Diario de una dama de provincias, de E. M. Delafield
Usted puede que no lo sepa, sí, usted, la persona que está al otro lado de la pantalla, pero en realidad puede ser una dama de provincia y no haberse enterado. Usted, que se ocupa de la casa, que tiene unos hijos que son dos ángeles casi casi con alas y que su marido no le da especial guerra, o sí, quién sabe, el caso es que tiene un marido que está ahí y no arma mucho escándalo. Usted puede sentirse identificada con lo que acaba de leer, o puede que no, en cualquier caso mi enhorabuena, porque eso me hace presuponer que tiene una vida rica y sana. ¿Sana, he dicho? En realidad puede que usted ahora mismo se esté quejando de las labores que le tocan realizar, de tener que llevar una contabilidad (con sus respectivos agujeros) doméstica, usted puede que se queje de que sus hijos están creciendo y no les entiende y que su marido no es que sea un ser que no hace nada, sino que es vago por naturaleza. Usted lo sabe, todos los sabemos, por lo que un buen día decide poner en un diario todo aquello que le sucede y que es el único momento en el que puede dejarse llevar. Diario de una dama de provincias es lo que a los sumilleres un buen vino: un placer para el paladar, para la nariz, para todos los sentidos en general, porque lo que usted puede encontrar aquí no son sólo las palabras de una mujer que se carga a la espalda todos los quehaceres que se juntan en el día a día. Lo que aquí está dibujado con un lápiz muy grueso es un retrato irónico de lo que la sociedad espera, pero que una dama de provincias no entiende por qué le ha tocado vivir.
Pensemos que, por un momento, nos hemos trasladado a los años veinte, concretamente a 1929, y que ustedes son esas grandes damas de la clase alta británica. Pensemos, por un segundo si les parece, sólo un segundo no pido más, que miran a su alrededor y hay algo que les hace infinita gracia y no es otra cosa que el papel que una mujer tiene que vivir en su día a día. Si ustedes, seres inteligentes y con raciocinio, piensan igual que yo, darán con las verdaderas claves de Diario de una dama de provincias. Porque cuando uno sabe leer entre líneas tiene mucha labor hecha, mucho camino recorrido, y entonces puede disfrutar por entero de una de esas experiencias que son indispensables en la literatura. Que E. M. Delafield fue una mujer adelantada a su tiempo lo descubriremos nada más leer la pequeña biografía que acompaña a este libro. Pero que su autora posee un prosa que reivindica desde dentro la sátira y el buen humor (el inglés, por supuesto, aquí no hay cabida otro tipo de humor) como una de las potencias a exportar en este apasionante mundo que son los libros y que se nos pone al alcance de las manos. Y si ustedes, que leen a rabiar, que leen devorando los libros, se encuentran con una sonrisa pegada a los labios mientras recorren este apasionante diario, tendrán un regalo en sus manos dispuesto a abrirse sin contemplaciones porque de eso se trata, de disfrutar a raudales, de saborear la exquisitez de unas palabras que se nos regalan al lector en forma de pensamientos, en forma de ironía, en forma de una vida de dama de provincia que mucho tiene que ver con la realidad.
Pero si uno indaga más si cabe en esta lectura, se dará cuenta que no hemos cambiado tanto como parece. Juego de apariencias, chismes entre las paredes de una casa lujosa y con una familia que se acaricia pero no se toca lo suficiente. Este Diario de una dama de provincias no es sólo una de esas lecturas que abres y cierras pensando que no ha pasado nada entre medio, porque en realidad, lo que está sucediendo es todo, absolutamente todo. Y no hay pretextos que valgan señores y señoras, unos porque piensen que es una lectura protagonizada por mujeres y sólo para mujeres (las mentes estrechas nunca me han gustado lo suficiente) y otras porque piensen que qué les va a contar una señorita de los años veinte que no sepan ya a estas alturas. Aprendan de estas palabras que se encuentran encerradas es unas tapas finas y flexibles, aprendan que E. M. Delafield las usa como nadie, elegidas al milímetro, que nos llevan a kilómetros de distancia, hasta la vida de una mujer que busca un espacio para reírse de ella misma y de los demás, para poner en el papel las reflexiones de lo que se está empezando a convertir la sociedad, de los viajes realizados y las expectativas que se les supone a una mujer, a una dama, a una persona, que aunque parece que lo tiene todo en realidad necesita mucho más. Deléitense con las palabras, con estas palabras que son como el conejo de Carroll: uno no sabe a dónde nos llevará, pero nos vemos atrapados, deseando seguirle.