Reseña del libro “Diario de sabores y dichas”, de Vicente Clemente
Cuando el título de una obra comienza con la palabra “Diario” puede uno pensar que se va a enfrentar a algo parecido a lo que escribió Ana Frank, pero Diario de sabores y dichas no tiene ni el formato ni el contenido clásicos.
Intento imaginar el momento en que Vicente Clemente decide escribir este libro, cuando ordenó ideas y tuvo claro los manjares que a lo largo de su vida le aportaron algo, bien sea por el modo en que los degustó por primera vez o por el lugar donde ocurrió, del que conserva buenos recuerdos. Le imagino acudiendo a Ediciones Trea, S.L. para que publiquen el manuscrito y puedo ver la emoción en sus ojos cuando contempló en la portada a su abuelo Sebastián. ¡Qué bonito tuvo que ser!.
En este Diario de sabores y dichas vamos a encontrar comidas tradicionales, olores contemporáneos y bebidas frescas. Todo lo que calienta el ánimo. Delicias que aparecen ordenadas al principio de la obra en un índice que nos transporta a otro tipo libro: los recetarios; pero ¡no te confundas!, que aquí lo único tradicional son los desayunos y meriendas de la abuela Julia con el pan mojado en vino tinto y las onzas de chocolate.
Vicente Clemente nos coge de la mano y nos invita a visitar sus recuerdos, a conocer a su familia, a los amigos que encontró en sus viajes,… me ha sorprendido gratamente la propuesta y el modo en que se ofrece.
“Longaniza” es el título del primer capítulo y comienza así:
“En diciembre, con frío y sin moscas, se mata el cochino, y con carne magra, tocino blanco, sal, pimentón y otras cosas que solo sabe mi abuela, todo bien picado, embutiéndolo en una tripa del cerdo, se hacen los chorizos,…”
Con uno de los cochinos de la matanza del pueblo, el niño protagonista del Diario de sabores y dichas va a tener largas conversaciones muy interesantes (creedme si os digo que ese gorrino “sabe latín” y nos hará reflexionar sobre ciertos asuntos que no son exclusivos de su raza) y mientras éstas se suceden, comparte con nosotros lo que el abuelo Sebastián y la abuela Julia le enseñaron, lo que disfrutó en verano de su compañía y las salidas a restaurantes especiales junto al padre de su madre, como regalo por sus buenos resultados escolares. ¡Qué importantes son los abuelos y las abuelas en nuestras vidas y qué tarde nos damos cuenta de ello la mayoría de las veces!
No hay nada más agradable que el hecho de aprender, y con Diario de sabores y dichas vamos a conseguirlo porque, por ejemplo, sabremos cómo eran las bodegas de los pueblos de Castilla (esas bajo tierra que todos los vecinos tenían para hacer su propio vino), cómo preparar un bloody mary odónde se comen las mejores sardinas, que ya te adelanto yo, sin ánimo de spoilers, que eso es en mi tierra, en Málaga, donde se preparan los espetos junto al mar y si les añades un plato de tomate picado aliñado con sal y AOVE, ¡madre mía lo que vas a disfrutar!
¿Te ha dado hambre ya?… pues bienvenido al club, porque Diario de sabores y dichas eso, y algo así como querer agarrar pan de pueblo a pellizcos y acompañarlo de agua con anís (una “palomita) o de participar en la escabechina del cerdo para que te den la mejor parte de él en el almuerzo de celebración de la fiesta.
Y por último, una reflexión sobre los champiñones que aparece en el libro y que quería compartir:
“… Y me pregunto si no serán mágicos (…) porque dondequiera que los tome me llevan siempre de vuelta a mi abuelo (…). Los champiñones al ajillo de Sigüenza, indiscutiblemente de lata, no son los mejores que he probado ¿alguien lo duda?, pero su sabor me resulta tan inolvidable como el del primer beso, el del primer amor”
Leyendo Diario de sabores y dichas hueles el humo de la lumbre y te relames visualizando los manjares descritos. Destila un humor sumamente agradable y desprende sabiduría popular. Necesitas este libro en tu despensa literaria.
El protagonista y una servidora compartimos la pasión por el tomate, lo comemos igual, en todas sus versiones y mejor sólo con sal, para resaltar su sabor; creo que es el mejor manjar del mundo; y por ello, hago mía esa exclamación encontrada entre las páginas de este Diario de sabores y dichas, donde alguien sabio dice: “Por el tomate. ¡Viva Cristóbal Colón! Solo por eso”. Quizás tú te sientas igual de identificado cuando leas los capítulos dedicado a las asaduras de conejo, a las cigalas con jamón y vino, al tocino blanco en adobo o a los suculentos platos de percebes. Incluso puede que simplemente te trasportes mentalmente a un lugar acogedor de tu memoria cuando leas cómo se prepara un buen tereré paraguayo o dices adiós a tu familia para emprender un viaje largo. Lo que tengo claro es que este libro ha sido una aventura culinaria a la que volveré cada vez que me apetezca saborear algo rico.
Bonita reseña, me has dado hambre y ganas de leer el libro. Felicidades
Muchas gracias Alfredo, para eso estña escrito el libro… para dar hambre de leer. Un saludo