Vaya por delante que siempre me ha gustado bastante la música de Christina Rosenvinge. No soy un incondicional, algunos de sus discos me enamoran más que otros y los hay que no me gustan prácticamente nada, pero muchas de sus canciones me acompañan desde hace años y cada cierto tiempo, lo que siempre me parece asombroso, consigue que una nueva se me enrede entre los pasos y trepe por mis piernas como un cachorro travieso.
Esta vez no ha sido ninguna canción sino un libro entero, una colección de diarios que lleva por título Debut y con la que nos brinda una lúcida biografía personal y musical a través de las memorias de cada uno de sus elepés desde el año 92. Es decir, ya después de Álex y Christina y de su gran pelotazo de finales de los ochenta.
La de Christina es una existencia vivida un escalón por encima del común de los mortales, y lo admite sin ningún reparo. De hecho lo hace de manera tan natural, habla tan abiertamente de urbanizaciones con piscina, de casas al borde de Central Park, de tocar con Sonic Youth y ensayar al pie de las cenizas de las Torres Gemelas, que uno no puede más que sentir envidia sana. Pero más allá de los apuntes biográficos puros y duros, incluyendo notas sobre la crianza de sus hijos y breves párrafos dedicados a sus relaciones, Debut es ante todo un libro sobre el nacimiento y el desarrollo de las canciones, sobre su vida interna, lo que las impulsa y todo el armazón de referencias, inspiraciones y formación musical que tienen detrás. De hecho, como corolario, el libro incluye un pequeño ensayo sobre música y letras que incide en algo que se hace bastante obvio desde la página uno: Christina lo hace todo (artísticamente) mejor que tú.
Porque Rosenvinge también escribe bien, muy bien, y aquí lo demuestra. Tiene algunos momentos reflexivos sublimes que me hacen desear que se lance a la novela, esboza narraciones cortas con facilidad y no cabe duda de su habilidad con el verso. Además de la calidad en la prosa, al libro no le falta profundidad, y destaca como pequeño tratado musical y como una reivindicación abierta del papel de la mujer en el arte. No solo en la música, ya que por todo el libro pasean un buen puñado de musas en forma de poetas o pintoras, por ejemplo.
Debut sirve también para demostrar una vez más, como ya pasaba con El café celestial, de Stuart Murdoch, que no hace falta ir soltando carnaza para conseguir una buena biografía. Aquí no hay amarillismo apenas, más allá de pequeñas intimidades a modo de anécdota, y de una trifulca por el máster de Frozen Pool en la que no llegó la sangre al río. A pesar de ello, o precisamente por eso, estas memorias disfuncionales, cronológicas pero desordenadas, se disfrutan de principio a fin.
Las ilustraciones ad hoc de Lidia Toga, muy en la onda intimista del resto del libro y una edición en tapa dura y dos colores, terminan haciendo del conjunto un objeto preciosista que seguro que encandila a los más fans y que convence a muchos otros. Solo espero que, al igual que su adorada Louise Bourgeois, Christina Rosenvinge mantenga la creatividad hasta la vejez y dentro de cinco, diez o quince años nos regale otro volumen que nos dé tan buenos ratos como este.
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