Reseña del libro “DOM”, de Adrián Desiderato
La verdad es que no soy lector habitual de ciencia ficción. Sí, es cierto, disfruté como un enano leyendo Solaris hace unos años (¿quién no lo ha hecho en realidad?), pero digamos que prefiero llegar al futuro andando, muy despacito, y no montado en una supernova incandescente y tal. No obstante, si es usted tan poco futurista como yo, DOM, del periodista, poeta y novelista argentino Adrián Desiderato, tiene ingredientes de sobra para ofrecerle un buen viaje, yen el sentido más amplio del término, además. Le cuento y ya luego me dice usted si tengo o no tengo razón.
Básicamente, tenemos a Viacheslav Serguiéievich Iarinenko, a quien han bautizado ya, en este otro mundo (inabarcable y sideral también) de las reseñas de libros como “el último cosmonauta soviético”. Y es que Iarinenko, por un terrible y misterioso fallo en los sistemas informáticos de la estación espacial soviética DOM, ha perdido el control de la nave y todo contacto con la Tierra. Los compañeros (perdón, los camaradas) de Viacheslav han muerto trágicamente en los intentos por retomar el control y, por lo tanto, ya solo queda él. DOM está irremediablemente a la deriva, a millones de kilómetros de casa, y Viacheslav va perdiendo paulatinamente toda esperanza de retornar a su amada Unión Soviética sano y salvo y volver a abrazar a su familia.
Esta sugerente y trágica ficción que nos presenta Desiderato, tiene, en realidad, su punto de partida en un incidente real que ocurrió en la estación internacional MIR allá por el año 1991, cuando uno de sus integrantes quedó incomunicado durante casi un año mientras, abajo, la que se convertía de verdad en polvo cósmico era la propia URSS. Si a este escenario tan prometedor le sumamos una prosa sumamente poética, intensísima y directa, a veces irónica y divertida pero tan profunda que se transforma enseguida en un tratado filosófico-antropológico sobre nuestra existencia impregnado, además, de ese toque coloquial y cercano que le imprime el autor con su estilo bonaerense, si lo mezclamos todo, le decía, entonces tenemos una novela a descubrir, distinta a todas luces, diferente a otras que puedan partir de un lugar tan común como este en el que, hasta los riffs de M-Clan se empezaron a amodorrar en su momento. DOM es un artefacto literario tan extraño como potente que nos mete de lleno en un vis-a-vis intelectual con Viacheslav y sus disquisiciones mientras la nave avanza (o puede que no) hacia ninguna parte.
La memoria y los recuerdos, la importancia de la ciencia, de la física en concreto, el funcionamiento del cosmos, el origen de la vida y de los seres humanos, el arte, el amor, la poesía, la filosofía, la muerte…todo esto (y muchísimo más) flota caóticamente y sin darnos un respiro en la ingravidez de DOM hasta perderse en alguno de sus rincones. Ya sabe usted: de dónde venimos, a dónde vamos, quiénes somos o, como dice el propio Viacheslav en algún momento, “¿por qué el universo es lo que es?”.
Por poner mi propio agujero negro a la novela, debo decir que, a mí, que soy curioso por naturaleza, me hubiera gustado que, en mitad de esta formidable cabalgata de ideas y pensamientos tan recurrentes hoy en día, Viacheslav nos hubiera hablado un poco más de su amada Unión Soviética y de cómo, presumiblemente, las cosas por aquí abajo estaban todavía más fuera de control que allí arriba. Esto, sin embargo, no emborrona ni un ápice este libro de lectura intensa y adictiva (que fue finalista, es de justicia mencionarse, del Premio Clarín de novela en el año 2007), si no que más bien le deja a uno con ganas de más, pues esto de los paseos espaciales empapados en vodka y sin billete de vuelta, qué quiere que yo le diga: no vea usted lo que engancha.
Ojalá muy pronto tengamos noticias positivas del regreso a la Tierra de DOM y que el bueno de Iarinenko pueda bajarse de la nave y nos cuente, por fin, qué ha sido de la vieja URSS y del comunismo mientras él estaba meditando en los confines del Sistema Solar.
(Aunque, ahora que lo pienso…casi es mejor que no nos lo recuerde).