Cuando quiero referirme a Vila-Matas, por ejemplo en esta reseña, me da miedo escribir o pronunciar su nombre porque no sé si realmente existe, aunque sepa que existe, aunque sepa que hay alguien que lleva su nombre, que vive en la misma ciudad que yo, que escribe de forma magistral y que tiene libros con su firma que nadie se debería perder. Y me da miedo referirme a él con su nombre porque no sé si realmente es él quien escribe todo lo que firma o es la propia Literatura, en caja alta, quien coge el ordenador, aparta a Vila-Matas (vuelvo a decirlo: si es que existe) y se pone a escribir en su nombre, riéndose de todos nosotros sabiendo que nos vamos a creer por un rato lo que nos cuente, que vamos a seguir leyendo algo que desde un principio no tiene ni pies ni cabeza, y que por ese motivo, por no tenerlos, es tan genial. Esa experiencia es la que se tiene abriendo cualquier libro del barcelonés, y cuesta mucho de explicar, aunque lo intentaré. En estas semanas Seix Barral aparece en las librerías haciendo resurgir una de sus más grandes novelas: Doctor Pasavento, con prólogo de Maurice Nadeau y la novedad de la extraña y breve pieza inédita Bastian Schneider.
Vamos por partes: nunca sabrás quién es Pasavento, pero irás con él a lo largo de más de 400 páginas recorriendo distintas ciudades, sobre todo París y sobre todo la rue Vaneau, calle que acabará convirtiéndose en una especie de protagonista de la novela. Pasavento, que aparece como tal tras varias páginas y que es una especie de doctor en psiquiatría que ha alcanzado cierta fama en la literatura, te habla directamente para contarte su historia, que es algo así como una neurosis íntima en la que se quiere ser una especie de Walser que desparece gradualmente hasta ser nadie y nada. Doctor Pasavento es el camino acompañado (por los lectores, es decir, nosotros) de un personaje que descubre que quiere ser nadie, que se lo marca como objetivo, y que amolda y adapta y configura su vida para alcanzar su meta. ¿Te imaginas decirte a ti mismo que en un tiempo serás nadie? Menos mal que están los libros para imaginar por ellos mismos usando nuestra cabeza como recipiente de pruebas.
Una de las claves para conseguir esa desaparición es escribir. Y menos mal, porque gracias a que Pasavento escribe nosotros vemos cómo avanza hacia ese agujero abismal que es el cero absoluto. Y escribe para él, haciendo oídos sordos al escaparate que le separa de nosotros. Con Walser siempre en mente, Pasavento intentará volver a caminar los pasos del suizo visitando incluso el sanatorio en el que este estuvo ingresado durante años, haciendo incluso el último paseo que disfrutaron los zapatos del escritor. Y buscará quedarse. Y buscará ser un nuevo Walser. O el mismo. Pero también aparecerán otros personajes literarios relacionados con esta diatriba entre el ser en el no ser y el no ser en el ser: Montaigne, W. G. Sebald o Laurence Sterne, entre otros. Otra de las claves de la novela son las señales: Pasavento se dará cuenta en cierto momento de que hay algo o alguien que le presenta señales que él tiene que seguir, algo así como esos mapas de puntos que los niños usan para entretenerse en los restaurantes de los aeropuertos. Para Pasavento, alguien ya ha rellenado ese mapa, mapa que incluye su vida.
A través de lo que se ha llamado semificción, Vila-Matas vuelve a meterse (y no) en su libro para dejarnos con la sensación de que estamos leyendo su vida a la vez que estamos leyendo la de otro. Se puede leer en esa extraña pieza añadida al libro que es Bastian Schneider que «no hay nadie original», lema claro de la escritura de Vila-Matas, quien teje su narrativa a través de la de otros sin buscar ocultarlo. Una de las mayores proezas que veo en sus historias es que aun queriendo sus personajes desaparecer nunca buscan ocultarse. Siempre están, siempre hablan, siempre son aunque busquen no ser. He dicho una de las mayores proezas, pero la mayor proeza de Vila-Matas es que consigue que lo que buscan sus personajes, desaparecer, lo haga el lector, aunque sea solo por un rato. Gracias, doctor.