Quizá alguien lo vea como un insulto -a cuál de los dos autores, lo dejo al arbitrio de cada uno-, pero las primeras páginas de Departamento de especulaciones me retrotrajeron a mis lecturas de aquellas obras de Ray Loriga cuando Ray Loriga era un escritor joven, muy pop y muy fragmentario y sus libros eran como caleidoscopios o como viajes en montañas rusas. Aquellos libros eran como puzzles de colores en diversos grados de ensamblaje o desensamblaje. Es un tipo de literatura que algunos tachan de fácil (o facilona) y sin mérito, pero es innegable que tiene su encanto.
Departamento de especulaciones no es totalmente así. Aunque los primeros párrafos despistan, o quizá la autora pretende en ellos hacer una declaración de intenciones -este libro lo he escrito así porque me ha dado la gana, esto es lo que vas a encontrar, lo tomas o lo dejas-, lo cierto es que la historia es más coherente, y el estilo, menos desparramado de lo que pueda parecer. En realidad, es una novelita sencilla de lectura muy rápida y sin obstáculos de ningún tipo: ni formales, ni mentales. No nos trabaremos la lengua con las frases directas y sabrosas de Offill y de su narradora, una mujer normal y corriente con un marido y una hija, con problemas domésticos como los de cualquiera -una plaga de chinches, por ejemplo-, con inseguridades como las de cualquiera -se debate entre su amor de madre y su anhelo de ser “un monstruo del arte” y escribir la Gran Novela- y, andando el tiempo, crisis matrimoniales como las de cualquiera que ella debe afrontar. Aparecen también temas costumbristas contemporáneos de poca profundidad pero de gran calado popular -el yoga, el cuidado por la apariencia física, el estrés de la mudanza, las peleas y reconciliaciones, la curiosidad y el vértigo que produce todo lo cósmico, la sobada carga simbólica del espacio- que sirven de hilvanes entre unos elementos y otros, entre unas etapas y otras por las que atraviesa la protagonista.
El resultado es una novela-patchwork, cuya máxima virtud es una sabia y eficaz combinación de cultura popular con cultura clásica -destacan las citas, bien desperdigadas, de autores clásicos de la literatura y la filosofía, cuyas citas son enjundiosas, aunque justo es decir que lo son tanto, y de tan amplio sentido, que pueden encajar tan perfectamente en una novela sobre una esposa y madre neoyorquina algo hastiada de su vida como en otra de temática totalmente diferente; por algo los clásicos lo son- y, sobre todo, una admirable economía de medios: la autora se ahorra del todo prolegómenos, exégesis, introducciones, descripciones, exordios, parafernalia dialogística, las consabidas menciones a las tazas de café y las ensaladas que los autores gustan de realizar mientras nos cuentan cualquier conversación entre sus personajes, etc. y va al grano, contándonos en cada capítulo, párrafo y renglón justamente lo que quiere.
Otra cualidad que me agradó de Departamento de especulaciones y que es posible que agrade también a otros lectores es el buen tino de Jenny Offill para armar, con sus palabras, placenteros momentos-clic, aquéllos en los que encontramos escritos pensamientos más o menos idénticos a los que nosotros hemos podido albergar en situaciones parecidas a las que se narran. Ello, junto con el hecho de que nunca sepamos el nombre ni muchos datos personales sobre la protagonista, hace que sea prácticamente inevitable sentirnos identificados con ella.
El libro se lee en un santiamén y está muy bien acabado. ¿La maravilla genial e inconmensurable de las letras actuales, como la ha consagrado la crítica de medio mundo? Tampoco, pero es muy entretenido y muy ligero.
Leire Kortabarria
@leiresroom