Antes de empezar un libro, tengo la costumbre de leer las solapas, los resúmenes, las notas de prensa (si las tengo), hojearlo y, en fin, empezar a disfrutarlo antes de comenzar la lectura. En el caso de Dinero fácil ese primer vistazo se convirtió en un pistoletazo de salida en toda regla y no pude parar hasta acabar la novela. Podría decir que es fue por la trama, y no mentiría, o podría hablarles de los personajes, del estilo, del ritmo, de la verosimilitud, en fin, de todas las notables virtudes que Xavier B. Fernández ha logrado transmitirle a esta obra ganadora del premio Black Mountain Bossost de novela negra. Sin embargo tengo la costumbre de ser sincero y en consecuencia he de reconocer que lo primero que me llamó la atención es algo que puede que a muchos lectores, especialmente a los más jóvenes, les resulte lejano pero que a mi generación le es familiar y, como suele suceder, cuando a uno le asalta su juventud suele hacerlo con una carga emocional importante. En este caso se trata del pasado del protagonista, quien fue amigo y socio del Vaquilla, y de alguna manera aquel ambiente de delincuentes de barrio a los que la prensa y especialmente el cine dotaron de un carisma particular que renace en esta novela con el tinte entrañable de lo que resucita desde la juventud. Pero no es una novela ambientada en aquella época, es muy actual y el protagonista es un señor mayor rehabilitado y enfermo al que el buen comportamiento no le ha procurado más bienestar que el que su precaria situación le ha permitido comprar. Ninguno.
Pero no creo que funcione tan bien por ese motivo aisladamente sino que su traslación a nuestro presente, al contexto actual de corrupción política y el hecho de que se mezclen esos delincuentes de barrio con otros de corbata, tiene un efecto muy interesante y aumenta enormemente el atractivo del libro. Porque en Dinero fácil se contrapone esa delincuencia primaria más de subsistencia que de opulencia con otra sistémica mucho más rentable e hipócrita cuyos protagonistas si acaso se manchan las manos es contando los billetes del dinero de todos.
Pero la necesidad o la impotencia ante una vida que a duras penas permite satisfacer las necesidades más elementales no es algo que sólo se muestre en los suburbios o en los ambientes delincuenciales, en Dinero fácil aparecen otras clases de pobreza, o de injusticia si lo prefieren, la de los asalariados pobres es un buen ejemplo, gente que se mata a trabajar a diario sin más expectativa de bienestar que un golpe de suerte como una lotería, pero está extraordinariamente bien retratada otra realidad social no menos indignante, la del techo de cristal de las mujeres en algunos empleos, en este caso la banca, que el autor muestra es su doble vertiente, la de quienes entran a trabajar desde abajo, que sufren de ese techo, y la de quienes entran desde arriba, para quienes ese techo es un suelo, lo que añade sal a la herida de los primeros. O de las primeras en este caso.
Así pues, hay una trama policiaca brillantemente resuelta y un trasfondo social no menos bien desarrollado, ¿qué más se puede pedir?, dirán ustedes. Pues se puede (y se debe) pedir un buen trabajo con los personajes y los de Dinero fácil son personajes tan bien planteados que le cuesta a uno creer que no esté basado en una historia real. Entiéndanme, real es desde el momento es que está escrita y que haya sucedido o no, no le añadiría ni restaría el menor mérito a la obra, lo que quiero decir es que los personajes están tan bien construidos que uno tiene la sensación de que le son familiares, telediario o periódico mediante. Eso los personajes principales, los de la delincuencia primaria que les decía, pero también hay muchos otros relacionados con esa trama corrupta vinculada al poder que no es que parezcan reales sino que contienen claves que los hacen perfectamente reconocibles, lo cual es bastante triste, si me lo permiten, por razonable e incluso necesario que sea. No se puede leer esta novela como si fuera una ficción lejana, por entretenida y ágil que sea. Habla de nosotros y cada cual que saque las conclusiones que considere oportunas.
Andrés Barrero
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