Reseña del libro “Después”, de Stephen King
Que a estas alturas de la película, de lectura, de la vida, del partido o de lo que queráis, en la contra de un libro del tito Stephen King figure una cita del The Washington Post afirmando solemne y convencido: “Estáis en las manos de un narrador magistral”, es poco menos que una obviedad que raya en la chorrez. Todo el mundo sabe que King narra de putííííííísima madre, que lo lees de un tirón, que visualizas sin problemas todo lo que te quiere contar, y más aún las escenas costumbristas, familiares y cotidianas y que puede pasar de eso al horror en cero coma como si nada. Tiene ese don de acogerte entre sus palabras y transportarte al momento y lugar que quiera y de hacer que, aunque a lo mejor no te dé muchos detalles descriptivos, imagines el aspecto de protagonistas o sitios con gran facilidad. Así es el tito King.
Pero como he comentado más de una vez, a pesar de su maravillosa y envolvente capacidad narrativa King tiende a cagarla bien cagada en los finales. No sé cómo será su proceso creativo, pero para mí –y esto es algo que pienso yo, que no he leído nada sobre su método de trabajo– que al tío se le ocurre una idea cojonuda y empieza a escribir sin freno hasta desarrollar la historia y lo hace sin pensar el final y cuando ya ha llegado a este, improvisa un poco y hala, que quede como sea. Total, la editorial se lo va a publicar, ¿verdad? ¡Joder, cómo no se lo va a publicar si es King! Repito, que no sé, pero a veces, vistos muchos finales, da esa impresión.
Por eso tengo que frenar mucho mis ansias lectoras de lanzarme a por las novedades de King, sobre todo si son tochos, y prefiero leer antes opiniones de gente de confianza –gente que opine libremente, gente conocedora de esa dolencia de King, de esa finalitis aguda– para no llevarme un chasco al cerrar el libro.
Y aparece Después. Un libro que no es un tochal pero que tampoco es corto, unas 244 páginas. Un libro que, aunque el narrador se empeña en repetir varias veces durante su relato que es una historia de terror, pues NO, no me engañes porque NO es una historia de terror para nada. No te provoca miedo, terror, horror, escalofríos ni nada parecido, a pesar de que tenga una pequeña, ligerísima, minúscula similitud con It. (Aviso: puede que haya gente a la que sí le provoque miedo, terror, horror, escalofríos o algo parecido).
Esa es la única pega que se puede poner al libro. Si acudimos a él sin creernos que vamos a leer terror, disfrutaremos mucho más de él. Tiene elementos sobrenaturales, sí, porque el prota es como el niño de El sexto sentido y puede ver a los muertos recientes, que según la mitología que se ha creado en esta historia, permanecen unos pocos días con nosotros hasta que desaparecen del todo.
Por otra parte, King se toma su tiempo para ponernos en antecedentes y no es casi hasta la mitad del libro cuando este da lo que se nos cuenta en la contra, a saber: Jamie, el campeón, hijo de madre soltera, ayuda a la novia de su madre, Liz, policía, a localizar una bomba. Por lo visto, un loco lleva como veinte años poniendo bombas en donde le parece bien y se ha suicidado dejando una nota en la que dice que queda una gran bomba. Como Jamie puede ver a los recientemente muertos, Liz se lo lleva al lugar en el que se suicidó el pirado para que su fantasma le indique el lugar en el que colocó el explosivo. Pero esto hará que Jamie pague un precio toda su vida, y hasta aquí puedo contar.
Lo dicho. El libro es muy entretenido, muy fácil de leer, adictivo y absorbente. Una vez lo empiezas lo acabas porque está tan bien engrasado que entra solo. Bien escrito y con una trama bien elaborada y que, además, ¡tiene un buen final! Esta vez King no la ha cagado en las últimas páginas y ha escrito un libro como tiene que ser, así que contentos todos.
Lo dicho, si no se espera un libro de terror, si desde el principio se cortan esas expectativas, es un libro muy disfrutable en el que obtendremos el placer de la buena pluma de un anciano de 73 años llamado King.