Diario de un cuerpo, de Daniel Pennac
El cuerpo humano está lleno de células, órganos, sangre, agua, e infinitos ingredientes que nos mantienen vivos. Es por ellos que podemos respirar, acelerar nuestros pasos, abrazar a alguien, besarle, incluso acostarnos con él en una noche entre risas y un poco de alcohol. Nuestros sentidos nos alertan del peligro, nos dicen si alguien es amigo o enemigo, e incluso discernir entre oír y escuchar. Por eso, ¿por qué no un diario sobre nuestro cuerpo? ¿Por qué se entiende que un diario siempre va unido a sentimientos? ¿Por qué las emociones combaten en popularidad a la vida de un cuerpo que, casi siempre, aparece relegado un segundo plano? Y es que “Diario de un cuerpo” nos enseña que, ironías de la vida, lo que tenemos más a mano, delante de nuestras narices, es de lo que prescindimos a la hora de presentarnos.
Un camino alrededor de toda una vida, a través de un cuerpo que nace, se desarrolla, y después muere. Como todos nosotros. Una espléndida revisión de una historia íntima, de una familia que echa a caminar, rastrea, busca su sitio, y el lugar adecuado para que esa masa que crea un cuerpo humano, encuentre la postura adecuada para seguir viviendo… y narrando.
“Diario de un cuerpo” me hizo preguntarme por qué somos tan poco sinceros con nosotros mismos. Como el aceite en una sartén, que se calienta a fuego lento, Daniel Pennac nos introduce de lleno en la parte más recóndita de una persona, tirando del cuerpo que le da forma, intentando demostrar que no hace falta describir sentimientos cuando el cuerpo habla por sí sólo. Porque es cierto. En realidad, nuestro cuerpo es lo suficientemente sabio, tiene la inteligencia de un niño superdotado, de un lince a punto de agarrar a su presa más difícil, y para comprender que somos nosotros mismos quienes nos devoramos. Pero no sólo trata de un cuerpo, sino de muchos. De aquellas personas que se cruzan en nuestro camino y nos dejan su calor, su fiebre nocturna, sus desmayos y alegrías, su enfermedad y su frío; el cuerpo de aquellos enemigos que nos miran a través de unos ojos abiertos y aprietan el puño para derribarnos; de cuerpos que forman la Historia (con mayúsculas) y que se rinden a sus historias (con minúsculas) privadas. Y es que “Diario de un cuerpo” es un cuerpo tan redondo, tan bien estructurado en su forma, que es capaz de transmitirnos emociones sin necesidad de nombrarlas. Porque, al fin y al cabo, ¿qué son las palabras sino vibraciones en nuestras cuerdas vocales?
Y os preguntaréis, ¿en serio es posible contar, a través del cuerpo, la historia de alguien? Daniel Pennac lo hace, y además de una forma magistral. Porque cuando el tiempo pasa, es el cuerpo el que nos habla de las batallas, de las líneas que ha tenido que recorrer, de los caminos por los que se ha perdido, del agotamiento de una batalla inútil, de la guerra que todos libramos. Y es que “Diario de un cuerpo” es como una carretera por la que circular, corriendo a veces, a trompicones otras, manejando nuestros pies al ritmo de la lectura, atendiendo al movimiento lineal de nuestros ojos, a nuestras manos que sujetan el libro y los dedos que van pasando sus páginas, una a una, descubriendo otro cuerpo con el que sentirnos identificados. Ese es el auténtico triunfo de este libro: que nos sintamos reconocidos en alguna parte de nuestro esqueleto con lo que nos están contando.
Porque, si fuera de nosotros encontramos vidas asombrosas, ¿quién nos dice que, en nuestro interior, en la fábrica que guardamos como si fuera oro, no podemos encontrar otra historia igual de asombrosa?
Otra portada excepcional que te atrapa.
Yo soy de esas que piensan que cada ser humano es una interesante e irrepetible historia.