Reseña del cómic “Dulce de leche”, de Miguel Vila
Tetas, tetas y más tetas. Mejor dicho: tetazas. Y leche. Muuuucha leche.
A estas alturas del año –es 14 de diciembre cuando escribo esto– muchos críticos de cine, libros, cómics… habrán confeccionado ya sus listas de mierda con lo, a su entender, lo mejor del año. Y es una pena. Una auténtica pena, porque, al contrario de lo que comentaba en su Twitter el experto español en cómics Álvaro Pons, creo que cómics tan excitantes como este Dulce de leche, pueden quedarse fuera. Que tampoco es una cosa grave, la verdad, si no fuera porque son listas que dan grandes empujones de ventas a las editoriales y ayudan a mucha a gente a decidirse a regalarlos por el mero hecho de aparecer en estos ránquines.
Pero al grano, que hay que ir al turrón, y aquí hay mucho. Marco es un pavisoso de unos dieciocho años (o eso se deduce ya que se está preparando para sacarse el carné de conducir) al que no le molesta que su novia de quince, Stella, tontee con el mejor amigo de esta. Por si fuera poco, a Marco no se levanta cuando folla (o cuando intenta follar).
Por otra parte, Stella consigue un curro de canguro, porque le apetece, no por que lo necesite. Tendrá que cuidar de Loris, el hijo de Lulú. Cuando Marco conozca a Lulú, dueña de un cuerpo nada normativo y con unos abundantes y, sobre todo, lactantes pechos, perderá la cabeza por ella (o por ellos, más bien). Lulú es muy distinta de Stella. La vida no la ha tratado bien, es de clase más bien baja y parece que no ha recibido una educación adecuada y eso se nota en su hablar tirado. Pero eso a Marco se le va a sudar porque a él se le puede aplicar a la perfección la máxima de “tiran más dos tetas que dos carretas” y se va a obsesionar con las tetas de Lulú, de las que manan leche en cantidades industriales, se masturbará con los videos de esa “clase” de pornografía vía Pornhub, propiciará encuentros fortuitos con Lulú y no parará hasta que deguste su leche directamente del envase.
Y bueno, a partir de aquí no voy a contar más, que ya bastante he contado, pero es una historia que no tiene desperdicio en su desarrollo, tanto en la forma como en el fondo.
Miguel Vila juega con la viñeta, agrandándola o empequeñeciéndola a su antojo y según le convenga, en una técnica a la que sabe sacar todo el “jugo” posible, dejando en ocasiones espacios en blanco y viñetas redondeadas y usando un dibujo limpio, con personas “normales”, de esas que te encuentras en la vida a diario, lejos de la falsa belleza de redes sociales. Vila estruja posibilidades de la narrativa visual del cómic sin ningún esfuerzo y consigue que la lectura sea rápida y, sobre todo, adictiva, morbosa y muy cómoda para el ojo.
Dulce de leche es, sin ningún género de dudas (y ante la duda, la más tetuda), uno de los mejores cómics de este año. No obstante, habrá gente a la que no le hará la más mínima gracia la visión de tanta mama y de tales proporciones y puede que no sea del gusto de dicha gente tanta fantasía sexual, arrobas de carnalidad desbocada y pornografía, pero para gustos los colores.
A mí me ha sorbido los sesos.