Antes de hablar sobre lo que pasa en Desterro, lo mejor es hablar sobre dónde está Desterro. Y ese es un tema difícil, pues geográficamente Desterro está en un lugar indeterminado dentro de un mapa ficticio. Es algo que no queremos que exista, que lo ponemos en duda, pero que crece en mitad del desierto, con unas cicatrices latentes con forma de autovías de tres carriles que la limitan por el norte y por el sur, aunque viendo su poca utilización bien podrían definirse como vías muertas.
La condición de sus habitantes convierte la ciudad en algo con tintes apocalípticos. Desterro es el fin, el lugar al que vamos cuando no nos queda nada, ni siquiera esperanzas. Por eso dicen aquello de “todo el que va a Desterro, se queda en Desterro”. Si se huye de algo, o tiene algo de lo que esconderse, no hay mejor lugar que este. Incluso se puede empezar allí una nueva vida adoptando el papel que quieras (o el que esté libre). Eso sí, siempre bajo la vigilancia del sheriff LaBlum.
Pero estas tristes y vacías vidas se van a ver removidas ante la llegada del misterioso Martín Bierzo y su chófer. Sus intenciones no parecen del todo peligrosas, pero nadie en su sano juicio se dejaría caer en un lugar tan deprimente. Porque, seamos realistas, ¿quién querría ir a un sitio así?
Manuel Barea construye el ambiente de Desterro como si de un western se tratara. Tenemos a Telma, la mesonera y a LaBlum, el sheriff. También tenemos al tonto del pueblo, y en vez de haber buenos y malos, aquí hay malos y peores. Y es que estando en un sitio así, no se está seguro nunca. “Un mal día para el resto del mundo. Un día como otro cualquiera en Desterro”.
Sorprende que un escritor tan joven, apenas 27 años, consiga una narración tan impactante. Desterro es una novela muy directa, dura y sangrienta, y con un claro perfil cinematográfico. Cada capítulo parece el guion de una película, y la narración parece enfocar en todo momento la trama como si de una cámara se tratase. Manuel Barea sorprende jugando con el contrapunto, narrándolo todo desde varios puntos de vista distintos, enlazando los hechos anteriores y los actuales. El resultado son unas escenas cortas contadas con una fuerza brutal.
También hay que destacar la ambientación que utiliza el autor, que podría considerarse casi como un personaje más. En Desterro no hay nada positivo, por eso el ambiente siempre está cargado. Los habitantes de este lugar siempre tienen calor, huelen a sudor y a tabaco, a polvo y a sangre seca. Vivir en Desterro no tiene nada de positivo, por eso hemos dicho antes aquello de “¿quién querría vivir en un sitio así?”.
Es Desterro la historia de una venganza. Todo empieza con un asesinato (“Un mal día para el resto del mundo. Un día como otro cualquiera en Desterro”), y cuando el Bentley Continental color mercurio de Martín Bierzo entre en contacto con aquella atmósfera embriagadora, nada ni nadie podrá sentirse a salvo. Ni siquiera el lector. Avisados quedan.
César Malagón @malagonc