniciales para otro tipo de recuerdos de su infancia, como las revueltas que vio en la plaza de enfrente de su casa cuando se proclamó la Segunda República.
A partir de ahí, el resto de narraciones hablan de otro tipo de amor: el pasional. La segunda mujer rememorada es Miiko Taka, la actriz que protagonizó Sayonara junto a Marlon Brando. Con ella vivió uno de esos amores de juventud tan locos como inolvidables. Sin duda, mi narración de Amor favorita de las cuatro que componen este libro. En el tercer capítulo recuerda a la parisina Katherine Elm, con la que estuvo más cerca de comprometerse. Y en último lugar, Charo Palacios, quien, además de dejar huella en su corazón, tuvo mucho que ver en los derroteros profesionales que tomó Enrique Herreros.
Aparte de estas relaciones amorosas, a las que el autor adjudica un puesto de honor en su vida, hace mención a otras. De algunas ni siquiera menciona el nombre, mientras que a otras les dedica también varias páginas, como es el caso de la actriz española Emma Penella. Sin olvidar las repetidas alusiones a Sara Montiel, con la que trabajaron tanto él como su padre, famoso pintor y humorista gráfico. Aunque de ella no habla precisamente maravillas, llegando a definirla como «diva barata».
He echado en falta más detalles sobre su trayectoria profesional, ya que Herreros es, probablemente, uno de los principales conocedores de lo que ha dado de sí la industria cinematográfica de nuestro país en este último siglo. Eso es problema mío, claro, ya que la portada deja bien claro que esto va de narraciones de amor. Sin embargo, lo que sí me parece un gran defecto de esta obra es la descuidada labor de corrección. Será deformación profesional, pero las continuas comas y puntos fuera de lugar y el uso arbitrario de mayúsculas y cursivas me sacaban continuamente de la historia. Una pena, la verdad, ya que el relato de la ajetreada vida de Enrique Herreros bien merecía una edición más cuidada. Espero que para próximas reediciones lo tengan en cuenta.