Declive, de Antonio García Ángel

Jorge despierta un día para ir a trabajar, en su turno de noche en un call center, y se da cuenta de que sus pies están creciendo. Nada escandaloso, unas pulgadas solamente, lo justo para incomodarle a la hora de ponerse los zapatos. Se logra calzar a duras penas, pero antes de abordar su autobús pierde uno de ellos de un pisotón y tiene que viajar de pie hasta su destino con la desagradable sensación de ir medio descalzo. Esa desazón, que irá creciendo conforme avanza la novela, es el hilo conductor de Declive, de Antonio García Ángel. Al asunto de los pies se unirán más adelante una plaga de hormigas en su apartamento, los problemas con su padre anciano y una sensación general de desencanto con la vida, el trabajo y el amor.
Lo cierto es que, si la intención de este autor colombiano es desasosegar al lector, doy fe de que lo consigue. No hay casi ningún momento de respiro, de iluminación en la novela, y, sin que medie nada trágico, pocos pasajes son felices en la existencia de Jorge, que incluso cuando se relaja viendo películas de serie B termina teniendo pensamientos negativos y pesadillas.
La narración en sí se vertebra mediante la acumulación de momentos cotidianos narrados con sumo detalle, hasta llegar a límites soeces en ocasiones. Las jornadas de trabajo son agotadoras, los momentos en casa tediosos y el transporte entre un lugar y otro, siempre complicado y con mal tiempo. Para colmo, la situación de su padre empeora por momentos y las hormigas no hacen más que aparecer en los lugares más insospechados. El lector es testigo de su hundimiento minuto a minuto, hora tras hora, y no puede hacer nada más que seguir leyendo para comprobar que, la mayor parte del tiempo, las cosas lo único que pueden hacer es ir a peor de una manera inexorable.
Antonio García Ángel, con una marcada influencia existencialista que recuerda a “La metamorfosis” de Kafka, consigue un texto interesante para comprender cómo las dinámicas negativas de las grandes ciudades (Bogotá en este caso) pueden engullir a los individuos. Una reflexión sobre la falta de reflexión en la propia existencia, sobre el vacío de nuestros actos diarios y lo sencillo que resulta dejarse arrastrar por la corriente hasta que se está tan lejos de la orilla que no se recuerda dónde se quería llegar. Además, ofrece una foto detallada del día a día de Bogotá, curiosa para quienes no la conocemos y agradable, imagino, para aquellos que sí.
Sin embargo, por qué no decirlo, Declive también es una obra un poco aburrida en algunos tramos (y eso que solamente tiene 129 páginas), en la que la repetición de patrones puede llegar a cansar, por lo menos durante los primeros dos tercios. La cadencia narrativa, con frases cortas y simples, no permite grandes alardes tampoco, y los personajes aledaños no aportan demasiado a la trama, con excepción del padre del protagonista, un anciano peculiar y malhablado al que se odia y se coge cariño a partes iguales. Las hormigas, tengo que decirlo, salvan el conjunto al final, pero para ello Jorge, y el lector, han de caminar hasta ahí, y no resulta fácil con los pies dos tallas más grandes de lo habitual…

 

 

 

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