“Diástole”, de Emilio Bueso
Hacía tiempo que quería leer algo de Emilio Bueso, un autor que se ha consagrado en el género de la ciencia ficción y del terror, como bien lo avala el hecho de ser poseedor de los premios Celsius y Nocte, y del que todo el mundo habla (muy) bien.
Tenía esa espina clavada decía, y por fin ha llegado el día en el que he podido sacármela. Aunque me temo que al arrancarla, no sé cómo, la espina se ha astillado y voy a necesitar más lectura de Bueso para curarme. Lo noto. Una fiebre me invade y voy a necesitar sus libros como un yonqui a la heroína. Como un pintor a sus pinceles…
Por otra parte, Diástole es un libro al que tenía también echado el ojo desde antes de saber que era de Bueso. Desde antes de que Bueso se convirtiera en Bueso. Y con lo que me gusta el tema de los vampiros era difícil olvidar esa portada, sencilla, pero atrayente como un neón. Vampiros y Bueso… dos pájaros de un tiro perfecto y preciso.
Sin embargo, a pesar del vampírico perfil de los dientes de la portada yo no diría que se trata de un libro de vampiros. Lo vas intuyendo, presagiando, y eso porque lo sospechas desde el principio gracias a la portada (menudo spoiler…), pero no hay una historia vampírica al uso. ¡Y aun así es genial! Cuando ya creíamos que estaba todo escrito en el saturado campo de los nosferatus llega un español y se saca de la manga una novela original, salvaje e hipnotizante. (Y cuando digo llega me refiero a 2011). Una novela que, aparte de cogerte por el cuello y arrastrarte hasta sus páginas, lo hace con cuidado. Porque…¡coño!, que Bueso escribe que te cagas, escribe de puta madre, escribe “bonito”, que decía aquel. Con muchas metáforas y contradicciones que no hacen más que embellecer el lenguaje y con él la trama. Y mira que a mí lo que me interesa es más el fondo que la forma, que me cuenten una historia, una historia buena, que me dan igual los adornos, que no me hacen falta, que lo que quiero es chicha, no guarnición… Pero con Diástole, (y espero que sea una constante, el estilo de Bueso) no he podido resistirme a leer alguna que otra frase un par de veces. Si el protagonista, Jérôme, es un “pintor de los caóticos. De los buenos, de los yonquis”, Bueso es un escritor de los poéticos, de los buenos, de los bendecidos con la palabra, de los de frases para enmarcar.
Al tema. Jérôme es un pintor que fue bueno hasta que tuvo un desengaño amoroso y cayó en las drogas. Malvive robando y trabajando en un extraño locutorio y ha dejado de lado la pintura. Hasta que un día recibe el extraño encargo de retratar a Iván. Solo podrá pintarle de noche y durante cuatro sesiones.
Ya el primer día, al describir los caminos por los que su viejo Talbot le lleva con dificultad, y la estampa de la mansión que se perfila al fondo, imaginamos el castillo de Drácula. Pero no, ahí no se dan los típicos ceremoniales de “entre en mi casa por su voluntad”, ni aquello de “¿no come nada?”, ni hay espejos que no reflejen… Y tampoco se echan de menos. Ya digo que el tratamiento es totalmente nuevo y… atípico. En cambio habrá cuadros. Bastantes cuadros. Importantes en el guión.
Será ahí donde cada noche Iván le cuente su historia, la historia de un hombre perseguido, la historia de un terrorista con una historia de amor y de una maldición. La historia de cómo ha llegado a donde está.
Jérôme irá poco a poco ensamblando piezas, recorriendo la oscuridad de la casa en los descansos en busca de respuestas, pero la respuesta llegará la última noche…
Diástole es un buen libro. Con una buena y original historia (no era fácil innovar) y mejor narración. Lo pasas bien pasándolo mal leyéndolo. No es de terror ni de amor, es un poco de los dos junto con algo de novela negra y otro algo de plutonio también.
Habrá más Bueso. Por descontado.
Como estamos en años cervantino lo diré así: ¿Novelitas de vampiros a mí? ¿Y a tales horas?…. Esas sólo pueden gustar a los y las que no han pasado por lo que yo estoy pasando desde hacer cuatro años. Os cuento, os cuento: llevo cuatro años haciendo de baby sitter de una vampirina de 8 años, Ludmila von Vampüren, y, aparte de mucho stress -es una niña encantadora, pero muy revoltosa y algo megalomaníaca (me ha reclutado, en plan Renfield, para escribir su biografía en varios volúmenes)- he descubierto que los vampiros son bastante normales y variados: el sol no les gusta, pero tampoco los destruye, sólo reduce su ritmo habitual, como decía Stoker. En lo de que les gusta la buena vida no se equivocó la Meyers. Nada de ataúdes, ni telarañas ni cosas de esas. Pero lo cierto es que viven, por lo general, anclados en nuestra Belle Époque.
Eso, creo, es debido a que su ritmo de evolución físico es tan lento que en la práctica los hace inmortales. Por ejemplo nacen ya con dentición y pelo, y hablando. Durante dos semanas son bebes (un poco impertinentes, eso sí, pidiendo que les calientes la leche con perfecta dicción o que si está muy fría, etc…) y a las dos semanas ya son niños de 8 años y así permanecen hasta que llegan a una breve adolescencia al cabo de dos siglos. Durante ese tiempo se dedican a hacer la cosas normales en niños de 8 años: ir al colegio -al suyo, claro, no a uno concertado, no os vayáis a pensar-, ir de vacaciones, leer libros, merendar pan con chocolate, etc… Viven, en general, a todo lujo. Son pocos y tienen siglos para acumular riquezas para sufragar su larga, larga, larga existencia en la que los más aventureros de ellos y ellas van dando tumbos por ahí metidos en guerras, viajes de exploración, grandes performances como Woodstock, etc…
El tema de la sangre es cierto, pero desde el siglo XVIII hay muchos que se arreglan con un compuesto químico destilado por un vampiro ilustrado al que le horrorizaba esa consecuencia de la enfermedad que le había inoculado un soldado croata de un mordisco durante una batalla allá por 1711.
Lo del nosferatu, el no muerto, tampoco es cierto. En realidad están vivos -intentad aguantar una tarde una visita de Ludmila y su grupo de amigos, Iñaki Vladimir, Devorgila de la Sang y Georges du Sangrouge y ya veréis, ya…-. Cuando alguien es mordido por otra persona previamente mordida contrae el gen del vampirismo y lo pasa a sus descendientes que, dada su práctica inmortalidad, suelen ser muy pocos. Lo normal entre ellos son familias de sólo dos generaciones desde la Edad Media hasta hoy día.
En fin, todo esto y más me obliga Ludmila a contárselo al universo mundo cada sábado en el blog de Ludmila von Vampüren -¿qué otro nombre creéis que le iba a poner?- y en su Tuister -quiero decir Twitter, pero es que Ludmila es algo disléxica y me obliga a llamarlo así-, @Lilvampir, cada noche.
Así que, sí, que me río de Anne Rice y de la Meyers, de verdad. Leed el blog de Ludmila y veréis porqué.
¡Aún me pregunto qué hace una chica como yo atrapada en esa dimensión infantovampiril!
Sigo sin encontrar la respuesta, ¡snif!