El primer libro de Colette que leí fue Chèri. Seguro que muchos de vosotros recordáis la película de Stephen Frears que protagoniza una elegante Michelle Pfeiffer. Pues bien, la vi cuando la estrenaron, allá por 2009, y cuando salí del cine corrí a comprar el libro. Y, cuando lo acabé, busqué desesperadamente más obras de esta autora. Pero, para mi sorpresa, no encontré casi nada más editado en español. Al menos, nada que pudiera servirme una librería al uso.
Colette es una de las grandes autoras olvidadas del siglo XX. No lo es en Francia, donde es fácil encontrar sus obras, pero sí entre nosotros. Fue en Francia donde compré muchos de sus libros en su lengua original: la serie Claudine, que escribió junto a su por entonces marido Henry Gauthier-Villars, apodado «Willy»; Sido, dedicado a su madre… Y también acabé comprando en librerías de segunda mano muchas de las traducciones de Plaza & Janés de los 70 y 80.
Hasta aquí para contaros que no puedo ser imparcial con un libro como el que acaba de publicar Anagrama.
Dúo es una novela breve, apenas 150 páginas, pero extraordinariamente intensa. En ella, Colette, con su legendaria habilidad para el retrato psicológico, nos presenta uno de los temas más manidos de la literatura: la infidelidad femenina.
Y le da la vuelta. En Dúo no asistimos a grandes espectáculos, lágrimas, carreras, ascenso o caída social… En realidad, no asistimos a nada. La novela presenta a Alice y Michel, un matrimonio parisino que está pasando unos días en su casa de Cransac, en el sur de Francia. Michel es promotor teatral y Alice artista, y ambos no saben muy bien qué hacer en aquel paraje rústico, actuando como señores ante el matrimonio de sirvientes de la casa solariega que se cae a pedazos y aburriéndose como ostras. Pero al mismo tiempo son felices, se tienen el uno al otro, su relación cómplice, complementaria; de ahí el título del libro: Dúo.
Como decía, Alice y Michel se aburren y son felices hasta que, de una manera totalmente banal, Michel encuentra la carta. Una carta dirigida a Alice por uno de sus socios de París, una carta en la que el socio le agradece la noche que han pasado juntos.
A partir de ese momento, asistimos a un sutil juego psicológico entre los dos protagonistas: silencios, recriminaciones veladas, escenas contenidas, gestos y palabras que bailan entre el deseo, el cariño, el rencor y la indiferencia. Alice y Michel quieren arreglar la relación, superar el mal trago, pero no están seguros de conseguirlo. Su matrimonio, que parecía tan sólido, se desmorona.
Y en medio de ese derrumbe, los señores de la casa deben fingir ante los sirvientes y el chismoso pueblo de Cransac que todo va bien. Y lo hacen, con una sangre fría impresionante, porque Alice y Michel no son personajes estirados acostumbrados a actuar como si no hubiera pasado nada cuando se tuercen las cosas. Y, pese a ello, fingen, fingen muy bien.
Dúo es una de esas novelas que no se entretienen con presentaciones superfluas. Te suelta en medio del mundo de sus personajes y hace que les conozcas sobre la marcha, a través de lo que dicen, de lo que piensan en tiempo real. Leyendo a Colette te sientes un poco voyeur. La autora francesa te sitúa de repente en medio de la intimidad entre dos personas, como simple espectador inadvertido, como si fueras un fantasma. Y te invita a asistir a sus pequeñas alegrías y miserias.
Pero, os preguntaréis, ¿por qué esta defensa encendida de Colette? Si, al fin y al cabo, no he dicho nada especial sobre ella… Bueno, lo que eleva a la autora de Dúo sobre los demás es su estilo, un estilo al mismo tiempo preciosista y preciso, simple y excesivo, sentimental e irónico. Dúo es uno de esos libros que, cuando acabamos de leerlo, sin esperar ni siquiera cinco minutos, volvemos a empezar. No porque sea difícil de entender o porque queramos buscar las pistas plantadas en el inicio que nos harán comprender el final, sino para volver a disfrutar de cada una de sus palabras. Para volver a maravillarnos por cómo es capaz de escribir Colette.
Como dice Milena Busquets en su breve y acertado prólogo, “todo en Colette rezuma vida, quiere ser tocado, olido, disfrutado”. Y es que es precisamente eso, cuando la leemos, Colette nos hace sentir parte de ese mundo más vivo, menos gris, más auténtico que a ella le cuelga de la punta de los dedos.
Laura Gomara @lauraromea