Diarios del bosque : una vida entre árboles

Reseña del libro “Diarios del bosque”, de Roger Deakin

diarios-del-bosque

Diarios del bosque : una vida entre árboles es un cuaderno de viaje. En realidad, un compendio de los muchos viajes que el autor, Roger Deakin, que ya escribió un anterior Diarios del agua, ha realizado por el mundo. Este periplo nos llevará de Checoslovaquia a Australia, de Polonia a Inglaterra, de Gales a España. Pero todos tendrán una cosa, obvia por otra parte si atendemos al título, en común: que los bosques son sus protagonistas. La relevancia la va a tener siempre el elemento madera ―el quinto elemento para Edward Thomas o para la cultura china, fusión y fruto de los otros cuatro― tal y como se da en nuestras casas, en nuestra vida y en nuestra cultura. Y teniendo en cuenta siempre el parecer y el sentir del autor al respecto: que no hay ninguna cultura que sea mejor que sus bosques.

Deakin explicará, yendo de lo particular a lo general, cómo nos han influido los bosques a lo largo de la historia y cómo lo hacen todavía. Porque los bosques siempre han sido, literal y literariamente, lugares donde las gentes entraban para buscar cobijo y enseñanzas. Para transformarse y salir cambiados. Y porque, además, siguen siendo reducto de nuestras creencias y ritos más atávicos, de magia ancestral, esa que todavía hoy, a poco que tengamos un mínimo de sensibilidad, todavía ejercen y percibimos.

Diarios del bosque está divido en cuatro botánicas partes (Raíces, Albura, Madera de deriva y Duramen) y es, amén de esa obvia bitácora que comentaba antes, una declaración de amor total. Feral. Diario porque el autor empieza relatando su propia biografía y la de su familia, sus orígenes en la inglesa Suffolk (los topónimos anglos y los nombres científicos de especies pululan por el texto, así que paciencia con eso) hasta sus viajes por el mundo en compañía de amigos y conocidos con las mismas querencias botánicas y artísticas que él; y declaración de amor por la manera tan bella, tan llena de metáforas, que tiene de declarar su sentimiento de unión íntima con los bosques, con la fauna y flora que lo pueblan, que recuerda a Thoreau, a Ralph Waldo Emerson o al más actual Richard Powers del tremendo y recomendabilísimo libro El clamor de los bosques, que, por más que sea una novela, también abunda y comparte este sentimiento. El texto está lleno de poesía (sirva como ejemplo este pequeño fragmento: “al cortar la luz de mil maneras en sus óculos y prismas, el revestimiento es una celebración de energía acumulada del árbol, una danza arremolinada de la madera”), propia o parafraseando a autores ingleses (Byron, Keats junto a otros menos conocidos) o universales, como Luis Cernuda. Y el resultado no es artificial. Es sencillamente hermoso, como flores entrevistas en la maleza. De verdad que veo sinceridad absoluta, que la poesía es el mejor medio y modo que el autor ha encontrado para expresar este sentimiento que brota (nunca mejor dicho) desde lo más profundo de sí. Como dice en el libro, citando a John Clare, hallé mis poemas en los campos y me limité a a escribir lo que vi. Este es el sentimiento y el estilo que permea este libro, y cuyo resultado, desde mi humilde punto de vista, convierte lo que podría ser uno más de esos cuadernos de viaje plagados de topónimos y latinajos en un paseo por un jardín zen.

En definitiva, una forma distinta de ver la vida. Una que, personalmente, da envidia. De la mala, que no hay envidia buena. Por esa posibilidad de cambiar nuestros búnkeres de hormigón por casas de piedra y madera, y el ruido de metralla de los vehículos por la musicalidad del bosque; por cambiar el ruido del despertador y la luz de la mesilla por el amanecer en un vivac bajo un árbol. Creo que, por más urbanitas que seamos, de vez en cuando sentimos la llamada de la naturaleza. A mí, de vez en cuando, el cuerpo me pide irme unos días sólo y hacerme algún recorrido por la naturaleza, por senderos GR (de Gran Recorrido) e incluso vivaquear en pleno bosque. Una experiencia inolvidable. Quizá porque, como dice el autor, hay más verdad en una acampada que en una casa, porque la casa exhibe cómo nos gustaría estar en la tierra: perennes, enraizados, eternos; pero la acampada nos muestra la verdad de la vida: que sólo estamos de paso.

Saquemos de este libro la enseñanza de que existe otro modo de relacionarnos con los bosques. Una menos invasiva, más lenta, consciente y benigna. Una afirmación silenciosa de los valores de un bosque, de aprender a disfrutar de las pequeñas epifanías que, de continuo, nos ofrece: el arranque del vuelo de unas perdices, telarañas orladas de rocío, la huida de unos ciervos. Naturaleza apenas entrevista, sí, como lo mismos árboles en la lejanía, embebidos en una panoplia de verdes. Pero siempre gratificante, y siempre hermosa.

Deja un comentario