Días temibles, de A. M. Homes

Lo que más me gusta de la literatura es su capacidad para sorprenderte cuando ya crees haberlo leído todo; tarde o temprano, siempre aparece un autor o un libro que te reconcilia con tu yo lector. Al mismo tiempo, esto es algo que me provoca cierta angustia: te hace consciente de que ni aun teniendo una vida larga y apacible y muy buen tino para escoger lecturas podremos evitar irnos al otro barrio sin haber disfrutado de miles de grandes trabajos. Sin ir más lejos, a A. M. Homes me la he perdido durante 27 años. Demasiado tiempo, sin duda, aunque Días temibles ha sido una forma espléndida de conocer a esta mordaz autora norteamericana.

Aunque cuenta con varias novelas a sus espaldas, este último libro, publicado por Anagrama, consiste en un compendio de relatos que si por algo se caracterizan es por su diversidad. Tanto su extensión —los hay de poco más de cuatro páginas y otros que superan las cincuenta— como su temática y su estructura narrativa son muy dispares. Creo que esta es una de las razones por las que el libro se devora con facilidad a pesar de no ser especialmente corto, ya que cuando terminas con una de las historias te entra una fuerte curiosidad sobre qué te puede estar esperando a solo una hoja de distancia.

No obstante, entre estos relatos se vislumbra también un claro hilo conductor: todos ellos tratan alguno de los grandes males contemporáneos: la soledad, el consumismo desenfrenado, la ausencia de privacidad e intimidad… Da igual que la trama se desarrolle en una convención sobre genocidios, en un chat dedicado a la cría de canarios o en un viaje a Disneyland: lo que sale a relucir de entre ellos es la misma sociedad hipócrita y atormentada; esa en la que cada individuo lleva consigo una decena de caretas para utilizar una u otra en función de quién sea su interlocutor; esa en la que la moral dura dos copas y no necesariamente muy cargadas; esa en la que es más fácil encontrar un trabajo que a una persona en la que poder confiar.

Pero si algo brilla con luz propia es el estilo de su autora. Incluso siendo un lector habituado a escritores directos y descarnados me ha llamado poderosamente la atención su capacidad para recoger los pensamientos más inconfesables y los comportamientos más reprochables y colocarlos dentro de personas aparentemente normales. Y es que es precisamente en los escenarios más o menos habituales, en las situaciones más cotidianas, en donde Homes comienza sus tramas, las cuales se van enredando y deformando hasta que dan a luz a una caricatura que, desgraciadamente, se parece más a la realidad de lo que debería. También destaca mucho su singular sentido del humor, de un tono azul-oscuro-casi-negro; la neoyorquina suelta litros de sarcasmo, toneladas de mal gusto y hectáreas de maldad en sus textos, con una llamativa falta de piedad con muchos de sus personajes. Y da igual que creas, llegado el punto, que le has cogido el tranquillo; Homes siempre consigue pillarte desprevenido y asestarte una estocada de malestar. No recuerdo haber leído muchos libros que, como este, hayan conseguido que aparte la mirada unos segundos de sus hojas por pura incomodidad.

Acabo de darme cuenta de que, a diferencia de otras reseñas que he leído sobre este libro, al referirme a las historias que lo componen he hablado de relatos y no de cuentos. No soy psicólogo, pero tengo la intuición de que en mi cabeza resulta difícil asignar la misma etiqueta a Caperucita roja y a narraciones de un tamaño similar que, en lugar de tratar de premiarnos con una moraleja, se centran en sacar a la luz la podredumbre del ciudadano medio. Y hay que ser claros: en Días temibles no te encuentras finales felices ni banquetes con perdices, pero los lobos feroces abundan.

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