Salgo del cine, camino unos pocos pasos y me siento en un banco. Dragon Ball Super: Broly me ha dejado exhausto. La última media hora, una media hora de batalla, de temas musicales acordes con las épicas imágenes y la sensación de que tras tantos años han vuelto a sorprenderme, es la causa de mi cansancio; una fatiga placentera. De camino a casa pienso en la calidad del trazo, en el cuidado diseño de personajes y en la historia, que, sin ser un alarde narrativo, ha conseguido darle un trasfondo con cierta profundidad a la existencia del tan maltratado Broly. Y, ahora que caigo: ¿quién era Broly allá por los noventa? Apenas recuerdo un tipo gigantesco, con cara de bobalicón cuando estaba en modo pacífico y un armario empotrado cargado de músculos cuando se le cruzaban los cables y se transformaba en un psicópata sin motivos aparentes.
Al llegar a casa tomo Dragon Ball Compendio 4: Superenciclopedia de la estantería. El libro, un tapa dura con sobrecubiertas, revela en portada un grupo de personajes amigables, como Goku, Bulma, Goten, Trunks y otros tantos más con el aspecto que mostraban en Dragon Ball GT. Busco en el índice la sección de diccionario de personajes. En la página 114 encuentro al supersaiyano legendario Broly. Peso, altura, una breve descripción de su vida y una ilustración me devuelven de forma nítida a la memoria aquellas películas que salieron directamente en VHS y que tenían a este guerrero legendario como protagonista.
Tomo asiento en el sofá del comedor, pongo el libro sobre mi regazo y lo abro desde el principio. Tras el póster y una excelente y colorida cronología que me pone en antecedentes en el complejo mundo que inventó Akira Toriyama llego a la sección el mundo de Dragon Ball. Me considero un fan incondicional, un tipo que sabe, o cree saber, cada pequeño detalle de la serie, el manga y los OVA. Y entonces en esta primera sección recibo una cura de humildad. Cultura, sociedad, razas, son algunos de los aspectos del mundo de Dragon Ball que tocan en esta sección. Cómo funciona la muerte, la vida y en que plano celestial operan algunos de los personajes se describe de forma minuciosa, con incluso esquemas en algunos casos para dejar las cosas más claras.
El zeni es la moneda oficial de la tierra, un kiri la unidad de energía que utiliza Babidí para medir fuerzas y un Nekomajin es un ser con aspecto de gato con ciertas aptitudes para la lucha. Son algunos de los términos que encuentro en el aspecto dedicado a precisamente todos esos vocablos que se repiten de forma reiterada, o no, a lo largo de los capítulos que componen la obra de Dragon Ball.
El diccionario de personajes, donde hallé a Broly, ocupa una gran parte del libro y no solo muestra a personajes que aparecen una y otra vez a lo largo de la trama, sino que además encuentro a secundarios de los que apenas recordaba nada y en ocasiones a personajes que, si de cine estuviéramos hablando, nos referiríamos a ellos como meros figurantes. Puck, Nidle, Cheni o Gola, ¿os suenan? Pues eso.
Que Akira Toriyama es un gran amante de los automóviles, las motocicletas y de todo cachivache que camine, vuele, nade o ruede a toda pastilla por un camino polvoriento queda bastante patente en el diccionario de objetos. En este apartado descubro qué se esconde tras la numeración de las tan famosas capsulas Hoi-poi que fabrica la Capsule Corporation, cómo funciona el reloj pulsera de transformación del Great Saiyaman o qué escondía la Game Poy que el tan siempre cagueta Míster Satán regala al monstruo Bu; todo con su debido acompañamiento gráfico. De igual forma ocurre en el capítulo que trata sobre técnicas de combate. ¿Recuerdas quién fue el primero en utilizar el Kame Hame Ha en el manga? Fácil, ¿verdad? ¿Y qué me decís del Tsunami Metálico? ¡Ajá, os pillé! ¿Dónde se encuentra el planeta Kelvo y la habitación de Dolltaki? El diccionario geográfico resulta imprescindible para resolver esta última cuestión.
Me levanto del sofá, cierro el libro y pienso en que la edición de Planeta Cómic de Dragon Ball Compendio 4: Superenciclopedia es bonita y robusta, esto hace que el libro sea un perfecto aspirante a convertirse en un coffee-table book que adorne algún lugar de mi salón, pero además es tan completa que consigue que me olvide, e incluso perdone, esos pequeños errores tipográficos y esa colección de portadillas, reunidas casi al final, que gozan de un tamaño que te obliga a tirar de lupa. El producto final resulta enormemente gratificante para un fan acérrimo como yo.
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